Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.
"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

domingo, 24 de diciembre de 2006

LA PRIMAVERA REPUBLICANA, Y EL INVIERNO HISTORIOGRÁFICO


La primavera republicana del Museu d'Història de la Ciutat de Barcelona explora todo tipo de nuevos lenguajes expositivos. Ni el pintalabios que se convierte en bala, -símbolo de la evolución del régimen republicano- ni los pasos exiliados que acompañan al visitante a la salida de la sala forman parte de un montaje convencional. Sin embargo, sus visitantes han dejado escritas opiniones como "pirotecnia visual", "parece un escaparate comercial", "tratamiento superficial"... ¡Pasó el tiempo de las aburridas muestras de inacabables carteles y estáticas piezas mirándonos desde transparentes vitrinas! ¡Pero llegan los experimentos postmodernos que, apelando a sensaciones y sentimientos, permiten que la forma se coma el fondo!
El tema es más serio que cuestionar una acción creativa: habida cuenta que son pocos los espacios en los que es posible hoy expresar en términos historiográficos rigurosos la importancia de la obra legislativa de la Segunda República para poder, así, reivindicar la memoria de los que que pagaron con la vida su compromiso con aquel proyecto, la musealización que se ha llevado a cabo es un insulto. El chasco de quien espera hacer balance de aquellos años supera con creces cualquier empatía con sus salas.
Eso no quiere decir que esperara un sesudo ensayo en cada pared del museo. Esperaba escuchar las voces de los vencidos, devolvernes la dignidad que les negaron, cantar sus gestas y -por qué no- exhibir sus contradicciones.
Si tememos abordar los errores de la república en guerra estamos dando cancha con nuestro silencio a quienes, para justificar la dictadura franquista y salvaguardar las propiedades que su rastro de sangre les legó, se consagran a vomitar injurias sobre el supuesto jacobinismo de la izquierda republicana. Hoy siguen jaleando sus exabruptos apelando a supuestas conspiraciones (desmentidas por Southworth en una obra póstuma), la pretendida "persecución" de los católicos, y su violencia política.
Creo que cualquier reivindicación de la Segunda República como primera democracia española no debe esconder, por ejemplo, la repugnante tragedia de Paracuellos. Y es que es nuestra constricción por aquella salvajada la que evidencia la falta de arrepentimiento de la derecha, su incapacidad para la clemencia y la generosidad, cuando niega el derecho de los izquierdistas de entonces a salir de la cuneta en la que los dejaron retorcidos.
No estoy abogando por la culpabilidad de todos, ya que no se habla tanto de culpabilidad como de recuperación: se trata de dignificar el recuerdo de los republicanos que cayeron, finalizar su criminalización y ofrecerles el homenaje que su esfuerzo merecía; mientras las otras víctimas eran acogidas en mausoleos, elevadas a la categoría de mártires y exaltado su recuerdo en calles y placas. Y también se trata de explicar que las violencias que segaron vidas en el interior de cada una de las dos geografías enfrentadas fueron esencialmente distintas.
Así lo contata Carlos José Márquez en Cómo se ha escrito la guerra civil española (Lengua de Trapo, 2006). Se trata de un libro importante, que recoge las interpretaciones sobre el conflicto de 1936-1939 desarrolladas sucesivamente por franquistas, aperturistas, comunistas, anarquistas, hispanistas, partidos de la Transición y -recientemente- revisionistas y recuperacionistas. De la represión emprendida por descontrolados en la "zona republicana" hace importantes reflexiones:
Para empezar, los sacerdotes terriblemente asesinados no lo fueron por su condición de católicos, ni por hacer testimonio de su fe como cristianos, sino por sus acciones políticas (reales o supuestas). En cambio, los represaliados en la zona nacional si lo fueron por sus ideas, con la quirúrgica intención de extirpar del cuerpo político de la nación cualquier señal de modernidad.
En segundo lugar, el primer objetivo de aquella violencia fueron los pistoleros de los sindicatos libres y los empresarios que los financiaron. Muchos de aquellos episodios fueron pues una represalia contra veinte años de terrorismo patronal.
Finalmente, aquella violencia no se alimentaba de factores ideológicos: mientras Vallejo-Nájera calificaba como "infrahumanos" al objeto de su violencia, los discursos de instituciones y personajes públicos republicanos condenaban la violencia y trabajaban por impedirla. Algunos ejemplos: el poeta Juan Ramón Jiménez escribía que "todos hemos podido oír radiados los discursos de la Pasionaria, o de Indalecio Prieto, incitando a los milicianos al respto de vidas y haciendas. Aquel discurso, mejor, aquella oración que yo oí de ella en Madrid, debió de haberlo llevado todo combatiente consigo (...) es terrible comparar esas palabras con las de lso generales sublevados". Juan Ramón también había escuchado a Indalencio Prieto decir... "Ante la crueldad ajena, la piedad vuestra; ante la sevicia ajena, vuestra clemencia; ante los excesos del enemigo, vuestra benevolencia genrosa. ¡No los imitéis! Superadlos en vuestra conducta moral y en vuestr generosidad! Yo nos pido, conste, que perdáis valor en la lucha, ardor en la pelea. Pido pechos duros para el combate, pero corazones sensibles, capaces de estremecerse ante el dolor humano y de ser albergue de la piedad, tierno sentimiento sin el cual parece que se pierde lo más esencial de la grandeza humana".
Tercer ejemplo: Laín Entralgo -nada sospechoso de dogmatismo izquierdoso, diría yo- reprocharía años más tarde que mientras "Azaña denunciaba los crímenes de la España roja, en la España nacional no hubo actividades equiparables a las suyas. ¿Por qué?".
Todos esos matices y testimonios no justifican, pero sí diferencian, la violencia que se produjo en la retaguardia republicana. Asumirla deja patente que el asesinato sumarísimo vivido en la zona nacional es distinta: sofisticada, sistemática, institucionalizada. No se trata de una violencia reactiva -como dicen los apologistas de la dictadura-, sino que es constitutiva de la esencia de un nuevo régimen. Hasta me atrevo a decir que la violencia exterminadora forma casi parte del organigrama institucional del "estado campamental", y después, de la Nueva España, desde el momento en que el General Mola dicta la Instrucción Reservada.
Dejamos en evidencia la campaña de desprestigio contra la Segunda República cuando asumimos los horrores vividos en su retaguardia. Recogiendo las actitudes de Azaña, Prieto, o Zugazagoitia, condenando sin paliativos incluso la violencia desencadenada por el miedo a la "quinta columna" y la inminencia del ataque a Madrid, así es como obviamos la ruindad de los miserables que titulan sus libros "la república que acabó en guerra". ¡Como si hubiera acabado así ella sóla! ¡Oigan, que fue el golpe el que desencadenó la revolución, y no al revés!

lunes, 11 de diciembre de 2006

FRAGONARD VISITA BCN! (pero apenas hay un beso furtivo)






















Acudí a la exposición que, en Caixaforum, conmemora el bicentenario de la muerte de Fragonard. Afortunadamente, no había leído nada antes en la prensa: así pude experimentar una sacudida tremenda al aparecer ante mi, por sorpresa, la última pieza. Por si tengo algún lector, no diré más: me parece injusto que se desvele, sin respeto alguno por el visitante, la presencia de la obra del nigeriano Yinka Shonibare que constituye el momento más emotivo del paseo artístico. El resto me pareció, en mi supina ignorancia, algo intrascendente. Y no sólo porque lamenté la ausencia de las obras de temática erótica: El columpio más conocido de la historia del arte, que no está en Caixaforum, fue un encargo de un obispo para adornar la alcoba de su amante.
En cambio, el comisario del evento decía en su presentación a los medios que Fragonard comparte con Picasso un talento extraordinario, una voluntad de reinterpretar a los clásicos y una increíble capacidad productiva. Parece obvio que Jean Pierre Couzin se ha planteado el evento como un sesudo ensayo que amplía nuestro conocimiento del artista. Y sin embargo, la pintura de Fragonard me pareció tan insustancial que salí preguntándome por qué nuestra ociosa sociedad mediático-festiva, a menudo frívola, reinvindica la bucólica joie de vivre de la nobleza francesa del setecientos. Aquel mundo supuestamente idílico (sobre todo ahora que la historiografía conservadora pretende haber desmontado el mito de la revolución), ¿acaso no comparte con el nuestro sus ropas vaporosas y sus interiores color pastel?
Cuando el París festivo quedó atrás y la revolución puso de moda cuadros con motivo, más preocupados por el qué se pinta que por el cómo, la nueva sociedad emergente rechazó el erotismo de Fragonard, considerándolas propias del gusto de la corrupta aristocracia del antiguo régimen. Fragonard se adaptó con relativa facilidad: si alguno de sus trabajos más refutados le había costado años cobrarlos, sus nuevos clientes burgueses pagaban al contado. Tuvo, eso sí, que abandonar la picante pintura de alcoba para ofrecer retratos de virtuosas familias adineradas. Por eso Madame du Barry le retiró el encargo de la serie "Los progresos del amor": el rococó perdía ya influencia a favor de los motivos clásicos. El descubrimiento de Herculano y Pompeya ofrecía además la posibilidad de avanzar en la idealización de la antigua Roma.
Un aspecto positivo del discurso historiográfico de la muestra de Caixaforum es la lectura de género, que nos permite conocer a una cercana colaboradora de Fragonard: su cuñada Margueritte Gérard. Mientras celebro que podamos disfrutar del testimonio de una mujer artista, siempre silenciadas, habrá quien denuncie que sólo la reconocemos en tanto se la relaciona con un hombre artista. ¡Apasionante tema de discusión!