Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.
"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

sábado, 31 de marzo de 2007

EL LEÓN DE ESPARTA Y LA HIENA DE WASHINGTON



La fuerza visual de 300 ya te apabulla en la butaca viendo sólo el trailer o el making off… Seguro que la recreación del cómic de Frank Miller será un nuevo hito de la tecnología digital.
Agradecidos, la prefectura de Laconia y el ayuntamiento de Esparta preparan actos en honor del equipo de la película. El propio alcalde, Sarantos Antonakos, ha declarado que “temía que se cayera en la caricatura, pero no hay errores históricos”, de lo que se deduce que ¡300 no tendrá su reloj de pulsera o, como tuvo Gladiador, su caballo ensillado y con estribo!

¡Qué pena que el señor alcalde ande más preocupado por los anacronismos que por la distorsión intencionada que la película proyecta del pasado! ¿Por qué se recrea ese episodio de las guerras médicas, y no otro? ¿Por qué se nos vende Persia (Irán) como la esencia de la tiranía ahora, precisamente ahora? A mi me parece que 300 permite a la reaccionaria élite WASP norteamericana disfrazar su apuesta por la resistencia a cualquier precio en Irak y se sirve de los 300 hoplitas espartanos que resistieron en las Termópilas (-480) porque, como ellos, se siente también una minoría selecta, avanzadilla de su sociedad, convencida de que Occidente (¿Grecia?) no debe su supervivencia y su libertad a los afeminados políticastros atenienses (léase europeos) sino a los héroes espartanos (USA) preparados desde su nacimiento para el dolor y el sacrificio.

Idealizar a la culta y erudita Atenas huele a podrido, pero hacerlo con Esparta manda cojones. No me extraña que el gobierno iraní haya mostrado su rechazo. No voy a gastar líneas en defenderle, puesto que su asqueroso uso de la historia cuando –hace unos meses- convocó el congreso de “negacionistas” del Holocausto está a la misma altura de la película. Puede que cuando se representa al ejército persa como una avalancha inconmensurable de monstruos deshumanizados sólo se esté haciendo ficción, la presentación de un inminente y lucrativo videojuego; pero la aberrante lectura moralista que destila el guión merece una crítica.

Mientras el Rey Leónidas y sus hombres aparecen como una pasarela de pectorales, abdominales y bíceps brillantes, bien depilados, con una faldita cuidadosamente plisada para que exhiba un muslo duro de percherón, al “Rey de Reyes” lo han convertido en un gigante de sexualidad ambigua idolatrado por una decadente corte de transexuales y concubinas. No suscribiría a Billy Wilder cuando dijo que “no me gustan las películas en las que el protagonista masculino tiene más pecho que la chica”. Pero sí puedo decir que me molesta que en Jerjes se regocijen esos reprimidos ascetas fanáticos de doble moral para asociar el amaneramiento o la sexualidad poco ortodoxa como un signo de decadencia moral.

300 es cine de propaganda disfrazado de espectáculo de luces, color, acción trepidante, brutal dinamismo y planos soberbios. Un panfleto que elogia la guerra como único instrumento útil para aspirar a la paz y proteger la libertad.



Ni Maratón ni Salamina

Entiendo por qué el cine americano prefiere a los 300 de Leónidas al Batallón Sagrado de Tebas, pero no acabo de entender por qué las victorias atenienses no le resultan tan épicas. Ha preferido idealizar a Esparta a pesar de que –como dice César Fornis en Esparta: historia, sociedad y cultura de un mito historiográfico (Crítica, 2003)- sabemos muy poco sobre ella: la arqueología (que no ha podido encontrar ni una sola necrópolis) y la epigrafía (escasa en una polis con rudimentarios procesos institucionales) nos obligan a fiarnos de las fuentes escritas. Por ellas vemos que la “laconofilia” de Hollywood no es nueva, apenas continúa con la que ya despertó entonces la díaita (la dieta, el modo de vida espartano) y la superioridad técnica de la falange hoplítica entre los estratos sociales acomodados de las otras polis, críticas con la democracia ateniense. Por eso Herodoto infla las cifras de la formación persa: para exaltar aún más la gesta griega.

La ausencia de fuentes fiables nos impide entender por qué un estado que sufría de una oligantropía casi crónica, -provocada por la guerra continuada, la homosexualidad institucionalizada, los matrimonios tardíos, las prácticas eugenésicas…- malgastó en 480 aC las vidas de una clase dirigente tan útil para mantener el orden social en la polis. Quizá “Termópilas” (recientemente publicada por el gran especialista en Esparta, Paul Cartledge) nos ayude a entender -mejor que el cine- aquel episodio, ejemplo máximo de sacrificio ante una misión imposible...

viernes, 16 de marzo de 2007

LOS JINETES DEL APOCALYPSIS LLEVAN CORBATA, NO TAPARRABOS





Tras un suculento ágape en “les quinze nits” discutía un domingo por la tarde sobre « Apocalypto » con mis amigos « L » y « J ». Con el conocimiento de causa que me otorgaba NO haberla visto, me dispuse a opinar sobre lo que desconozco cual contertulio de la COPE. Reconozco que de Mel Gibson me molesta tanto su fanatismo religioso como su homofobia, aplaudida por la caterva de indocumentados que, armados con críticas a lo políticamente correcto como si de la quintaesencia del pensamiento progresista se tratara, se consagran a aplaudir, apelando a la calidad técnica, aquel esperpento de dolor infinito que Gibson tituló “La pasión”. Mi amigo “J”, dotado de una sólida formación teológica, no ha podido explicarme aún por qué aquella película obvió el mensaje más importante del legado de Jesús: “Amaos los unos a los otros” (olvido por otra parte compartido por tantos fariseos con sotana).

Y es que a mi lo más significativo de Gibson siempre me ha parecido que es lo que NO cuenta en sus películas. Su técnica es conmover al espectador removiéndole previamente las tripas con violencia descarnada. Algo difícilmente criticable en estos tiempos de cine gore excesivo y barroco. Pero justificar toda esa violencia con el argumento de que fue cierta encierra una trampa: la de tomar “la parte” por “el todo”. Apocalypto resume la civilización maya sirviéndose de los sacrificios humanos ofrecidos a Kukulkán, aquella serpiente emplumada nunca ahíta de sangre. Se quejan los detractores de lo políticamente correcto de que esa violencia estructural apenas ocupa una línea en los antropológicos ensayos escritos por americanistas fascinados por la arqueología, las matemáticas y unos calendarios de exactitud prodigiosa… Yo le daría la vuelta a esa acusación y me pregunto por qué esa película, publicitada como un retrato verídico de la civilización maya, no se refiere en ningún momento a ese nivel cultural.

No sé si esa omisión es racismo, como dicen algunos indigenistas. Pero me temo que se está argumentando la inferioridad cultural de los colonizados para que su brutalidad justifique la presencia colonial y, de carambola, la intervención en Irak. Me explico: si después de presumir de verosimilitud, una película termina con un supuesto encuentro entre los exhaustos mayas y los colonizadores españoles, hemos de pensar que tal anacronismo, desprovisto del mínimo rigor, cumple con un objetivo importante. Ignorando que la colonización fue un proceso tan violento como el mundo precolombino al que aculturizó, las carabelas al final de Apocalytpo quieren justificar la presencia del conquistador en base a dos supuestos falsos: uno, vienen a traer la civilización que el metraje de la película ha demostrado que les falta; y dos, su presencia supone el fin de aquella violencia inhumana. ¿Acaso no se legitimó con esos mismos dos argumentos la intervención occidental en Irak? “Venimos a traer la democracia (uno) y a imponer la paz (dos)”. Pero ni el Irak posterior a la invasión americana ni la América colonial parecen precisamente remansos de paz.

Estos intelectuales orgánicos neocon, y sus proxenetas del casino global, citan a Hannah Arendt para recordarnos que su “teoría del totalitarismo” iguala comunismo y fascismo. ¿Por qué no dicen que la última parte de aquella magna obra del pensamiento hacía del imperialismo la forma más sofisticada de totalitarismo?

sábado, 10 de marzo de 2007

ENTONCES LLOVIAN BOMBAS, HOY CHUZOS DE PUNTA...




Las exposiciones gratuitas del Museu d’Història de Catalunya ocupan un pequeño espacio en el vestíbulo y –normalmente- son apenas aperitivos, o postres, entre su virtual “catálogo permanente” y las grandes muestras temporales. Ahora nos ofrece en aquel rincón, sin embargo, un fascinante espacio de reflexión sobre los bombardeos que sufrió Barcelona durante la guerra civil.
Por mucho que el polémico –y a menudo algo freak- Manuel Trallero saludara su estreno con el típico exabrupto sobre las checas (seguramente cargado de buena intención crítica, pero algo gore teniendo en cuenta a qué intereses sirve esa queja), de QUAN PLOVIEN BOMBES apenas se puede criticar el tamaño: sus discursos historiográficos (más que el tema en sí) merecían más espacio, o deberían haber moderado esa ambición de querer decirlo todo tan propia del artista nobel o del escritor debutante.
La exposición sitúa aquella tragedia en el proceso de sofisticación de la brutalidad bélica que empezó cuando la Gran Guerra comprometió todos los recursos de las sociedades que se vieron involucradas... La confusión entre campo de batalla y retaguardia culminaría cuando la sociedad civil se convirtió en objetivo militar. Camino de Hiroshima, los bombardeos de Barcelona no serían entonces más que un eslabón más en la creación de un nuevo modelo bélico. España fue la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial si atendemos a las armas y técnicas que Alemania (en Guernica) e Italia (en Barcelona) ensayaron…
Una exposició no és un llibre”, nos decía Xavier Domènech, uno de los comisarios de la muestra, en la visita comentada que nos ofreció con magistral y emotiva erudición. Y sin embargo, Quan plovien..., ofrece al visitante una avalancha de información –hábilmente distribuida sobre la topografía de la ciudad gracias a sofisticados recursos audiovisuales-, e interesantes tesis (probablemente defendidas también en sesudos ensayos, pero no de forma tan atrayente). Para empezar está la reivindicación de la reacción formativa emprendida por la ciudadanía republicana para asimilar, integrar en su vida, aquella nueva experiencia hasta entonces nunca vista. Hubo iniciativas vanguardistas emprendidas por las instituciones para salvaguardar vidas: conferencias, opúsculos, emisiones radiofónicas, pasquines, carteles para preparar a la población; también sirenas, alarmas, reflectores, defensas antiaéreas y simulacros que –a la vista de la experiencia posterior- nos pueden parecer normales, pero entonces eran nuevas e innovadoras estrategias de protección de los civiles. ¡Preocupación a la que, dicho sea de paso, el bando contrario no tuvo que dedicar ni una neurona!.
Pero hubo también una respuesta específica e inmediata de la ciudadanía: la construcción de más de 1300 refugios que se impulsaron desde el tejido asociativo. Comisiones de fiestas o juntas de vecinos coordinaron trabajos, asesorados por técnicos municipales, improvisando material en las casas derribadas por los propios bombardeos, de las barricadas levantadas para luchar contra el Alzamiento, o de las iglesias quemadas aquel triste verano de 1936. Por tanto, el mapa de los refugios lo es también de una sociedad civil rica y dinámica que optó por la defensa colectiva antes que por la salvación personal.
En estos tiempos de individualismo en estampida, afirmar que la supervivencia personal pasa por el trabajo en común tiene un valor subversivo. Ese mensaje es uno de los pequeños electro-shocks que una sociedad civil algo adormecida necesita hoy para insuflarle vida a una ciudad que resiste peor la lluvia ácida del pensamiento neoliberal que las 44 toneladas de bombas que cayeron sobre ella, por ejemplo, entre el 16 y el 18 de marzo de 1938.

viernes, 2 de marzo de 2007

ANTONIETA Y LA INTIMIDAD (SEGÚN SOFIA COPPOLA)



Madame Vigée-Lebrun inmortalizó a María Antonieta sosteniendo una rosa en un ambiente rural que sugiere el follaje del Trianón: parece un jardín romántico “a la inglesa”, desordenado y frondoso, bien distinto de la naturaleza ordenada y geométrica, sometida al poder real, propia de los jardines versallescos. Ese retrato desprovisto de majestuosidad contiene por sí mismo las claves de su tragedia. En el Petit Trianon la reina podía ignorar la etiqueta y vivir sin coacciones, pero aquella huida de los espacios de representación de la magnificencia real dio sustancia aparente a los rumores que cuestionaban su virtud… Al abolir las cenas en público, y rehusar la compañía de sus damas, la reina hacía algo peor que cosechar rumores: rompía el lazo en el que la nobleza depositaba sus esperanzas de promoción social. Además de despertar la envidia nobiliaria, la camarilla de advenedizos de la reina desmerecía la monarquía: sus muestras de confianza en las carreras de caballos y su excesiva familiaridad durante los juegos de naipes desnudaban a la monarquía del ceremonial que encumbraba su divinidad. Cuando Sofía Coppola retrata aquella “disipación” como inofensiva se le podría apostillar que una reina así ya no está por encima del género humano, que huir de la etiqueta es desacralizar un orden que se pretende inalterable. Y asomarlo al abismo…
Irse de compras con sus amigas, dejarse peinar con audacia por sus amigos gays, competir en extravagancia, son pasatiempos tan nuestros que nos parecen inocentes. Coppola los ha elegido con cuidado, porque no cuenta tanto retratar la frivolidad caprichosa de Antonieta como exculpar la nuestra. La felizmente anacrónica banda sonora es más que un recurso postmoderno; quiere identificarnos con su personaje porque Antonieta tiene algo en común con nosotros: vive al borde del abismo, intentando ignorar que su inconsciencia agita el caos, lo materializa, lo hace inminente. Si consigue hacernos ver que Antonieta no era culpable, nos exculpa también a nosotros de los desequilibrios de la globalización.
¿Permaneceremos encerrados en este Versalles de lujos y comodidades que es el Primer Mundo? ¿Nos consagraremos a disfrutar de nuestros sofisticados placeres, nuestro consumismo crónico y nuestra artificial ceremonialidad, mientras París (o el planeta) se derrumba?
Cuando nos apiadamos de Antonieta por su soledad en aquel palacio tan grande y tan frío, tan solitario a medianoche, tan esperpéntico cuando el minué y el rapé dejan paso a la resaca, empatizando su soledad con la nuestra, ¿no estamos disculpando nuestra pereza autocomplaciente y nuestra ausencia de compromiso?
Como dice Antonia Fraser, "Antonieta jalonaba su vida de excursiones, cacerías, bailes y teatros. Nunca se preocupó de que alrededor de la ópera de París se extendía una ciudad gigantesca llena de pobreza y malestar, que detrás de los estanques del Trianón, con sus cisnes y pavos reales, las casas campesinas tenían sus graneros vacíos, que detrás de las verjas doradas de su parque pasaba hambre y alimentaba esperanzas un pueblo de millones de almas". Muchas veces ya han lanzado sus mendrugos de pan contra nuestras ventanas, han intentado forzar la verja de este inmenso palacio europeo que intenta blindar sus frontera, les hemos visto implorar nuestros sobrantes… ¡somos tan responsables como Antonieta!