Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

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"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

domingo, 27 de febrero de 2011

ROGER CASEMENT SEGÚN VARGAS LLOSA (1): EL “BARTOLOMÉ DE LAS CASAS BRITÁNICO”



Ha querido la casualidad que Mario Vargas Llosa estrenara su novela sobre Roger Casement, justo cuando la organización SURVIVAL ha publicado unas imágenes sobre indígenas no contactados en Brasil. Se trata de unas poblaciones muy vulnerables porque, al no tener contacto regular con el mundo exterior, carecen de inmunidad frente a las enfermedades que podrían transmitirles, por ejemplo, los trabajadores de la petrolera española Repsol-YPF, que no opera demasiado lejos. Al rememorar el impacto de la depredación occidental en África y América, quizá la novela de Vargas Llosa contribuya a levantar voces como la que en su día alzó Roger Casement. "El sueño del celta" es su historia...

La desaparición del doctor Livingston en África, y la aventura de Stanley buscándolo, llenaron la imaginación infantil de Roger Casement de selvas, fieras, paisajes indómitos y hombres intrépidos. Por eso se enroló en la expedición de Stanley al Congo en 1884, convencido de que “llevar al África los productos europeos e importar las materias primas que el suelo africano producía era, más que una operación mercantil, una empresa a favor del progreso de los pueblos detenidos en la prehistoria, sumidos en el canibalismo”.



Pronto se desengañó: el rey de Bélgica se reservó un dominio para su explotación personal (1886) y reclutó una milicia que “se enquistó, como un parásito en un organismo vivo, en la maraña de aldeas diseminadas en una región” del tamaño de Europa, y cayó sobre los africanos como una plaga más depredadora que las langostas, porque “soldados y milicianos de la Fuerza Pública eran codiciosos, brutales e insaciables tratándose de comida, bebida, mujeres, animales, pieles, marfil, y en suma, de todo lo que pudiera ser robado, comido, bebido, vendido o fornicado”.



La explotación del caucho –que tanto necesitaba Europa para impulsar la Segunda Revolución Industrial-, se legitimaba, pese a su salvajismo, con discursos que se prometen filantrópicos, pero son, en realidad, racistas, y que la novela de Vargas Llosa recrea con verosimilitud en la página 41: “Vendrán misioneros que los sacarán del paganismo y les enseñarán que un cristiano no debe comerse al prójimo. Médicos que los vacunarán contra las epidemias y los curarán mejor que sus hechiceros. Compañías que les darán trabajo. Escuelas donde aprenderán los idiomas civilizados. Donde les enseñarán a vestirse, a rezar al verdadero Dios, a hablar en cristiano y no en esos dialectos de monos que hablan. Poco a poco reemplazarán sus costumbres bárbaras por las de seres modernos e instruidos. Si supieran lo que hacemos por ellos, nos besarían los pies. Pero su estado mental está más cerca del cocodrilo y el hipopótamo que de usted o de mí. Por eso, nosotros decidimos por ellos lo que les conviene y les hacemos firmar esos contratos. Sus hijos y nietos nos darán las gracias”. En virtud de esos contratos los congoleños se convertían en cargadores o recolectores de caucho, pese a que sus caciques insistían en “que no podían desprenderse de hombres indispensables para cuidar los sembríos y procurar la caza y la pesca de que se alimentaban. A menudo, ante la cercanía de los reclutadores, los hombres en edad de trabajar se escondían en la maleza. Entonces comenzaron las expediciones punitivas, los reclutamientos forzosos y la práctica de encerrar a las mujeres como rehenes para asegurarse que los maridos no escaparían



La denuncia de los abusos cometidos en el Congo que Casement redactó fue publicada por el gobierno inglés en 1904. La polémica abierta por aquella letanía de látigo, cadenas y manos cortadas, verdadero icono del régimen leopoldino, permitió que le encargaran también un Informe sobre el Putumayo (1912), en el que denunció la explotación brutal a la que la Peruvian Amazon Company sometía a los indígenas. A la vuelta del Amazonas, Casement se convirtió en un dinámico activista dispuesto a convencer a la próspera sociedad europea de que había que dictar un escarmiento ejemplar para el rey del caucho, el peruano Julio César Arana.



Resulta curioso comprobar que los argumentos que Vargas Llosa pone en boca de los colonizadores se parecen a los que él mismo (u otros apologistas) ha utilizado en ocasiones para defender la globalización. Recuerdo la entrevista que Jordi González realizó hace unos años en un magazine televisivo nocturno a un prestigioso economista catalán que disculpaba las agotadoras jornadas laborales en las fábricas de una multinacional en el sudeste asiático diciendo que era bueno que las niñas durmieran junto a los telares porque así se evitaba que vagaran por la selva a merced de las minas anti-persona. Casement escucha también en la Amazonía idioteces de ese calibre, como que “sería mil veces peor que crecieran en las tribus, comiéndose los piojos, muriendo de tercianas y cualquier peste antes de cumplir diez años”. “Póngase en su lugar por un momento”, hace responder Vargas Llosa a Casement. “Están allí, en sus aldeas, donde han vivido años o siglos. Un buen día llegan unos señores blancos o mestizos con escopetas y revólveres y les exigen abandonar a sus familias, sus cultivos, sus casas, para ir a recoger caucho a decenas o centenas de kilómetros, en beneficio de unos extraños, cuya única razón es la fuerza de que disponen”. El aludido responde sin la mínima empatía: “Yo no soy un salvaje que vive desnudo, adora a la anaconda y ahoga en el río a sus hijos si nacen con el labio leporino. Pone usted en el mismo plano a los caníbales de la Amazonía y a los pioneros, empresarios y comerciantes que trabajamos en condiciones heroicas y nos jugamos la vida por convertir esos bosques en una tierra civilizada. (…) Según su criterio, los peruanos tendrían que dejar que la Amazonía continuara en la edad de piedra por los siglos de los siglos. Para no ofender a los paganos ni ocupar esas tierras con las que no saben qué hacer porque son perezosos y no quieren trabajar”.

La pésima lectura de Darwin contenida en esos argumentos tiene mucho en común con la mala lectura de Adam Smith que hacen los neoliberales, cuyos platos rotos estamos pagando hoy. El flamante premio Nobel discutía con Jorge Semprún en El País (1 de septiembre de 1996) celebrando que “estamos asistiendo a un fenómeno extraordinariamente positivo, quizá lo mejor que le ha ocurrido a la humanidad en toda su historia: la internacionalización total del planeta, la disolución progresiva de fronteras en todos los campos, en lo cultural, en lo tecnológico, en lo económico”. Ignoraba conscientemente los efectos devastadores del fenómeno, el incremento de las desigualdades, la sobreexplotación irresponsable del planeta. Me dirá el insigne escritor que el imperialismo era mucho peor, pero me temo que –por mucho que las cifras macroeconómicas con las que celebramos el reciente éxito de la India se quieran desasociar del Congo colonial- la relación desigual entre globalizadotes y globalizados tiene mucho en común con la que unía a las colonias con sus metrópolis. Y que no se pueden ridiculizar, como él ha hecho en ocasiones, las teorías representadas por Chomsky (El beneficio es lo que cuenta. Neoliberalismo y orden global, Crítica, 2000), Susan George (“El Informe Lugano: preservar el capitalismo en el s. XXI”, Icaria, 2000), o el NO LOGO de Naomí Klein (Paidos, 2001).

En un pasaje de la novela, Joseph Conrad le dice que Roger Casement que debiera figurar como coautor de "El corazón de las tinieblas" porque "usted me desvirgó". Le habrán abierto los ojos también ahora a Vargas Llosa? ¡Nunca es tarde si la dicha es buena!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusto el articulo de verdad me encanto y tambien que cites partes de la obra yo la estoy leyendo ahora y siento lo mismo que tu quisiera saber si eres peruano o de donde....

Anónimo dijo...

A mi también me gustó mucho el libro no tiene desperdicio es bueno buenísimo y este tio es un maestro que no os lo podeis perder ni en broma. Lo he leido casi todo de Vargas Llosa, es mi intelectual favorito es muy profundo y filosofico y sabe mucho.

Anónimo dijo...

Nazicatalufo,me recuerda a la genocida conquista catalana de Mallorca.