Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.
"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

domingo, 27 de febrero de 2011

ROGER CASEMENT SEGÚN VARGAS LLOSA (1): EL “BARTOLOMÉ DE LAS CASAS BRITÁNICO”



Ha querido la casualidad que Mario Vargas Llosa estrenara su novela sobre Roger Casement, justo cuando la organización SURVIVAL ha publicado unas imágenes sobre indígenas no contactados en Brasil. Se trata de unas poblaciones muy vulnerables porque, al no tener contacto regular con el mundo exterior, carecen de inmunidad frente a las enfermedades que podrían transmitirles, por ejemplo, los trabajadores de la petrolera española Repsol-YPF, que no opera demasiado lejos. Al rememorar el impacto de la depredación occidental en África y América, quizá la novela de Vargas Llosa contribuya a levantar voces como la que en su día alzó Roger Casement. "El sueño del celta" es su historia...

La desaparición del doctor Livingston en África, y la aventura de Stanley buscándolo, llenaron la imaginación infantil de Roger Casement de selvas, fieras, paisajes indómitos y hombres intrépidos. Por eso se enroló en la expedición de Stanley al Congo en 1884, convencido de que “llevar al África los productos europeos e importar las materias primas que el suelo africano producía era, más que una operación mercantil, una empresa a favor del progreso de los pueblos detenidos en la prehistoria, sumidos en el canibalismo”.



Pronto se desengañó: el rey de Bélgica se reservó un dominio para su explotación personal (1886) y reclutó una milicia que “se enquistó, como un parásito en un organismo vivo, en la maraña de aldeas diseminadas en una región” del tamaño de Europa, y cayó sobre los africanos como una plaga más depredadora que las langostas, porque “soldados y milicianos de la Fuerza Pública eran codiciosos, brutales e insaciables tratándose de comida, bebida, mujeres, animales, pieles, marfil, y en suma, de todo lo que pudiera ser robado, comido, bebido, vendido o fornicado”.



La explotación del caucho –que tanto necesitaba Europa para impulsar la Segunda Revolución Industrial-, se legitimaba, pese a su salvajismo, con discursos que se prometen filantrópicos, pero son, en realidad, racistas, y que la novela de Vargas Llosa recrea con verosimilitud en la página 41: “Vendrán misioneros que los sacarán del paganismo y les enseñarán que un cristiano no debe comerse al prójimo. Médicos que los vacunarán contra las epidemias y los curarán mejor que sus hechiceros. Compañías que les darán trabajo. Escuelas donde aprenderán los idiomas civilizados. Donde les enseñarán a vestirse, a rezar al verdadero Dios, a hablar en cristiano y no en esos dialectos de monos que hablan. Poco a poco reemplazarán sus costumbres bárbaras por las de seres modernos e instruidos. Si supieran lo que hacemos por ellos, nos besarían los pies. Pero su estado mental está más cerca del cocodrilo y el hipopótamo que de usted o de mí. Por eso, nosotros decidimos por ellos lo que les conviene y les hacemos firmar esos contratos. Sus hijos y nietos nos darán las gracias”. En virtud de esos contratos los congoleños se convertían en cargadores o recolectores de caucho, pese a que sus caciques insistían en “que no podían desprenderse de hombres indispensables para cuidar los sembríos y procurar la caza y la pesca de que se alimentaban. A menudo, ante la cercanía de los reclutadores, los hombres en edad de trabajar se escondían en la maleza. Entonces comenzaron las expediciones punitivas, los reclutamientos forzosos y la práctica de encerrar a las mujeres como rehenes para asegurarse que los maridos no escaparían



La denuncia de los abusos cometidos en el Congo que Casement redactó fue publicada por el gobierno inglés en 1904. La polémica abierta por aquella letanía de látigo, cadenas y manos cortadas, verdadero icono del régimen leopoldino, permitió que le encargaran también un Informe sobre el Putumayo (1912), en el que denunció la explotación brutal a la que la Peruvian Amazon Company sometía a los indígenas. A la vuelta del Amazonas, Casement se convirtió en un dinámico activista dispuesto a convencer a la próspera sociedad europea de que había que dictar un escarmiento ejemplar para el rey del caucho, el peruano Julio César Arana.



Resulta curioso comprobar que los argumentos que Vargas Llosa pone en boca de los colonizadores se parecen a los que él mismo (u otros apologistas) ha utilizado en ocasiones para defender la globalización. Recuerdo la entrevista que Jordi González realizó hace unos años en un magazine televisivo nocturno a un prestigioso economista catalán que disculpaba las agotadoras jornadas laborales en las fábricas de una multinacional en el sudeste asiático diciendo que era bueno que las niñas durmieran junto a los telares porque así se evitaba que vagaran por la selva a merced de las minas anti-persona. Casement escucha también en la Amazonía idioteces de ese calibre, como que “sería mil veces peor que crecieran en las tribus, comiéndose los piojos, muriendo de tercianas y cualquier peste antes de cumplir diez años”. “Póngase en su lugar por un momento”, hace responder Vargas Llosa a Casement. “Están allí, en sus aldeas, donde han vivido años o siglos. Un buen día llegan unos señores blancos o mestizos con escopetas y revólveres y les exigen abandonar a sus familias, sus cultivos, sus casas, para ir a recoger caucho a decenas o centenas de kilómetros, en beneficio de unos extraños, cuya única razón es la fuerza de que disponen”. El aludido responde sin la mínima empatía: “Yo no soy un salvaje que vive desnudo, adora a la anaconda y ahoga en el río a sus hijos si nacen con el labio leporino. Pone usted en el mismo plano a los caníbales de la Amazonía y a los pioneros, empresarios y comerciantes que trabajamos en condiciones heroicas y nos jugamos la vida por convertir esos bosques en una tierra civilizada. (…) Según su criterio, los peruanos tendrían que dejar que la Amazonía continuara en la edad de piedra por los siglos de los siglos. Para no ofender a los paganos ni ocupar esas tierras con las que no saben qué hacer porque son perezosos y no quieren trabajar”.

La pésima lectura de Darwin contenida en esos argumentos tiene mucho en común con la mala lectura de Adam Smith que hacen los neoliberales, cuyos platos rotos estamos pagando hoy. El flamante premio Nobel discutía con Jorge Semprún en El País (1 de septiembre de 1996) celebrando que “estamos asistiendo a un fenómeno extraordinariamente positivo, quizá lo mejor que le ha ocurrido a la humanidad en toda su historia: la internacionalización total del planeta, la disolución progresiva de fronteras en todos los campos, en lo cultural, en lo tecnológico, en lo económico”. Ignoraba conscientemente los efectos devastadores del fenómeno, el incremento de las desigualdades, la sobreexplotación irresponsable del planeta. Me dirá el insigne escritor que el imperialismo era mucho peor, pero me temo que –por mucho que las cifras macroeconómicas con las que celebramos el reciente éxito de la India se quieran desasociar del Congo colonial- la relación desigual entre globalizadotes y globalizados tiene mucho en común con la que unía a las colonias con sus metrópolis. Y que no se pueden ridiculizar, como él ha hecho en ocasiones, las teorías representadas por Chomsky (El beneficio es lo que cuenta. Neoliberalismo y orden global, Crítica, 2000), Susan George (“El Informe Lugano: preservar el capitalismo en el s. XXI”, Icaria, 2000), o el NO LOGO de Naomí Klein (Paidos, 2001).

En un pasaje de la novela, Joseph Conrad le dice que Roger Casement que debiera figurar como coautor de "El corazón de las tinieblas" porque "usted me desvirgó". Le habrán abierto los ojos también ahora a Vargas Llosa? ¡Nunca es tarde si la dicha es buena!

miércoles, 23 de febrero de 2011

GABRIEL CARDONA EN ACCIÓN



Recientemente ha fallecido el historiador Gabriel Cardona, al que tuve de profesor durante la carrera. Sólo cursé una asignatura troncal con él, en segundo, una Historia contemporánea de España obligatoria; y sólo fue un trimestre, pero la verdad es que guardo cálidos recuerdos de aquellas tardes frías de otoño en el campus de Diagonal. Era un aula larga, de grandes ventanales, tras los que la silueta del profesor se recortaba sobre el cielo mortecino de la tarde –caía la noche durante esa hora y media- y apenas se iluminaba cuando, algo más al fondo, a su espalda también, el Camp Nou despedía una luz azul eléctrica cada vez que tocaba partido. Guardo los apuntes de aquellas clases como oro en paño porque fueron los más inclasificables de toda la carrera, y hoy me he decidido a escribir sobre ellos porque leerlos me hace reír y me permiten acordarme del ingenio docente de Gabriel Cardona.

Su marcha cuesta de superar: no sólo porque ha sido consecuencia de un desgraciado accidente y porque faltaban pocos días para que presentara “Las torres del honor”, sino porque perdemos a un observador lúcido y crítico del “problema militar” español, que hacía gala de una ingeniosa lucidez, comprometida y valiente. Estos días es imposible no leerle, porque todas las revistas incluyen alguna colaboración suya con motivo del trigésimo aniversario del 23F y de la publicación de sus recuerdos en el cuartel durante aquella misteriosa jornada. Al hacerlo, uno se da cuenta de las brillantes aportaciones que aún podría haber hecho, pero también de su compromiso con la transmisión –en un registro accesible- de los conceptos y procesos más complejos.

Tengo apuntado que ya el primer día de clase se lamentó de que “estamos pegados a Europa pero no siempre tenemos allí la voluntad, la razón o el corazón” y destacaba a las personas que –en los últimos doscientos años- han entregado su vida a hacer de este país un espacio “en el que tengamos derecho a discrepar, pensar y opinar sin que nos molesten demasiado”, añadiendo que se dejaron la piel por traer “algo maravilloso que había al otro lado de los Pirineos, a lo que llamaban libertad”.

Anoté que empezó el curso hablando de “La familia de Carlos IV”, de Goya, "un cuadro en el que el no parece tonto es que lo es”, y que los Borbones se dedicaban exclusivamente “a la misas, las cacerías y las queridas, pasatiempos con los discrepo o para los que no tengo edad”. Emprendíamos la invasión napoleónica escuchando que “los franceses han sido buenos vecinos, porque nos enseñaron a pecar. ¡Pecar nos humaniza! Qué sería de París sin la lujuria y la gula…”. Pocos días después nos presentaba la Constitución de Cádiz diciendo que “a mi el grito de Viva La Pepa me sigue emocionando”. Apunté que, para diferenciarlos, decía que “los liberales progresistas creían que los obreros tienen derecho a un bocadillo diario y poco más; y los moderados creen que sólo a un trozo, y si se lo ganan”; o que el liberalismo doctrinario consiste en “que deben mandar los más capacitados. Es decir, los ricos; porque si los pobres no se hacen ricos es porque son tontos, de acuerdo con la forma de pensar de los ricos”.

Un día citó a Marx y puntualizó que “no tiene nada que ver con los hermanos del camarote”, y otro afirmó que “Nueva York es el orgullo de la humanidad y la vergüenza del capitalismo. Lo primero porque gente de todas clases vive junta sin matarse; lo segundo porque vive mal”. Al hablar del Desastre de 1898, nos dijo que “si los españoles hubieran querido volar el Maine, se habrían equivocado de barco”. Y al denunciar a la burguesía esclavista dijo que “todos estaban convencidos de que los negros no tenían alma, hoy sabemos que los blancos tampoco”, y confesaba que “no quiero hacer una historia partidista, pero es que a mi las víctimas me caen bien”.

Me acuerdo de que cada vez que la explicación le obligaba a escribir el nombre de Franco en la pizarra, al cabo de unos minutos se detenía un segundo, miraba en silencio la palabra escrita y, de pronto, se precipitaba sobre el estrado diciendo “voy a borrarlo, no vaya a ser que resucite”. Otra perla: “España es el país más importante de la historia del anarquismo, aunque no de las ideas anarquistas. España, de hecho, no es importante en la historia de las ideas de nada. En todo caso, de las malas ideas”.

He de confesarte, maestro, que copio algunos de esos latiguillos en clase, y que –pese al salto generacional- siguen teniendo éxito. Lo hago porque quiero inspirarme en los mejores, por eso alguna vez les he contado a mis alumnos que tenía un profesor que acababa algunas clases preguntando “¿ha quedado lo suficientemente confuso como para que sea cierto?”. Y es verdad que la realidad siempre es compleja, y casi nunca como nos gustaría: “la gente, harta de tanta incertidumbre, no se apasiona con los cambios. Tú le dices a la gente, señora qué quiere, la revolución o un televisor en color. Y hartos de problemas porque la libertad no se come, se quedan con la tele”, se lamentaba un día.

Cuando empiezo un libro de Gabriel Cardona -tengo sobre la mesilla de noche su último trabajo sobre Alfonso XIII, esperándome- siempre pienso que, arrancándonos tres carcajadas con sus gracias, sólo pretendía despertarnos la curiosidad para que nos lanzáramos sobre la bibliografía. Despertarnos dudas era una estrategia consciente porque –como nos dijo el último día de clase de aquel curso- “pensar supone a menudo quedarnos desnudos ante la realidad. Uno se siente más arropado con la fe, pero aquello para lo que se necesita fe para creer suele ser mentira”.

Gracias, maestro, por recordarme el valor de vivir a la intemperie. Y que el pensamiento nunca debe tomar asiento. ¡Le recordaré siempre!


viernes, 11 de febrero de 2011

ALEXANDRE (1): MERCHANDISING O EXTRATERRESTRE?



Aprofitant les dues exposicions ofertes ara a Europa al voltant d’Alexandre –“Encuentro con Oriente”, a Madrid, i “El inmortal”, a Ámsterdam- vaig convidar Borja Antela Bernárdez (Moaña, Pontevedra, 1977) a parlar-nos-en al Club d’Amics de la UNESCO. Aquest doctor en Història de Grècia per la Universitat de Santiago de Compostela el 2004, va publicar en gallec l’any següent la seva tesi sobre la relació d’Alexandre amb la ciutat d’Atenes. Actualment, es professor associat d’Història Antiga a la UAB, i ha publicat amb la UOC el manual “Pèricles no hi és, breu Història de l’Antiga Grècia” (2009), on proposa deixar de banda els personatges tradicionals: “Molts aristòcrates grecs han estat presents en la historiografia (…) com una demostració que era aquesta elit econòmica i cultural aristocràtica la que regulava el geni dels grecs”; i afegeix: “He preferit prestar més atenció (…) al col•lectiu”. És un llibre, doncs, molt especial, que “neix d’una inquietud molt tendra i antiga”, tal i com diu el propi autor en la introducció, en la que cita els contes del seu pare -“aquella Il·líada per a infants que ell mateix s’inventava”- i “la trobada de la llum hel•lènica als ulls de la meva dona en un viatge memorable”. També en termes tan humans com aquests Borja Antela ens va explicar Alexandre. Defugint els discursos mistèrics, que de vegades atorguen a l'excepcionalitat alexandrina tants mèrits que el fan inexplicable, un extraterrestre gairebé, Antela ens va presentar quins contextos van fer possible la gesta alexandrina.

Per una banda cal parlar del sistema polític macedonià, una monarquia basada en el mèrit personal del rei sobre una aristocràcia guerrera -els seus “companys” o “hetairoi”- dintre de la qual és el primus inter pares. El prestigi guanyat a Queronea, on va dirigir la cavallería del seu pare contra els tebans, acompanyaria Alexandre sempre. Però l’autoritat del rei macedoni no solament li venia de la victòria i del valor militar, també de l’administració dels ascensos i del botí, que explicarien que l’exèrcit el seguís fins a tant lluny. Les reformes militars introduïdes pel seu pare, Filip II, que va incorporar el model hoplític que havia après a Tebes i les llargues llances de 6 metres que farien impenetrable la falange, farien possibles les successives victòries a Àsia.

Es discuteix sovint la influència d’Aristòtil, el seu mestre, en l’imaginari alexandrí. Sigui quina sigui, el sanguinari conqueridor que arrassa ciutats vençudes, propicia gegantines matances o venja la mort del seu amant en la persona del metge que no l’ha pogut salvar, és un home culte malgrat tot. Per això evita destruir Atenes quan la venç: la considerava seu de l’intel·lecte; per això –en castigar Tebes- salva la casa del poeta Píndar. Conclusió: Alexandre és l’home llegit que reclama llibres i dorm amb la Il·líada sota el coixí. Les seves campanyes, en abocar a la Mediterrània tot el saber babiloni sobre el zodiac, les matemàtiques, el moviment dels astres, o la geometria, o en pretendre delimitar i mesurar el món conegut aleshores, són també un viatge iniciàtic de coneixement, una expedició científica.

Finalment, per entendre per què la gesta alexandrina va ser possible, hem de fixar-nos també en un discurs religiós que diferenciava els déus, immortals, dels homes, mortals; i que creia que les gestes permetien alguns homes –els herois- perviure en el record i semblar-se així als déus. Són aquestes referències mítiques –i certes per a l’imaginari grec- les que Alexandre fa servir per legitimar el seu poder. La propaganda alexandrina confecciona un llenguatge iconogràfic innovador, que pretén arribar a tots els súbdits d’un imperi tan divers com immens. Per superar la barrera de la diversitat i la llengua fa servir un discurs visual: és el primer, per exemple, que inclou el seu perfil en les monedes, amb els ulls sempre mirant al cel per recordar que és –com demostren les seves victòries- l’escollit dels déus.

D'heroi a déu (el camí cap al despotisme)


L’assimilació de la imatge alexandrina –ben controlada per un nucli tancat i privilegiat d’artistes- amb tres referents mitològics successius (Aquiles, Heracles i Dionís) sembla mostrar la intenció conscient de presentar-se com l’escollit dels déus, atorgant així a les conquestes una legitimitat d’origen diví. Les proeses fan d’Alexandre el sucesor dels herois. Quan visita, amb el seu amant, Hefasteion, la tomba d’Aquiles i el seu amant, Patroclo, està assimilant l’atac a Pèrsia amb la mítica guerra de Troia. En comptes d’escollir presentar-se com el nou Agamenó (el referent panhelènic de la Guerra de Troia), que podria tenir alguna connotació tirànica, prefereix trencar la tradicional iconografía barbada i presentar-se com un jovenet, amb la seva famosa elevació de cavell que fa que el seu semblant recordi un lleó. És el cas del bust sobre pilar trobat a Azara (obra de Lísip, avui al Lovre) o del mosaic pompeià que representa el macedoni a la batalla d'Issos i que encapçala aquest post.

Les referències al lleó augmenten després de visitar Siwah. Aleshores, deixa de presentar-se com l’heroi que combat contra els perses i pretén superar l’status heroic i publicitar la seva filiació divina. Com que la gesta l’allunya de l’ideal grec de mesura i virtut continguda, deixa enrere la identificació com Aquiles –predestinat a véncer els perses però a morir en l’empresa, i que per tant ja no li seveix com a referent- i potencia la seva identificació amb Heracles. Igual que Heracles va véncer el lleó de Nemea, ell ha vençut el Gran Rei (i el lleó, al qui solament podien matar els reis, és també rei del món animal!). Adoptar la imitació del seu pretés ancestre, Heracles, és reclamar una filiació divina. Alexandre està avançant en el procés de divinització i, per tant, reforçant el seu poder personal.

Ja tornant de l’Índia, sovintejen les representacions com a Dionís. Ha superat la gesta del fill de Zeus, i –com el Déu del capgirament- ho ha capgirat tot: ara és ell qui governa el món. Folla de deliri bàquic, la seva comitiva cortesana crema el Palau de Xerxes a Persèpolis. Fa servir la història de Dionisos perquè els qui havien negat la seva naturalesa sobrenatural havien estat castigats. La imatge del déu venjatiu, que destrueix els qui neguen el seu poder, podria constituir una advertència als opositors. Assimilar-se a Dionís li permetria defensar per la força la seva naturalesa divina no reconeguda. Segons Borja Antela ha escrit, tota aquesta elaboració propagandística successiva (que passa per les tres fases d’heroi, heroi-déu i déu mateix) amagaria l’existència d’un projecte de govern, encara que la mort prematura del rei macedoni ens priva de les dades necessàries per comprendre’l.

Que aquest llenguatge alexandrí del poder va tenir èxit ho demostra el fet que el personatge ha arribat fins a nosaltres envoltat d’una admiració èpica. Les dues exposicions ensenyen que la seva gesta ha enlluernat la humanitat generació rera generació. La “imitatio Alexandri”, de fet, va seduir personatges de tota mena: quan penses en un home que va viure 33 anys com a fill de Déu, convertint-se en Déu al morir, després d'un bon grapat de gestes miraculoses ... en qui penses?

sábado, 5 de febrero de 2011

CONSTRUIR LA REVOLUCIÓN: ARTE Y ARQUITECTURA EN RUSIA 1915-1935



Ha sido interesante hoy vagar en Caixaforum por la exposición que comparte título con este post. Aunque de difícil lectura para los que cojeamos en arte, me ha parecido un evento importante: es la primera vez que un discurso cultural dedicado a un público generalista nos recuerda los aciertos de la revolución soviética y cómo se estrellaron frente al giro reaccionario del totalitarismo stalinista. Como dice el programa de mano, en el período estudiado, “Rússia va viure un període d’intensa activitat en el camp de les arts plàstiques i l’arquitectura, amb el desenvolupament d’un llenguatge radical i innovador” en el que “seguint l’exemple de l’arquitectura moderna europea, la funció dictava la forma externa, que es manifestava a través de formes geomètriques pures sovint sostingudes per pilars sense ornamentació, amb finestres horitzontals continúes i cobertes planes”. Se pretende despertar interés por esos edificios, hoy en estado lamentable, y crear así una conciencia internacional que pueda recuperarlos y rehabilitarlos.

La exposición se organiza por tipos de edificios, y presenta un triple diálogo entre las fotografías antiguas de cada proyecto -pertenecientes al Museo Estatal de Arquitectura Sxússev -, las que ha realizó el fotógrafo Richard Pare entre 1992 y 2001, y las obras de arte creadas por las vanguardias rusas que hoy forman parte de la Colección Costakis del Museo de Arte Contemporáneo de Tesalónica.

El nuevo estado nacido de la revolución requería nuevos edificios: comunas y comedores comunitarios (que querían liberar a la mujer de la cocina en el hogar para incorporarla como fuerza de trabajo), equipamientos deportivos para el proletariado victorioso, fábricas y centrales eléctricas con los que superar los ambiciosos planes de industrialización. Los arquitectos que protagonizaron este estallido de creatividad experimental superaron el reto que suponía para la industria de la construcción, pero se estrellaron contra el programa estético del stalinismo.



En el apartado de las construcciones del poder, destaca el Edificio Izvestia (Moscú, 1927) de Grigori y Mikhail Barkhin, la redacción de uno de los periódicos oficiales del partido bolchevique, un proyecto inspirado en la propuesta de Walter Gropius y Hans Meyer al concurso del Chicago Tribune en 1922. También se nos enseña el Edificio del Gosprom en Khàrkov (Ucrania), que Eisenstein utiliza como ciudadela burocrática bolchevique en la película “Lo viejo y lo nuevo”, y la torre de radiodifusión Kàbolovka (Moscú, 1922) de Vladimir Xúkhov, la primera estructura industrial construida tras la revolución de 1917 para difundir el mensaje revolucionario del Komitern. También el mausoleo de Lenin (foto) perseguía esas funciones: incluía una tribuna de oradores adosada para proclamar que el leninismo era la base del socialismo ruso que sus sucesores debían perpetuar.

Entre los edificios industriales, destaca la fábrica de pan que Gueorgui Marsakov construyó en Moscú en 1931. Pero también están las presas gigantescas con las que el Primer Plan Quinquenal quería convertir la Unión Soviética en una potencia militar e industrial, o las centrales eléctricas que –según Lenin- eran, junto a los soviets, la esencia del comunismo.



Las viviendas constituyen el tercer tipo de construcciones estudiadas en la exposición. El éxodo rural y la industrialización forzada provocaron tal aumento del número de trabajadores en las ciudades que urgió levantar complejos residenciales a gran escala con equipamientos adyacentes, pero también guarderías, cantinas o bibliotecas. Me ha llamado especialmente la atención, sin embargo, la maqueta de la casa de Konstantin Melnikov en Moscú (1927-1931). Por su éxito en la Exposition Internacionales des Arts Décoratifs et Industriels Modernes celebrada en París en 1925, se concedió a este arquitecto un solar céntrico para que se construyera su propia casa. Pero como más tarde se mostró opuesto a la directiva stalinista de adoptar un lenguaje clásico en arquitectura, fue arrinconado del ejercicio profesional y acabó trabajando como diseñador de sistemas domésticos de calefacción.

Finalmente, en el apartado dedicado a la educación y el ocio, destacan los clubs de trabajadores con los que se quería transformar las actitudes del pueblo mediante actividades deportivas, educativas y culturales. Planificar el ocio era también promover una mano de obra sana y productiva, por lo que –durante los Planes Quinquenales- se premiaría con veraneos en sanatorios y centros termales el rendimiento excepcional de los trabajadores más entusiastas.

Todas esos paradigmas con los que el arte de la revolución había contestado a los de la burguesía (la mansión, la catedral…) pretendían levantar un mundo nuevo. Cuando le preguntan a Richard Pare, en el catálogo de la muestra, si la arquitectura podía contribuir en esa dirección, el fotógrafo responde que “una de las catástrofes de la historia de la arquitectura del siglo XX es que en Rusia no tuvieran la oportunidad de desarrollar plenamente sus ideas y ponerlas en práctica”. Me sorprendería que su búsqueda de esos edificios ignorados durante décadas, a los que los libros de arquitectura apenas dedican unas líneas, amenazados por la falta de inventario y la especulación inmobiliaria, lograra salvarlos. Y es que la demonización de la revolución imperante hoy, que no distingue entre el proyecto de Octubre y su secuestro por Stalin, nos impide distinguir entre los proyectos soñados y sus prosaicas materializaciones: en 1932 el régimen stalinista fusionó las asociaciones de arquitectos en un sindicato controlado por el partido e impuso las referencias clásicas.

No sólo en arquitectura, la primavera revolucionaria dejó paso a las siniestras purgas, y cabe exonerarla de las responsabilidades que no le corresponden porque –con la que está cayendo- nos urge dotarnos de referentes históricos que dignifiquen a quienes intentaron levantar un mundo mejor. Salvar a la revolución del dogma neoliberal que la estrangula me resulta hoy tan importante como salvar a esos edificios que constituirían –eso sí- rincones para su memoria. ¡Y también por eso la exposición de Caixaforum me ha parecido importante!