Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.
"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

jueves, 30 de diciembre de 2010

FRANCISCO DE BORJA: EL CURRICULUM OCULTO



El Palau del Lloctinent es el espacio más adecuado para la exposición Francesc de Borja virrey de Catalunya 1539-1543, que –hasta el 16 de enero- quiere conmemorar el 500 aniversario del nacimiento del IV Duque de Gandía y III General de la Compañía de Jesús. La pequeña muestra es elegante y valora con exquisitez piezas y documentos gracias a un excelente programa de mano que contiene las fuentes transcritas y un detallado catálogo. Sin embargo, es bastante plana, incluso algo anodina, si atendemos a que trata de un personaje tan fascinante, cuya complejidad apenas se intuye en el discurso expositivo.

Si el visitante se decide después a zambullirse en la bibliografía, más que un análisis científico del personaje encuentra hagiografías repletas de míticas escenas laudatorias. La estupenda biografía escrita por el poeta y ensayista Josep Piera, Premi Joanot Martorell 2009, evoca la Gandía medieval como una corte renacentista, al estilo de Ferrara, sacudida por la revuelta de los agermanados, que -al grito de “pau, justicia i germania”- pretendían que “València havia de ser comuna així com Venècia”. Desalojos como los que los Borja sufrieron durante el conflicto fueron sumariamente castigados por la virreina, Germana de Foix (“la nostra voluntad no és perdonar ningú, sino que paguen”).

Por aquel entonces el joven Francisco de Borja debutaba como sirviente doméstico –menino, dice Àlvar Garcia en un artículo incluido en el libro de mano/consulta que ofrece la exposición- en Tordesillas, “internado aristocrático” y “sanatorio real (por no decir un manicomio)". La cercanía de la realeza con la que empezaba su formación aristocrática será siempre tan estrecha que sorprende que nadie especule sobre la difícil convivencia entre la fidelidad mostrada al emperador –en misiones de extrema confianza- y el juramento de obediencia al papa que condicionará a Francisco de Borja en la Compañía de Jesús.



No resulta fácil encontrar al personaje histórico en medio de tanta literatura religiosa: los títulos que abordan su vida no escatiman el uso de expresiones como “santo duque”, ven en su inquietud piadosa la voluntad consciente de compensar los excesos de sus abuelos (como si sus hermanos no los tuvieran) y se recrean en afirmaciones como que “los emperadores, encantados con un joven tan agradable y simpático, conciertan su matrimonio con Leonor de Castro, camarera de la emperatriz y portuguesa como ella”. Sí que es cierto que, además de un matrimonio próximo, la fidelidad y eficacia en el servicio imperial le procuró una intachable hoja de servicios a la monarquía que debería despertar más susceptibilidades que elogios de santidad: ¡Echémosle un vistazo!

Además de ejercer la diplomacia para el emperador en Niza (1536), donde acompañó la agonía de Garcilaso de la Vega, veló el cadáver de la emperatriz Isabel hasta Granada (1539). La confianza imperial se demostró también en su nombramiento como virrey de Cataluña ese año. Su elección, que interrumpía la anterior serie de nombramientos eclesiásticos para el cargo, resulta más interesante que sus políticas –especialmente preocupadas por el bandolerismo, la piratería y la frontera francesa-, que se limitan a seguir las instrucciones del rey y no justifican la exposición. Las biografías al uso se centran en su pasión piadosa y le siguen de regreso a la corte ducal al fallecer su padre, y durante la crisis espiritual que –tras la muerte de su esposa (1546)- le orientó hacia los Ejercicios Espirituales. La influencia de la Compañía convertirá su proyecto de colegio para moriscos, por recomendación ignaciana y bula de Paulo III (1547), en la primera universidad jesuita, en la que él mismo se doctoró como teólogo (1550). Ese mismo año fue ordenado en secreto, para lo cual se le sustrajo del cumplimiento del voto de pobreza, lo cual demuestra lo estratégico o urgente de su captación. Antes de renunciar a sus estados, sin embargo, concertó el matrimonio de sus hijos mayores –Carlos e Isabel, como los emperadores- de acuerdo con estratégicos intereses familiares. Pese a que el emperador le quería en el séquito doméstico del príncipe Felipe, que debía desposar con una princesa portuguesa, Francisco de Borja marchó a Roma. Allí ofició en 1551 su primera misa.

Ingresar en la compañía no sólo implicaba romper con su pasado y olvidar su condición noble, también debería haber supuesto romper la fidelidad a su señor natural. Menospreciar ese aspecto no sólo es ignorar la pervivencia de las relaciones vasalláticas, sino también las tensas relaciones entre papado e imperio. ¡Francisco de Borja no sólo ingresaba en la milicia intelectual de la reforma católica, sino que se ponía al servicio del Papa en virtud del cuarto voto! Ahora bien. Del mismo modo que su fichaje podría alimentar la propaganda contra-reformista, también le situaría en una posición estratégica para los heterodoxos al servicio del emperador, entre los que se cuenta: la práctica religiosa de los jesuitas peninsulares llegó a ser objeto de la preocupación de Loyola y despertó suspicacias inquisitoriales. La concepción intimista de la religión con la que Borja coquetea, influido quizá por la Devotio Moderna, no es su único rasgo como hombre del Renacimiento: también habría que analizar su preocupación por la enseñanza, una biblioteca con más de 300 libros entre los que se contaban 27 obras de Erasmo y 11 de Vives, o la composición de la “Visitatio Sepulcro”, una representación teatral cantada que presentó en 1550 y que aún hoy es uno de los principales atractivos de la semana santa en Gandía.



Si a ese perfil le añadimos la cercanía al poder imperial, la negativa de Loyola al nombramiento como cardenal que el emperador defendía para Borja, y la reivindicación que pretendía hacer de su bisabuelo Alejandro VI construyendo una iglesia que alojara su sepultura, podríamos llegar a intuir ambiciones. Quizá sea una coincidencia que, cuando llega a Roma, Julio III reabre el concilio, y Borja es alejado de Italia confiándole el comisariado peninsular. Pero no creo que pueda serlo el hecho de que –pese a haberse convertido ya entonces en un “soldado del papa”- siguiera prestando servicios muy cercanos a la monarquía durante esta última estancia peninsular. Las noticias de que la reina Juana (la Loca) malvivía rozando la herejía, además de despertar angustias por la salvación de su alma, constituían un problema importante para la imagen dinástica que Borja, con su prestigio eclesial, pudo resolver: encauzando a la anciana viuda hacia la corte celestial con su consuelo, y garantizando así el monopolio de la explicación oficial (y sorprendentemente cuerda) de la agonía de la reina.

Acompañará también la soledad de la princesa viuda de Portugal (la que será regente Juana de Castilla), hija de Carlos V, por encargo de éste tras una visita a Yuste en la que se le podría haber encargado alguna misión relativa a la lucha por la regencia del joven rey Sebastián entre Juana (su madre) y Catalina (su abuela). Esos servicios para el emperador podrían haberle convertido en objetivo de los reaccionarios que se apoderan de Castilla y se consagran a perseguir cualquier resquicio de heterodoxia, desde los iluminados al arzobispo Carranza. Sólo su nombramiento como General de los Jesuitas le permitirá acudir de nuevo a Roma…

El personaje, a mi entender, superará su centenario sin que haya aumentado nuestro conocimiento sobre él. Cuando Santiago La Parra se propone “refutar aquella explicació segons la qual la figura del Sant Duc de Gandia seria l’antitesi de la seu llicenciós besavi” apunta en buena dirección, pero nos deja a medias. Sabemos que compartió el apellido del Papa con un orgullo explícito, pero ninguno de los retratos del personaje nos aclara en realidad quién fue.

sábado, 23 de octubre de 2010

HÉROES QUE JAMÁS FUERON DOBLADOS



Por uno de sus protagonistas, el eterno luchador Ángel Fernández, supe que la Associació per a la Memòria Històrica i Democràtica del Baix Llobregat organizaba la presentación del libro Traumas: niños de la guerra y del exilio, en Cornellá. La obra, casi quinientas páginas y más de 200 fotografías, narra las historias de vida de 28 niños que padecieron la guerra civil y a los que las circunstancias obligaron a elegir entre un largo exilio interior -estigmatizados por ser hijos de los vencidos, testimonios de la represión infringida a sus madres- y la tragedia de cruzar la frontera, camino del exilio en Francia.

Francisco Ruíz Acevedo, presidente de la asociación, fijaba -basándose en informaciones obtenidas en la alcaldía de Tolouse- que además de 686.000 adultos, más de 68.000 niños cruzaron la frontera en 1939. En Francia sufrirían la separación de sus padres dictada por las autoridades francesas en los campos de concentración, la muerte por hambre, frío o disentería...



Aunque el acto no empezó puntual, el guión fue ágil y variado. A las palabras de Paco Ruíz Acebedo siguió la proyección del cortometraje “Dibujando la memoria”. El acto fue conducido por Josefina Piquet: los que la hemos visto en acción en clase, explicando su experiencia infantil -y la de su muñeca- a los adolescentes, sabemos que es una gran comunicadora. En algún momento recordó que “Nosotros los niños somos víctimas inocentes de los conflictos que los mayores no saben o no quieren arreglar. Nosotros no hemos declarado ninguna guerra”. Por eso el presidente del Memorial Democrático, Miquel Caminal, reclamó que el recuerdo por los niños de nuestra guerra llegue a movilizarnos por los niños que en el presente sufren por la guerra en Irak, en Palestina, en Chechenia. Añadió que, viendo cómo las democracias pueden ser degradadas por los corruptos e insultadas por los mercados financieros, el ejemplo de los que defendieron la democracia con sus vidas y la ganaron tras cuarenta años de sufrimiento nos debe mover a mantenerla con la misma convicción. Vino después la siempre generosa y aplaudida actuación de Paco Ibáñez. A los que se ríen por lo bajini diciendo que en estos actos están los de siempre, les invito a ver cómo despierta entusiasmos la voz de este hombre abrazado a su guitarra. Fue emotivo escucharle, ver a un auditorio rendido y esperanzado, a los luchadores sacar fuerzas una vez más de sus ajados cuerpos para cantar junto a él “andaluces de Jaén”, y un mar de labios tarareando bajito las “Palabras para Julia” que Goytisolo escribió y Paco Ibáñez lleva años cantando... Ya saben “Entonces siempre acuérdate, de lo que un día yo escribí, pensando en ti como ahora pienso”.



Si, como dijo Josefina Piquet, los testimonios recogidos en el libro son los de la última generación que puede relatar la tragedia de la guerra y sus consecuencias en primera persona, y por tanto el libro figura ser en cierto modo su testamento, deberíamos estar atentos al ejemplo que nos prestaron con sus vidas tanto como de sus palabras escritas. Porque si algo les distingue es la entereza y la constancia en su lucha por la libertad. Marcelino Camacho, el que fuera impulsor de Comisiones Obreras, falleció antes de ayer y hoy ha recibido un discreto aunque sentido homenaje, que ha reunido a algunos cientos de personas en Madrid. Personas que le recuerdan decir, recién salido de la cárcel, aquello de "Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar". Su viuda pronunció ayer un breve discurso de agradecimiento a los congregados, y explicó que las últimas palabras de Marcelino Camacho fueron "Si uno se cae, se levanta inmediatamente y sigue adelante". Lo dejo escrito para cuando me acongoje la desdicha, para cuando me tiente el desaliento, para acordarme del ejemplo valiente y apasionado de toda una generación que nos debe servir como modelo. Estará bien entonces, cuando el capricho venza al compromiso, pensar en ellos, nunca domados, como ahora pienso.

domingo, 10 de octubre de 2010

¿MARIANA INEXPERTA? CUANDO GOBERNAR NO ES SOLO UN ASUNTO PÚBLICO


Leyendo un blog que se centra en el reinado de Carlos II me acuerdo de que cuando cursaba la carrera en la facultad, el reinado del epígono de la Casa de Austria era territorio brumoso. Uno nunca sabía si se quedaba fuera porque estaba al final del temario y no daba tiempo, o porque –entre hechizos y conjuras- el lóbrego reinado resultaba algo esperpéntico. Sólo Henry Kamen intuía entonces que se trataba de un reinado importantísimo, en el que podemos encontrar temas mucho más suculentos si cabe que las luchas por la sucesión entre las facciones cortesanas partidarias de conservar la sucesión en el seno de la Casa de Austria (auspiciadas por Viena y el emperador) y las que preferían ponerse a la sombra siempre alargada del Rey Sol para proteger así la unicidad de la herencia.

Todo eso ha cambiado, sin duda, gracias a algunos recientes estudios sobre el período. Los últimos capítulos de “El arte de gobernar” de Luis Ribot constituyen un ejemplo esclarecedor, a los que cabe sumar los esfuerzos divulgativos de José Calvo Poyato y un brillantísimo estudio sobre Juan José de Austria que publicó Albrecht Graf von Kalnein. Del libro de Laura Oliván sobre Mariana de Austria, especialmente brillante cuando analiza las políticas de representación de la regencia y sitúa en su contexto cada una de las obras pictóricas en las que aparece la reina; sólo puedo lamentarme de que no se haya publicado la tesis completa. Finalmente, hay un ensayo apasionante, muy bien escrito, síntesis pormenorizada al tiempo que tesis de alcance, publicado en el 2003 por Julián Contreras. A mi juicio "Poder y melancolía en la corte del último Austria" es un estudio definitivo: retrata un ambiente, nos permite respirar la tensión abrumadora que hacía recaer sobre sus protagonistas la incertidumbre sucesoria; pero también la tristeza plomiza de la corte ante un futuro nada halagüeño.

De todos los actores políticos de ese tiempo histórico siempre me pareció especialmente interesante la madre de Carlos II. De las reinas de la época moderna siempre me han atraído más aquellas que ejercieron el poder porque eran, más que consortes, las verdaderas depositarias de la soberanía. Mariana fue consorte, reina viuda y reina madre, pero también –en virtud de la regencia- mucho más que una mera correa de transmisión de la legitimidad dinástica. Aquellas mujeres que encarnaban el derecho a gobernar eran como mujeres un cero a la izquierda jurídico; pero en tanto titulares de la soberanía eran la primera persona del reino. Para resolver esa contradicción y superar la contestación a su poder por parte de algunos críticos con aspiraciones, las reinas de la época moderna se vieron obligadas a diseñar innovadoras estrategias de representación del poder, y a jugar a sutiles escarceos políticos. Evitar el matrimonio, que la sometería a un hombre y desencadenaría las conspiraciones de las facciones nobiliarias opuestas, fue una de las estrategias seguidas por Isabel Tudor. Todas las especulaciones que se han hecho sobre su virginidad olvidaban que, simplemente, no podía casarse. Otorgar su favor a un príncipe extranjero, fuera católico o protestante, significaría despertar las susceptibilidades de las facciones religiosas contrarias, y sembrar desafección entre los cortesanos apartados por el matrimonio de la gracia real. En la búsqueda permanente de ese equilibrio, Isabel mantenía la fidelidad de los aspirantes dedicándoles sutiles gestos que parecían anunciar favores futuros. Supongo que haber sobrevivido a las tensiones políticas y religiosas que vivió durante los reinados de su padre y sus hermanos la doctoraron en política: aprendió a andar entre las aguas más sinuosas.

No podemos olvidar que, siendo la política de la época moderna la gestión del interés dinástico, esa intuición formaba parte de la experiencia vital de la aristocracia. Y no hacía falta, como en el mundo contemporáneo, que dice haber separado la gestión de los asuntos públicos de los intereses privados, ninguna carrera de ciencias políticas. Yo mismo he caído en ese error en un artículo que he tenido la suerte de publicar en BBC Historia este mes: en tanto escritor primerizo trabajé con tanta prisa por quedar bien y entregar el encargo con puntualidad, que se me pasaron algunos gazapos, alguno de ellos tan importante que me avergüenza. Por eso me tiré de los pocos pelos que me quedan cuando me leí, por ejemplo, diciendo que Mariana de Austria no tenía experiencia política porque la incertidumbre de la sucesión la consagró a la misión suprema de proporcionar un heredero para la monarquía, sin dejarle tiempo de ganarse partidarios a cambio de favores y privilegios.

¡Craso error! Porque Mariana demostró después una iniciativa política innovadora y perspicaz para garantizar el trono para su hijo, lo cual demuestra que para la gestión del interés privado, patrimonial, para la transmisión de la herencia en definitiva, no hacía falta más formación especializada que la que ofrecían los consejeros formados en leyes. A fin de cuentas ninguna mujer era educada a tal alto fin, porque ni estaba previsto que le tocara ejercer el poder directamente, ni era deseable ni era probable que eso ocurriera. Pese a eso, Mariana supo reaccionar con ingenio político a los retos que se le presentaron: en 1667-1669, en 1675-1676, y –sobre todo- en la apuesta por una sucesión en el seno de la casa de Baviera, una verdadera “tercera vía” que hubiera podido superar la “Guerra Fría” París-Viena que estaba tensando la vida cortesana en Madrid y las relaciones internacionales en Europa.

Hay más.¿Acaso nos planteamos si Isabel Tudor, Catalina II de Rusia, o Catalina de Médicis, estuvieron preparadas para ejercer las más altas funciones de gobierno? No lo fueron, y sin embargo demostraron estar a la altura en su momento porque lo que estaba en juego eran ellas mismas. Nadie hubiera podido enseñarles a gestionar aquello que les correspondía por el hecho de respirar: la soberanía.

viernes, 27 de agosto de 2010

CAL TREURE MARAGALL DE LES TRINXERES! ELL LES DEFUGIA!



Agraïa Roser Maragall a l’Ajuntament de Barcelona la instal•lació d’un bust dedicat al seu avi a la Plaça Molina, molt a prop de la que va ser la seva casa, convertida per la Biblioteca de Catalunya en Arxiu Joan Maragall. El seu text, publicat en la secció de cartes dels lectors dins l’edició de La Vanguardia del 23 de juliol proppassat, explicava que el bust mira a la Sagrada Família perquè el poeta va ser-ne un gran enamorat i protector. Tot seguit, es lamentava de que aquella predilecció del poeta s’hagués perdut i que ara el temple havia de lluitar “per defensar-se del gran perill de la tuneladora que dia a dia avança vers els seus peus”. I és que Roser Maragall és membre del Patronat de la Sagrada Família; per això rebusca i retalla fragments de l’obra del seu avi que li poden servir en la contingència política del present. I com que no troba res que li permeti acusar el govern de la Generalitat d’escoltar informes tranquil•litzadors dels geòlegs que han donat vistiplau a l’obertura del túnel del metro, posant així en perill –“que pot ser de mort”, diu- la gegantina construcció, fantasieja amb el que va escriure l’insigne escriptor. Així és com imagina Joan Maragall cridant –l’endemà a El Periódico- “On sou catalans, no us veig enlloc. No sentiu la veu d’un temple que us parla entre perills?”, que em sembla que és una adaptació lliure, ad hoc, de l’Oda a Espanya. De fet la concloïa dient un “Adéu, Catalunya” que suposo que simbolitza la ruptura familiar amb el Tripartit.

L’escandalosa tergiversació és doblament amoral si es pensa que moltes de les observacions explícites –que no lliurement interpretades, com aquesta- de Joan Maragall, com les que va escriure sobre la Setmana Tràgica, van ser callades el 1909, i també van ser ignorades durant la celebració del centenari, sense que aquell mal ús fos denunciat ni per la família ni per ningun d’aquests maragallistes de centenari…



Probablement la radiografia més clara del pensament maragallià sigui l’assaig que Josep Benet va dedicar a la Setmana Tràgica, molt ben contextualitzat en l’epíleg de Jordi Amat que acompanya la seva darrera edició. Allà s'explica que l’advocat consagrat a la Història per patriotisme va impulsar una campanya per Joan Maragall quan s’acomplien els cent anys del seu naixement (1960) i cinquanta de la seva mort (1961). L’objectiu era que el franquisme no se n’apropiés presentant-lo com l’integrant català de la generació del 98, com semblava fer Pedro Laín en el pròleg de la edició completa de l’obra maragalliana que es va publicar el 1960. El regionalisme amb el que el franquisme volia guanyar-se la burgesia catalana va incloure un acte oficial de commemoració del centenari, que formava part de tota una campanya per reconciliar-la amb el règim, després de la destitució de Luis de Galingosa de la direcció de La Vanguardia, i que acabaria com el rosari de l’aurora: després dels Fets del Palau, abans de ser empresonat, Jordi Pujol va aconsellar Benet que abandonés el seu pis del carrer Calvet. Restant amagat pels monjos de Montserrat devia ser quan va escriure l’assaig « Maragall i la Setmana Tràgica », que seria premiat per l’Institut d’Estudis Catalans. El llibre, li deia Gaziel en felicitar-lo per carta, mostrava la “flama rebel, inconformista, pura i espiritualment revolucionària, que era l’essència mateixa de l’esperit del poeta. Ni la blanesa del benestar burgés tan encon-dormidora, ni el conservadorisme rutinari de l’estament on Maragall era nascut, ni les amistats amb les jerarquies clericals i polítiques benpensants en l’època, ni el prestigi i la respectabilitat adquirits, ni l’esmorteïdor insensible d’una llar admirable i patriarcal, mai no pogueren ofegar del tota aquella flama autèntica”. Gaziel afegia que la mort prematura del poeta havia estat “sortosa” perquè “si hagués hagut de viure el que vingué després”, li podien haver passat dues coses: o “hagués degenerat en un conformisme i un col•laboracionisme vergonyants, seguint els homes de la Lliga i enviant el seus fills al Tercio de Nuestra Señora de Montserrat”, o bé “hauria esclatat d’ira santa, d’indignació i de menyspreu pels uns i pels altres, més pels seus que pels altres, com un profeta decebut davant de l’enfonsament del somni de la pàtria”. Gaziel sembla afirmar que Maragall s’hauria escandalitzat per la repressió a la rereguarda republicana, tot i que l’expressió “els seus” també podria voler-se referir a la seva classe social.

Així ho demostra l’agraïment que va rebre Josep Benet de Bosch i Gimpera per l’enviament d’un exemplar del seu llibre: “és molt encertat tot el que diu de l’actitud de la burgesia Barcelona de covardia durant els esdeveniments”. Tothom ha vist sempre doncs a Maragall molt crític amb la cultura dominant perquè explícitament va escriure, en una carta del 15-8-1909 que “nosaltres, les classes directores, no estem a l’altura, i si nosaltres no hi estem, què té d’estrany que no hi estigui el poble més baix?”. Malgrat tot, aquests pensaments són silenciats i se’n fan unes versions lliures dels seus escrits que serveixen exclusivament a la lluita política del moment. De la mateixa manera, el grup municipal convergent a l’Ajuntament va denunciar la desaparició del bust del que parlava al principi, pocs dies després de la inauguració. I no solament va ocupar temps als mitjans denunciant la desaparició; també va adreçar una pregunta dirigida a l’Alcalde per saber si s’havia malmès, o si havia estat objecte de vandalisme, o d’algun error en la instal•lació. Em comptes de fer perdre temps als regidors, temps que paguem entre tots, no podríen haver fet quatre trucades? No. De la mateixa manera que jo vaig poder saber de les bibliotecàries, durant una vista a l’arxiu que vaig fer a finals de juliol, que el bust s’havia retirat per fer-li una millora en un taller de reparació a causa d’una petita aresta que sobresortia del pedestal, ells van preferir fer servir Maragall per mirar de desgastar una mica més, de fer la punyeta, de contaminar l’opinió pública, de presentar-se com els salvadors de la pàtria, de Maragall, de la Sagrada Família, i de la llengua catalana, i de no sé què més. Sí, definitivament, Joan Maragall hauria esclatat d’ira santa... pels seus.

sábado, 14 de agosto de 2010

LAZARO ENTRE FIERAS (y 2): POLÉMICA EN TORNO A UNA OBRA CUMBRE



Después de una calurosa excursión veraniega por las bibliotecas de la ciudad buscando el artículo que presuntamente había herido de gravedad a Mercedes Agulló, tal y como expliqué en el post anterior, supe que la catedrática de literatura española de la UB Rosa Navarro expone en la red el permanente estado de su investigación. Allí está, por ejemplo, la fotografía del encabezado, que muestra la inauguración del curso 2009-2010 en el Centro asociado a la UNED en Cuenca, bautizado ya en honor del autor del Lazarillo. Una vez encontrado el articulo, me costo mucho más encontrar la presunta ofensa en él; es cierto que, con la misma altanería con la que Mercedes Agulló ignoraba las tesis de la doctora Navarro, Rosa se refiere a la doctora en Historia, reconocida paleógrafa y antigua directora de los museos de Madrid, como “la archivera”. Aparte de eso, el artículo en Clarín se dedica a desmontar la trama argumentativa de quienes atribuyen el Lazarillo a Diego Hurtado de Mendoza.



Ya poco antes de la publicación de “A vueltas con el autor del Lazarillo” por parte de Mercedes Agulló, se había publicado en Clarín un artículo interesantísimo de Rosa Navarro que podría explicarnos por qué –como dice la prestigiosa paleógrafa- siempre se había venido atribuyendo el libro a Diego Hurtado de Mendoza. El artículo comienza recordando apropiaciones de personajes literarios; hubo una “segunda celestina” que “negaba la muerte de la alcahueta” para “que siguiera con sus artimañas”, y un “segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” publicado un año antes que la auténtica versión. Hemos detectado esas apropiaciones, nos cuenta, porque una pragmática de 1558 sobre la impresión de libros obligaba a que el nombre del autor figurara en la portada, lo que escondió a muchos autores tras pseudónimos. Del mismo modo, en 1555, un impresor de Amberes publicaba una “segunda parte del lazarillo” que desarrollaba una historia más extraña: el protagonista se enrolaba en la expedición a Túnez y sobrevivía aterrado al hundimiento de la expedición durante una tormenta. Sin embargo, harto de tanto vino que el agua no entraba en su cuerpo, se sumergía rogando por su salvación con tanto ahínco que su palabra era escuchada y sufría una curiosa metamorfosis: transformado en atún, Lázaro vivirá cuatro años bajo el mar en el reino marino de los atunes al servicio de su soberano. Una alegoría difícil de interpretar, dice Rosa Navarro, que parte de la premisa de que se trata de otro Lázaro, tan ostentosamente distinto del lazarillo de la primera parte en su papel de cortesano, que podemos concluir que es un mero instrumento para satirizar al rey de los atunes, de quien critica actuaciones equivocadas por escuchar a “traidores y cobardes”. Los desaciertos del rey atún, inspirados por malos consejeros, son el objeto de la sátira, escrita a buen seguro por un escritor muy culto, gran bibliófilo, políglota, de sólida formación humanística, bien relacionado con impresores, militar, con misiones importantes en la diplomacia imperial, pero resentido por su destitución. ¡La segunda parte del Lazarillo podría ser la venganza literaria de Diego Hurtado de Mendoza tras su humillación!

¿Qué había ocurrido? Pues que siendo capitán del destacamento español en Siena, mostró muy poca pericia en su gobierno. Rosa Navarro se remite, para demostrarlo, tanto a fuentes secundarias –el libro de Vicente de Cadenas y Vicent “La república de Siena y su anexión a la corona de España” (Madrid, 1985)- como a fuentes primarias: carta de Cosme de Médicis al emperador, de 30 de julio de 1552, informando de los errores y del mal gobierno de Mendoza. Su empecinamiento en la construcción de una fortaleza que despertó la oposición de los ciudadanos de Siena, añadido al proceso por irregularidades financieras en el que se vio envuelto –al que no sería ajeno su afición desmedida por libros y antigüedades, pero del que hay que decir que sería absuelto treinta años más tarde, en 1578- explican su destitución… menos de tres años antes de que vea la luz esta curiosa segunda parte del Lazarillo.



El personaje de Diego Hurtado de Mendoza merece realmente los suspiros que le dedica Doña Mercedes Agulló, que nos explica que el noble español tuvo por preceptor a Pedro Mártir de Anglería, y por hermana a la resistente toledana María Pachecho; conocía el latín, el griego, el hebreo y el árabe, entre otras lenguas; fue delegado del emperador en Trento, en Londres, en Roma y en Venecia, donde protegió a Vasari y Tiziano… Es sin duda un personaje fascinante, a cuyo encanto renacentista quizá se ha rendido con demasiado entusiasmo Mercedes Agulló cuando le describe en A vueltas con el autor del Lazarillo como “un hombre de una pieza”. En la segunda parte del lazarillo, la formación militar del autor (que no parece mostrar la primera) le permite describir con precisión diversos alardes; tampoco habla de oídas cuando explica el desastre de Argel, ya que el hermano de Diego Hurtado de Mendoza, -Bernardino-, mandaba las naves que salieron de España para sumarse a la expedición. Rosa Navarro encuentra también con la precisión filológica que le es propia recursos literarios coincidentes y expresiones poco comunes para concluir que Diego Hurtado de Mendoza es el autor de la segunda parte del Lazarillo, descabellada y fantasiosa si la comparamos con la primera. De hecho, puede concluir el artículo diciendo que el Lazarillo “no refleja ni sus preocupaciones ni sus intereses”: difícilmente podría preocuparle al diplomático del emperador satirizar la corrupción eclesial que denuncia el Lazarillo. Y difícilmente podría celebrar la gloria del emperador al entrar en Toledo (1525) publicando supuestamente el Lazarillo que falsamente se le atribuye. Y menos en 1554, cuando el contenido erasmista de la obra estaba ya tan perseguido como caducado; él mismo acaba de ser destituido por el Emperador y –resentido- se dirigía al príncipe Felipe II para quejarse porque Don Carlos “ha hecho conmigo solo lo que con criado (…) sin causa y a instancia de mis enemigos, de lo que estoy y viviré muy sentido y agraviado perpetuamente, (…) no me reparando la ofensa que me ha hecho”. ¡Buenísimo documento el que recupera Rosa Navarro!

Resumiendo, una atribución de la autoría del Lazarillo hecha desde la periferia de España, celebra a un autor de espíritu discrepante con la España rancia y clerical. Frente a ella, la respuesta académica y formalista atribuye el libro a un noble altanero y presuntuoso, adornando con flecos renacentistas cierta nostalgia por el imperio. Mientras la primera propuesta recoge una avalancha de indicios y argumenta con espíritu crítico y muestra voluntad interdisciplinar consultando fuentes de todo tipo, la segunda se sirve de una sola fuente, la presenta como definitiva y categórica, y descalifica las alternativas sirviéndose del aparato intelectual del estado y la prensa conservadora. Frente a ese grandilocuente, triunfalista y arrolladora imposición poco se puede hacer, puesto que a la argumentación científica se responde con acusaciones de ofensa. ¡Siempre la misma historia… y siempre la misma Historia!

jueves, 12 de agosto de 2010

LÁZARO ENTRE FIERAS: POLÉMICA EN TORNO A UNA OBRA CUMBRE (1)



Escuchaba hace unas semanas el programa de Nacho Ares en la SER y me sorprendió la acritud con la que la veterana paleógrafa Mercedes Agulló denunciaba, durante la entrevista, el tratamiento recibido por parte de la catedrática de Literatura Española de la UB Rosa Navarro en la revista Clarín. Militante y convencida, denunciaba lo que consideraba intromisión de los filólogos en la búsqueda del autor del Lazarillo, cuyo misterio prometía haber cerrado en un libro reciente, “A vueltas con el autor del Lazarillo”. Una primera búsqueda en la red me chocó todavía más: ¡el 5 de marzo de 2010 el diario El Mundo titulaba sin sonrojo “El Lazarillo deja de ser anónimo y su autor es Don Diego Hurtado de Mendoza”!

Hace años que invité a Rosa Navarro a pronunciar una conferencia (en la foto), y todavía guardamos en Fent Història el recuerdo cálido y apasionado de su docencia. Es cierto que su atribución del Lazarillo a la pluma de Alfonso de Valdés no contaba con ninguna prueba documental definitiva, pero también lo es que el análisis formal de la obra era más que verosímil. Quizá haya filólogos de mayúscula y academia que prefieran camuflar con silencios la pereza acrítica con la que aceptaron el anonimato, y que esa asepsia crónica les impida cuestionar los más que plausibles argumentos de la “teoría Navarro”.

- Para empezar, los acontecimientos y el contexto que se describen en el texto se sitúan entre 1509 y 1525. Al calor de las consecuencias, la interpretación o las afectaciones de aquellos hechos, la obra se debió escribir poco después. No tiene sentido que el texto naciera 25 años más tarde, coincidiendo con su primera publicación en 1554, cuando la fuerza de esos acontecimientos se había enfriado, o había dejado paso a los acaloramientos y polémicas de su presente.

- Rosa ha detectado en el texto huellas del “Reloj de príncipes” (Fray Antonio de Guevara) y “Retrato de la lozana andaluza”. Estas obras, que influenciaron claramente al autor del Lazarillo, fueron impresas en Valladolid en 1529, la primera, y en Venecia, sin circular por España, en 1530, la segunda. Si el autor leyó la primera, estaba en España en 1529, y poco tiempo después en Italia para poder agenciarse la segunda. Cabría aceptar pues que viajó junto al emperador Carlos, que abandonó la península en 1529 camino de su coronación en Bolonia al año siguiente.



- Otro argumento que permite identificar al autor como un cortesano carolino es que la obra comienza justo después de la batalla de Grelbes (1509) y la termina con la entrada victoriosa del emperador Carlos V en Toledo (1525). Se compara así una derrota de Fernando el Católico, con el momento de gloria –vencidos los comuneros y la resistencia toledana- de “nuestro victorioso emperador”.

- Creo que acierta Rosa Navarro también cuando dice que la historia de un pícaro hambriento al que vemos cambiar sucesivamente de amo, no tendría ningún sentido por sí sola. Y que tampoco lo tendría que en 1992 un albañil encontrara emparedada una edición de 1554 en Barcarrota (Badajoz): no es posible que la historia de un pícaro que pasa hambre fuera considerada tan peligrosa como para ser escondida de tal modo.

- El sentido más común nos permite interpretar la sucesión de amos que “sufre” Lázaro, como una crítica nada velada a los vicios de la iglesia, tan típica del erasmismo en el que militaba Valdés: Lázaro sirve a un ciego cruel que vive de las oraciones en las que no cree, a un avaricioso clérigo que ignora la caridad, a un fraile mercedario que probablemente abusa de él, a un bulero que finge un falso milagro, a un capellán que le explota como aguador y –finalmente- al arcipreste de San Salvador, que le ha escogido por tapadera de su mal vivir y lo ha casado con su manceba.

El notición en El Mundo decía culminar las décadas de búsqueda de Doña Mercedes desde que escribió su tesis, un trabajo de referencia sobre la imprenta y el comercio de libros en Madrid durante la edad moderna. Se explicaba que, entre los documentos de la testamentaría del cronista López de Velasco, quien -además de cosmógrafo, gramático, y, atención, encargado de expurgar el Lazarillo para una edición posterior, menos peligrosa, en 1573 (la de la foto)- fue albacea de Don Diego Hurtado de Mendoza y se había encargado de administrar su hacienda. Como testamentario y depositario de esos bienes, los incluye en una somera relación de la que forma parte, según el inventario, un manuscrito con las correcciones del Lazarillo listas para llevar a imprenta.



Aparentemente, el descubrimiento es importante, pero no justifica el entusiasmo, ni demuestra por sí sola la atribución, ya que se trata de una fuente bastante indirecta. Tampoco es cierto, como se está diciendo, “que el único testimonio manuscrito del Lazarillo se encontrara en un cajón de papeles valiosos de Don Diego quiere decir que ése es un papel de Don Diego, a quien tradicionalmente se le atribuyó la autoría”. A mi entender, si la línea anterior del inventario, que dice textualmente “Vnos cuadernos y borrador de La rebelión de los moriscos de Granada y otras cosas de don Diego de Mendoza”, se cierra con la autoría del citado legajo, difícilmente la siguiente anotación –Vn legajo de correçiones hechas para la impresión de Lazarillo y Propaladia- se referirá al mismo autor concretado antes.

¿Qué sería un manuscrito o unas galeradas rectificados por la propia mano de un autor ilustre para un bibliófilo? Pues si tenemos en cuenta que la propia Mercedes Agulló dice de Hurtado de Mendoza (pág. 48) que de tanto amar a los libros –“no sólo por su contenido”- fue un “bibliopirata” (text), seguramente aquel legajo de correcciones a cargo de un autor original podrían haber sido un tesoro, digno de formar parte de una colección magistral, como la que Mendoza tenía. Más que pedir la reedición de la obra “con una autoría difícil de negar”, o que el alcalde de Madrid dedique una placa al autor del Lazarillo en la casa donde murió Mendoza, se me antoja que toca recapacitar un poco más y someter la tesis al debate. ¡La precipitación resulta sospechosa!

sábado, 7 de agosto de 2010

HISTORIADOR SIN ATRIBUTOS Y SEMBLANZA DE LA REINA CATÓLICA




¡Qué verbo más seductor y qué pose más dandi la de José Enrique Ruíz Doménec! Por tantos de sus alumnos me han llegado buenas referencias que acudí a una conferencia que la revista Sapiens convocaba sobre Isabel La Católica. Efectivamente, es un orador exquisito que mantuvo expectante al auditorio. Yo mismo, pese a haberle leído antes con tanto interés como decepción, salí con ganas de buscar sus libros. La lectura de “El yugo del poder” ha tenido que esperar la llegada del tiempo de playa y, finalmente, ha sido tan decepcionante como confusa, porque no ha respondido a las inquietudes que me despertó aquella sugerente conferencia: ¿Qué significa pertenecer a la generación del Gran Capitán y Leonardo? ¿Acaso tienen algo en común? ¿Cómo les influyó la caída de Constantinopla si, como se cuenta, el impacto de aquel “hecho decisivo e irreversible” angustió tanto a la Europa de su tiempo? ¿Qué quiere decir que –frente al naciente renacimiento florentino- Isabel era una persona “vivencialmente borgoñona” y “resistente al humanismo”? Y, sobre todo, ¿por qué –pese a referirse a los indicios de la catalanidad de Colón en la conferencia como “cosas raras que se dicen”- se despiertan sospechas sobre la “generosidad incomprensible” de la reina con el navegante? También el libro evita considerar la teoría de un Colón catalán y se hace preguntas como: “¿Qué sabía Isabel de Colón que nosotros ignoramos? ¿Acaso conocía el lugar y la fecha de nacimiento? ¿Por qué le apoyó con tanta decisión cuando la mayor parte de los cortesanos pensaban de él que era un vulgar impostor? ¿Llegó a tener acceso al secreto del viaje que, según los indicios reunidos por los modernos historiadores, constituye la clave de todo este misterioso asunto?”. Resumiendo, la tesis de la catalanidad del descubridor es una rareza jocosa, pero la del predescubrimiento merece consideración científica por parte de los “más modernos” (sic).

Se podría contestar a estas ausencias que el libro no es una biografía científica, sino una “semblanza”, cuyo propósito es acercarse “a las preocupaciones, a los sentimientos, a los deseos”. Lógicamente, un objetivo tan ambicioso presenta dificultades insalvables porque nada de eso deja muchas fuentes.



La necesidad de “deconstruir” –que dicen los (post)modernos- al personaje cubierto por la máscara, sin contar con “diarios ni relatos autobiográficos”, obliga al autor a refugiarse en la “forma narrativa”, definida como “el procedimiento adecuado para subsanar esos problemas”. Dicho de otro modo, lo que no voy a saber nunca lo puedo novelar, me lo puedo inventar. Así, con la “precisión” del psicoanalista, puede definir a Isabel como “una mujer que transformó un vigoroso egotismo adolescente en una forma de vitalidad viril en la edad adulta” (¿¡!?), imaginar el impacto que las noticias sobre espacios exóticos –Granada, África, el Atlántico- debieron tener en una niña criada en la meseta castellana, o concluir que Doña Isabel fue “una especie de Cenicienta, cuya infancia fue un oscuro purgatorio” pese a los tutores encargados de “impedir que los ojos azules, risueños, de la infanta se tiñeran de tristeza”. Precioso, si se tratara de una novela romántica. Pero inconsistente si un historiador pretende alumbrar a un profano sobre una época. Porque ni se explica por qué Isabel representa “el regreso de la virago” sugerida por Ludovico Ariosto y Edmund Spenser, por qué llora Jorge Manrique cuando escribe las coplas a la muerte de un padre que aún no ha fallecido, qué significa participar de la devotio moderna –ese “tipo particular de devoción, de inspiración borgoñona”- más allá de coleccionar primitivos flamencos en la Capilla Real de Granada.

Es precisamente en la ciudad andaluza donde el autor escribe sus mejores páginas: allí queda claro que su visión del personaje no es amable ni complaciente; porque además de reprochársele la expulsión de los judíos o “la pura palabrería ante la actuación de sus gobernadores en las Antillas”, se denuncia su “pasividad ante el incumplimiento de las capitulaciones de rendición del reino de Granada”. Para hacerlo, se sirve de uno de los pocos documentos de los que habla –que no cita- el libro: las anotaciones manuscritas de un joven mudéjar de Arévalo –Alí Sarmiento- recogiendo los recuerdos de Yûsuf Venegas, imán de la mezquita de Granada que vivió de cerca las presiones culturales de los ocupantes: “Y tengo para mi que nadie lloró con tanta desventura como los hijos de Granada. No dudes mi dicho por ser yo uno de ellos (…) que vi por mis ojos escarnecidas todas las nobles damas, así viudas como casadas, y vi vender en pública almoneda más de trescientas doncellas. Yo perdí tres hijos varones y dos hijas y mi mujer”. Hubo pues mucho más que violencia inmanente en el diseño de la Granada cristiana: nuevo arzobispo, nuevas fiestas, nuevas iglesias sustituyendo los espacios de culto, y apropiación, así, de los espacios de memoria de los musulmanes…

Esa atención al proceso de aculturación, que nos recuerda que el profesor Ruiz Doménec es un gran historiador de la cultura, descuida sin embargo analizar el conflicto político entre Enrique IV y los nobles que “afilaban las armas”: viéndose apartados del favor real por don Beltrán de la Cueva, formaron una facción belicista que –esperando feudos, esclavos, riquezas y nuevos vasallos de una guerra contra Granada- acusaba de sucia (y sexual) connivencia con los musulmanes al propio rey. El profesor Ruíz Doménech acierta al decir que Isabel fue cómplice en esa trama, y se muestra afinado y certero al advertirnos que, aunque los compromisos matrimoniales se traducían siempre en viajes de las princesas “prometidas”, el casamiento de Isabel y Fernando fue una operación política de tal magnitud que fue el príncipe el que –de incógnito, ilegalmente- se desplazó. Sin embargo, en la necesidad de situar a Isabel en el centro del relato se olvida que, más que una afilada conspiradora, como se intenta indicar con títulos tan novelísticos como “Castilla bien vale un marido”, la recia castellana se nos antoja en 1469 como un satélite de las ambiciones de los “Infantes de Aragón”, que no aparecen en el relato...

Ese es el problema del método narrativo. Analizar intrincados conflictos políticos o describir sutiles procesos de aculturación no puede hacerse sin argumentos muy complejos que requieren un aparato crítico. Un historiador puede ser “más moderno” por presumir de que sus libros evitan las notas al pie que nos permiten acudir a la fuente original, matizar su interpretación con contra-argumentaciones, admirar la recopilación de fuentes de distintos archivos, o remitirse a otras tantas fuentes secundarias. Pero como ciencia, la Historia dispone de un método, de un andamiaje crítico, de un proceso discursivo propio y –sobre todo- de mecanismos de corrección. Negarlos no es hacerle ningún bien, sino desproveerse del principal atributo del historiador en su titánica tarea de reconstruir lo intangible para comprender cómo se ha construido el presente o –más importante aún- donde falla.

martes, 27 de julio de 2010

FEDERICO EN LA CARROZA DEL ORGULLO



El suplemento cultural del diario ABC anunciaba en portada el 17 de marzo de 1984 la primera publicación de los “Sonetos del amor oscuro”. El título del especial –“Lorca, sonetos de amor”- descuidaba sin embargo la palabra “oscuro” del título original. Un lector atento repararía en que el destinatario de las rimas era masculino, pero los artículos que incluía el periódico aquel día minimizaban esa posibilidad: unos relacionaban las referencias a la oscuridad con el “ímpetu indomable y a los martirios ciegos del amor, a su poder para encender cuerpos y almas, y abrasarlos como hogueras”, otros decían esperar que la publicación “contribuya a arrumbar ese muro de equívocos y maledicencias que, desde hace muchos años, se ha levantado en torno a la figura del poeta”. Lorca, en resumen, se refería al amor difícil, desesperado, torturado.

No sólo la academia negaba la identidad sexual de Lorca aún a finales del siglo XX. También los supervivientes de la Generación del 27 que “entendían” su vivencia, como Vicente Aleixandre, insistían a Ian Gibson, que el amor oscuro de Lorca “era el amor de la difícil pasión, de la pasión maltrecha, de la pasión dolorosa, o correspondida o mal vivida”. Hay que hacerse cargo: salir del armario no tenía entonces nada de glamour, y para llegar a la visibilidad actual han hecho falta muchas palizas, mucho escarnio, mucha lucha… y alguna vida que se quedó en el camino. Por su parte, Ian Gibson se esfuerza –en su último libro- en entender la incomodidad de la familia: explica que Francisco García Lorca no incluyó ninguna referencia a la homosexualidad de su hermano en “Federico y su mundo” –una publicación de 1980- confesando que a él mismo no le fue fácil aceptar la sexualidad de un hermano mayor que “no tuvo fuerzas” para soportar el “calvario de descubrirse gay en la retrógrada Irlanda católica”. Sin embargo, ha emprendido una cruzada por descubrirnos al verdadero Federico sin ningún tabú.

Academia, coetáneos y familia minimizan pues la homosexualidad del poeta, pero tampoco son –pese al paso de los años- las únicas restricciones: reediciones de “Poeta en NY” o “El público” siguen acompañadas de largas introducciones que –como ha denunciado Alberto Mira- evitan la homosexualidad como criterio interpretativo de la obra de Lorca. Hasta que Ángel Sahuquillo publicó en español su tesis -Federico García Lorca y la cultura de la homosexualidad, 1991- nadie había considerado imprescindible recurrir a la compleja relación del autor con su propia sexualidad para entender la obra lorquiana. En el libro se describe primero la brutal represión jurídica, religiosa y médica de la homosexualidad, un contexto que imposibilitaba a los autores homosexuales expresar abiertamente su auténtico sentir; y después se desarrolla su hipótesis central: que el tratamiento de temas como el silencio, el secreto, los sueños, las sombras, el fuego, la enfermedad, la muerte, el suicidio conforman un “código secreto” que encierra “los problemas y los gozos del amor homosexual”.



Decir eso en 1991 era una heroicidad, porque apenas tres años antes la celebración del centenario del nacimiento del poeta había permitido a Cela desear que “ojalá dentro de cien años los homenajes a Lorca sean más sólidos, menos anecdóticos y sin el apoyo de los colectivos gays. No estoy a favor ni en contra de los homosexuales, simplemente me limito a no tomar por el culo”. Sólo Maruja Torres tuvo la valentía de responderle con la misma verbigracia que el siniestro censor merecía: diciéndole que “es más digno tomar por el culo que lamérselo al poder, como Cela ha hecho tantas veces”. El caso es que el centenario dejó sin estudiar críticamente el componente homosexual de la obra del poeta, que la familia minimizó el tema tanto como pudo, y que la Fundación Federico García Lorca se alegró porque se había superado “la visión reduccionista del escritor como homosexual e izquierdista”. Pobre Federico. ¡Asesinado otra vez!

El Federico que Ian Gibson viene presentándonos desde hace años en sus libros, sin embargo, está marcado por su forma de sentir el deseo. Por eso toda ella muestra siempre empatía con todos los perseguidos: el gitano, el negro, el judío, el morisco que, como él decía, “que todos llevamos dentro”. Por eso, como testigo presencial del colapso de Wall Street, denunció la falta de caridad y la indiferencia hacia la pobreza; por eso “Poeta en NY” proporciona una visión desoladora y deshumanizada del mundo industrial, en el que el “hombre es una máquina productiva sin tiempo para la contemplación de la Naturaleza, de la cual vive brutalmente separado”. Ese compromiso, acentuado cuando –al regresar a España- se encontró la crispación política cotidiana que promovía la derecha contra la república, le valió campañas de descrédito durísimas, tanto contra La Barraca –despilfarro de dinero público, inmoralidad sexual, decían- como contra él mismo: la prensa de derechas le llamaba “el maricón de la pajarita”, o “Federico García Loca”. La misma basura retórica insultante a la que nos tiene acostumbrada la derecha aún hoy.



Conocemos bien al Federico militante y comprometido, al republicano convincente y convencido. Pero ahora Gibson ha ido más lejos y nos lo ha presentado “gay”. En cierto modo, es una provocación, un anacronismo algo forzado; pero que nos permite intuir a un Federico que no estaba serio, ni amargado, ni desconsolado, ni lloroso, ni sufriente. Antes del martirio, hubo un Federico valiente, rijoso, divertido, seductor, algo promiscuo, ocurrente, ingenioso, lanzado, muy suelto, amado y amoroso, follado y follonero... Es el que mantienen secuestrado los que renuncian a “hurgar en la intimidad del poeta” como si lo protegieran, cuando en realidad pretenden callarlo porque –siendo como fue faro de libertad- puede serlo hoy también.

sábado, 24 de julio de 2010

15 artistas son víctimas de la dictadura franquista contra la impunidad

ELS REACCIONARIS DE 1979 Y EL SEU ORDRE MERCATOCRÀTIC



En la darrera editorial del butlletí de Fent Història vaig proposar un text que agraïa a l'Octavi Mallorquí el curs que ens havia impartit sobre l'enfonsament dels règims comunistes de l'Europa de l'Est, aprofitant el vintè aniversari de la caiguda del mur. El 1989 també s'esquerdava el sistema de relacions internacionals que el mur simbolitzava; per això la meva proposta d'editorial deia que "els guanyadors de la contesa van iniciar aleshores una ofensiva propagandística que diagnosticava el final de la Història, i prometia prosperitat i democràcia per a tothom. Però malgrat que la caiguda dels règims comunistes havia estat, segons aquesta interpretació, una "victòria de la llibertat contra el totalitarisme", hem vist aixecar altres murs més alts que el de Berlín. (...) L'existència d'aquests murs fa pensar que aquella propaganda tenia trampa: si tant important hagués estat la llibertat en aquella lluita contra els règims presumptament socialistes, ara continuaríem lluitant per les llibertat de les nacions, de les dones, de les minories". I ja provocant afegia que ens preocuparíem també dels murs que s'aixequen per aïllar els palestins o per evitar el pas dels « espaldas mojadas ». El que volia dir és que aquell diagnòstic sobre la pretesa llibertat guanyada no era més que un argument legitimador de l'arbitrarietat del guanyador, i per això concloïa que "cap crítica al sistema esquerdat el 1989 pot ser intel•ligent si no serveix per reflexionar sobre el nostre, per enunciar la seva imperfecció, la que aquesta terrible crisi que patim manifesta. Els mateixos criteris exigents que ens feien jutjar aquell sistema autoritari i inoperant haurien de servir per millorar aquest sistema nostre, que no destaca ni per les seves aspiracions de justícia, ni per la responsabilitat els poderosos davant la societat, ni per la transparència en l'organització de l'economia".

A l’Octavi no li va agradar gens l’editorial. I amb molta prudència, com si no haguéssim discrepat mai, em demanava gairebé permís per puntualizar-me. És una sort tenir crítics d’aquesta alçada: polemitzant amb ells aprenem i millorem com a historiadors! Deia l’Octavi que més que un editorial historiogràfic, aquell text semblava un opuscle per al butlletí d'un partit tipus Iniciativa-Verds. No és el primer cop que no estem d’acord, ni que –malgrat tenir opinions ben diferents- en podem parlar sense enfadar-nos. Probablement té raó, tot i que em sorprèn que la denúncia del nou ordre neoliberal implantat amb violència –la desregulació i la deslocalització en tenen, i molta- no s’hagi establert com a fefaent, si no com a definitiva. Els llibres de Paco Veiga sobre les relacions internacionals després de 1945, els de Chomsky sobre la “segona guerra freda”, Fontana quan analitzava les tesis de Fukuyama, l'economista Joaquín Estefanía quan li explicava la globalització a la seva filla, o Vicenç Navarro quan desmenteix els arguments neoliberals contra l’estat del benestar semblen coincidir en relacionar l’enfonsament del món comunista i el triomf d’un neoliberalisme conservador molt perillós.



Malgrat això, l’ordre neoliberal havia nascut abans, el 1979. També ho he llegit així en un article del número 34 de la revista Foreign Policy: a La gran reacción de 1979, Christian Caryl comença dient que –si volem entendre el nostre temps- la data clau de partida no és 1968 ni 1989, sinó 1979. Aquell any va triomfar la “revolució islàmica” de Jomeini, els muyaidins afgans van aturar la invasió soviètica, Margaret Thatcher guanyava les eleccions, Joan Pau II pelegrinava a la seva Polònia natal i Deng Xiaoping inaugurava tímides obertures dels mercats xinesos. Quan es pregunta què tenen en comú aquests personatges, l’article respon que tots ells “se propusieron trastocar, cada una a su manera, el espíritu que definía su época, el orden progresista, laico y materialista que hasta entonces había dominado el panorama político (…) Sus movimientos no fueron políticos, sino rearmes morales que rechazaban con pasión lo que consideraban la decadencia, el malestar, el estancamiento y la asfixia” derivats de l’ordre “progre”. Tots ells van constituir un impuls contrarevolucionari, tots ells ataquen la visió progressista de que es pot arribar a un ordre polític racional, igualitari i just; tots ells denunciaven unes elits despiadades amb les creences tradicionals; tots ells van impulsar uns nous valors, més pragmàtics que utòpics. “Es clar que sóc reaccionària”, responia en un miting la Thatcher segons l’article, “és que hi ha molt contra el que reaccionar”. La seva política de privatitzacions i la lluita contra els sindicats la va convertir en una heroïna a imitar; l’any següent un cow-boy arribava a la Casa Blanca prometent “un amanecer en América”.

Què havia passat? Doncs que l’arribada dels sandinistes al poder a Nicaragua i l’atac soviètic a l’Afganistan van rearmar la por i els arsenals occidentals. L’arribada de Jomeini al poder a Iran va provocar aquell mateix any una “segona crisi del petroli” quan els països productors van embargar el proveïment a tots els aliats d’Israel. El clima d’histèria i terror davant les pujades de preus va desenvolupar la conciencia del cost de les matèries primeres, i les baixades de beneficis es van voler compensar amb reduccions del cost de la mà d’obra. Calia abaratir l’acomiadament i reduir les conquestes sindicals, eliminar la competència pública desmantellant les empreses nacionalitzades, reduir els impostos encara que fos eliminant l’estat del benestar. I per tal que l’estat no fos tan car, reduir el seu tamany (i les seves funcions) fins convertir-lo exclusivament en la força d’ordre que ha de protegir la propietat privada: així. El resultat d’aquelles polítiques són estats sense tantes competències, gairebé indefensos davant de les pressions dels capitals financers apàtrides, que volen cap a on les inversions són més rendibles. Són ells qui dicten les polítiques, les que amenacen els estats que no desenvolupen les polítiques econòmiques que els convenen. El futur del ciutadà ja no depèn de les decisions que prengui el govern que ha escollit. ¡En aquest sentit, com deia Iñaki Gabilondo en la seva editorial… la democràcia és morta i vivim una dictadura dels mercats!



ALGUNES LECTURES QUE EM VAN AJUDAR...

CHOMSKY, Noam: La Segunda Guerra Fría: crítica de la política exterior norteamericana, sus mitos y su propaganda. Crítica, Barcelona, 1984.
ESTEFANÍA, Joaquín: La Nueva Economía: la globalización. Debate, Madrid, 2000.
FONTANA, Josep: La història dels homes. Crítica, Barcelona, 2000.
FONTANA, Josep: Historia: análisis del pasado y proyecto social. Crítica, Barcelona, 1982.
NAVARRO, Vicenç: Globalización económica, poder político y estado del bienestar. Ariel, Barcelona, 2000.
VEIGA, Francisco; UCELAY DA CAL, Enrique; DUARTE, Ángel: La paz simulada, una historia de la Guerra Fría 1941-1991. Alianza, Madrid, 1997.

domingo, 11 de julio de 2010

UN DIA HISTÒRIC



Encara que els comptables a sou parlen de 50.000 manifestants, els que hem fet ús sovint del dret a manifestar-nos sabem que les dades de la guàrdia urbana -un milió- van ser superades ahir. Un cop més en pau, sense aldarulls greus ni vidres trencats, en convivència malgrat la discrepància, gaudint de la festa i d'un cel blau, integrant gent de tot arreu, com l'essència del país ha manifestat tantes vegades, els catalans vam omplir els carrers de Barcelona amb entusiasme i passió.

Tot sembla que iniciem un camí una mica més intrèpid, i toca acceptar que aquesta força indomable està farta d'Espanya. Perquè ha demostrat ser irreformable, apenes unes golfes plenes de coses velles aixafades per la pols. Perquè recentment s'ha mostrat incapaç d'aprofundir en les llibertats i ha demostrat que la seva tremolosa democràcia continua tutelada per gent sinistra que vetlla perquè res no canviï.



No crec en arguments místics, però si en el valor impecable de la voluntat majoritària. Em toca acceptar que toca fer un pas endavant. He de confessar que tinc per certesa infalible que alguns companys de viatge hauríen de ser esporgats abans que posin en perill un procés que ha de ser subtil i ha d'estar pendent dels matissos: em refeixo a miserables com els que van intentar agredir ahir el President de la Generalitat i se senten il·luminats per alguna força trascendent que els atorga el pressumpte dret d'assenyalar qui és el "botifler". La seva deixalleria ideològica no pot formar part de cap argumentari si volem enjegar la llibertat d'un poble, que es basa abans de res, en la llibertat dels individus que se'n senten part.



L'altre dubte que em queda és si els catalans de la cartera plena, tement que negocis, comissions, pianos de cua i llotges perillin, hauran telefonat ja: "Mi general", hauran dit, "esté atento" (en castellà, perquè sempre han conspirat així). A l'altre costat del telèfon hauran pres bona nota...

sábado, 26 de junio de 2010

GUIA PARA PERPLEJOS Y MEMORIA DE LOS EXPULSADOS EN 1492



Esta semana he asistido a una de las mejores presentaciones de libros que he visto jamás. Pese a la presencia institucional en el acto, los parlamentos fueron breves y ágiles, y dejaron el protagonismo a los autores, que presentaron el contenido de la publicación, tras un sentido discurso del conseller Joaquim Nadal. Sabía que era historiador, pero no le suponía una sensibilidad tan exquisita: recogiendo el acertado aforismo que Jafudà Bonsenyor escribió en el siglo XIII –Convé al savi que no haja ànsia de ço que ha perdut, mas que guard ço que és romast- diferenció entre el patrimonio tangible que los judíos expulsados en 1492 dejaron atrás, y aquel otro que pudieron llevarse consigo sin ir cargados, aquello que permanece pese a las pérdidas. Con el primero, apenas vestigios arqueológicos pero muchos documentos, Silvia Planas ha reconstruido la vida cotidiana de los judíos en la Catalunya medieval. En las páginas que ha escrito de este manual cuya autoría comparte con Manuel Forcano, se dedica a desmentir viejos tópicos historiográficos, como la pretendida “convivencia” entre cristianos y judíos, para describirla mejor con el término “coexistencia”, poco más que una existencia en paralelo que no implica vivir juntos, ni mezclados. Puede que judíos y cristianos vistieran igual y hablaran catalán, pero la convivencia nunca fue fácil.

Otro de los conceptos desarrollados en el libro es el de Sepharad: para los judíos catalanes era el equivalente a Al-Ándalus, aunque después de 1492 los expulsados, que compartían la experiencia traumática de la marcha y el recuerdo de su origen remoto, forjaron un lugar común de memoria colectiva que fue materializándose hasta definir un espacio concreto que acabó designando al todo. Por eso en hebreo moderno Sepharad significa España.

Se matiza también en el libro la idea de la aljama como “estado dentro del estado”. Tras la pretendida independencia de la comunidad se recuerda que su señor era el rey, como les recordaba Pedro el Ceremonioso al decirles que “vosotros no gozáis de los fueros y privilegios del reino de Aragón, ni estáis sujetos a ellos, sino que sólo y únicamente tenéis y debéis observar como ley nuestra pura y simple voluntad”. La cita define una sumisión total a su señor, que se traducía en el control, la posesión, de las aljamas y sus bienes, y –como cualquier otro feudal- la percepción de tasas que explicarían que la aljama de Girona fuera el regalo de bodas que el futuro Joan I le hizo a su esposa Violant de Barr. El sentido de propiedad continúa tras los asaltos de 1391: el rey les protegerá de nuevos ataques diciendo que los judíos son “cofre e tresors nostre” y que por tanto “qui dampnifica ells, dampnifica les nostres coses”.

Si la aljama es la comunidad, su concreción física son los calls. Las juderías, que acabaron siendo espacios de reclusión, nacieron de la necesidad judía de un espacio propio que permitiera desarrollar su vida en comunidad; como escribía ya Flavio Josefo en el siglo I: el barrio judío –decía en “La guerra de los judíos”- les permitía “conservar más pura su forma de vida”. Practicar la Ley de Moisés, añade Silvia, no era posible sin una sinagoga, baños rituales, mataderos, hornos y cementerios. Sin embargo, los muros que habían nacido para proteger su vida en común, serían su prisión a partir de la peste negra: los prejuicios ancestrales de los cristianos hacia el pueblo deicida les convierten en objetos de todo tipo de brutalidades “para que cesen las dichas pestilencias”.

Finalmente, se explicó también que el tópico del judío como hombre de poder olvida que la mayoría era gente sencilla de toda condición. Es cierto que la corona requería de equipos fieles de funcionaros y administradores, y que la prescripción ritual de leer hacía de los judíos personal apto para la administración y la diplomacia. Por eso Astruc Bonsenyor es descrito en el “Llibre dels feyts” como “scriva nostra d’algaravia”. Muchos judíos se habían refugiado en los condados catalanes huyendo del integrismo almohade, portando en su equipaje el rico legado cultural andalusí. Eso explica que Cresques Abnarrabí operara con éxito en 1468 a Joan II de cataratas.



Por esta Historia de la Cataluña judía desfilan pues judíos de toda condición. En las páginas escritas por Manuel Forcano se reivindica a los hombres de saber, como Mahmanides, verdadera autoridad mundial y aún hoy objeto de estudio y guía de tantas escuelas rabínicas. En los capítulos que Forcano dedica al patrimonio intangible de las comunidades judías catalanas se desgrana cómo la comunidad judía protagonizó la transmisión del saber andalusí hacia los reinos cristianos en el siglo XI, cómo la polémica maimonidiana sacude en el siglo XII el pensamiento tradicional judío, como las controversias públicas de los siglos XIII y XIV desvelan las desconfianzas y los odios que culminarán en la tragedia de 1391 y que condenaron a miles de judíos al “exilio interior”, paso previo a la expulsión de 1492.

El acto constituyó pues un preciado resumen para ignorantes del tema como yo. Un toque de atención que debió dejar perplejos a los que silencian las cirujías del pasado, y a los que las repetirían. Debemos rescatar del olvido a todos los que tantas veces fueron obligados a irse, o a vivir en silencio. Gente que era -como dijo el conseller Molins-, “part de la nostra Història, sang de la nostra sang”. En definitiva, eran "nosotros".

miércoles, 5 de mayo de 2010

LA TRAGEDIA DE ELEGIR: ROSA DE FUEGO O CIUDAD TAYLORIZADA?




Durante el 2009 me preguntaba por qué –pese a la variedad de actos, paseos y publicaciones que conmemoraban el centenario de la Semana Trágica- la apertura de la Vía Laietana ese mismo año parecía sólo una casual coincidencia. Todas las publicaciones que consulté analizaban el conflicto sirviéndose de Marruecos y Maura; a lo sumo ofrecían el relato de los hechos, narraban la experiencia de los obreros, criticaban la demagogia del Partido Radical, o definían el anticlericalismo como una brutalidad. Recientemente, sin embargo he ojeado “Un verano con mil julios y otras estaciones”, de Pere López Sánchez (1993). Es un excelente trabajo, quizá algo difícil para los que cojeamos en geografía y antropología, y que –como escribía Manuel Vázquez Montalbán en su prefacio- tiene título de “poemario de artista adolescente”. En definitiva, concurren en este libro todos los condicionantes para que el público con prisas, y la historiografía oficialista, aparenten que nunca fue publicado.

Para su autor, “el proceso de urbanización capitalista” es un “acondicionamiento de los espacios” que “implica una progresiva reducción de las posibilidades que la ciudad presta como territorio concurrencial de encuentros”. Añade que “el orden urbano que propone el capital (...) pretende conseguir una suma de individuos aislados pero al mismo tiempo juntos”, y toma de Murar y Zylberman (Le petit travailleur infatigable, 1976) la idea de que se pretendía aislar/distribuir a los miembros de una familia en el interior de una vivienda, y a unas familias de otras en el interior de los inmuebles para evitar relaciones peligrosas, inútiles o improductivas.

El libro analiza el impacto del espacio construido sobre la sociedad, rastreando algunas claves en la convocatoria del concurso abierto para la consumación del Plan de Enlaces entre el núcleo barcelonés y los pueblos agregados del llano, y en el decidido apoyo concedido a la hasta entonces relegada apertura de la Gran Vía A entre el puerto y el Ensanche. Se advierte también que ambas cuestiones formaban parte del programa de la Lliga Regionalista en 1901, partícipe activa de una verdadera cruzada moral contra la mendicidad infantil, la prostitución y los antros de mal vivir a la que parece consagrarse la moral burguesa de entonces.

El interés demostrado en una conferencia pronunciada en 1901 por Guillermo Graell, secretario del Fomento del Trabajo Nacional, por “la ostentosa indisciplina social que impera” y “el libertinaje de las costumbres llevado a las mismas calles” es sólo una muestra de la preocupación por higienizar, moralizar, regular, aspectos de la vida popular. En esa misma línea, el ministro de gobernación Juan de la Cierva afirmaba, en una carta dirigida al gobernador civil Osorio en octubre de 1907, que el régimen de costumbres explicaba el arraigo de la anarquía en Barcelona y que debían combatirse las tendencias malsanas de una parte de la población con toda suerte de medidas policíacas y de orden público. Iniciativas como la puesta en marcha en 1907 de un cuerpo especial de policía, para cuya dirección se trajo de Scotland Yard al detective Charles Arrow, implicaban una presión que –como escribía Navarro Maura en “La Rosa de Fuego, el obrerismo barcelonés de 1899 a 1909” (1975)- acentuaría el malestar de la población urbana.



La moralización escondía una campaña por la productividad del tiempo y del espacio que el autor detecta en Jausselly cuando escribe que “en este taller” –refiriéndose quizá a la ciudad que le distinguirá como ganador del Concurs Internacional d’avantprojectes d’enllaç de la zona de l’eixample de Barcelona i els pobles agregats (1903)- “se quieren evitar las pérdidas de tiempo y los pasos inútiles para los hombres y las cosas” para que la nueva organización urbana pueda “dar el mejor rendimiento posible” y permita “producir mejor para vivir mejor”, para lo cual preconiza que se debe “vivir mejor” –nueva referencia velada a los vicios que se adjudican a los obreros- “para producir mejor”. El Plan de Reforma Interior buscaba pues mejorar la vialidad y acelerar los movimientos de mercancías y recursos humanos; y actuar sobre el hábitat obrero para modelar (y controlar) la población urbana, a la que se supone consagrada al vicio para imponerle las virtudes moralizantes del trabajo sistemático. La burguesía reconoce que el proletariado se ha apropiado del centro urbano, y proyecta con el Plan evitar la indisciplina que dificulta la rentabilidad. Al abrir la Vía Layetana se pretende pues acelerar los movimientos de mercancías, pero también de personas. Lo cual supone un cambio cultural, la imposición de una lógica del tiempo propia del capitalismo al proletariado, evitando todo tiempo muerto o improductivo. Pero además de esa agresión, de esa imposición de un ritmo de trabajo (y de vida), me temo que también hay un ostentoso y sucio negocio especulativo: los burgueses, que habían abandonado la ciudad vieja y devaluado así su espacio, propiciando la marginación, ahora lo recuperan por cuatro duros para forrarse con su revalorización.

Para que el proletariado dejara de ser la “clase hegemónica” en el espacio que ocuparía el nuevo centro de negocios, se derribaron unas 2.200 viviendas, desalojando a unos 10.000 vecinos que incrementaron la insostenible densidad de población de barrios vecinos. La violencia del proceso no sólo estaba en el desalojo: la monumentalización de la Via Laietana con nuevos edificios “estilo Chicago” definía quién mandaba en aquella sociedad bipolarizada y conflictiva. La Reforma Interior se convierte así, dice el autor, en una guerra por la supremacía social en la ciudad antigua, en una batalla entre la metrópoli del capital –que sueña con los negocios y los beneficios inmobiliarios- y la metrópoli proletaria, que sueña con la emancipación y una vida digna.








El proletariado reaccionará a la agresión reapropiándose, con la misma violencia, del espacio que se le estaba robando. Extirparon de él a la iglesia, como había hecho la burguesía con las desamortizaciones, y respondieron a los derribos con barricadas. Con ellas no sólo pretendían proteger el espacio que consideraban propio, y que la Reforma Interior quería quitarles. La barricada, escribe Pere López Sánchez, ejerce de “alegato de la peatonalidad, de la movilidad autónoma”, porque “el urbanismo insurreccional propicia el acto de moverse, y obstaculiza el transporte. Es una negativa al hecho de ser cargado y/o transportado”. Es una “arquitectura de la insumisión” cuyo “ingeniero colectivo” es la cadena humana que levanta las barricadas y ensalza a los anónimos, a diferencia del monumentalismo burgués que sólo ensalza a los ilustres.

Vista así, la revuelta no parece tan extraña. Aunque nadie le ha dado cancha al tema en el centenario, no era casualidad que la huelga de febrero de 1902 coincidiera con el inicio de las expropiaciones para la Reforma Interior, y la tragedia de 1909 con los derribos.

lunes, 19 de abril de 2010

MÉS QUE UN LLIBRE DE FOTOGRAFIA!





Un llibre de fotografies no és, a priori, un llibre d’Història. Però sí pot ser una oportunitat per a l’historiador de despertar inquietud sobre els contextos que envolten les imatges i les investigacions que ens permeten interpretar-les. Un historiador no és un documentalista, però també contrasta les informacions. I pot equivocar-se com l’arxiver, però -a diferència de tots ells- li aporta a la fotografia un discurs que cap altre comentarista li pot aportar.

Primer de tot, valoració de transcendència. Tots els llibres de fotografies les tracten com a petites obres d'art, però sovint hi ha qui es limita a descriure-hi objectes, a identificar espais, o –en el millors dels casos- a parlar del desenvolupament urbanístic que il·lustren. Dins "Sabadell, una memòria popular"Luis Pizarro, amb una bibliografia acurada i selecta, i breus peus de foto, crida la nostra atenció sobre diferents aspectes de la difícil vida quotidiana dels obrers del Sabadell tèxtil: el difícil proveïment d'aigua, les vagues, les mútues, l’analfabetisme i la lluita per l’educació.

Aquest és el segon encert del llibre: una preocupació per les persones que no sempre demostra l’esperit col·leccionista dels llibres de fotografies. Abans de convertir el llibre en un catàleg de carrers, fonts i veïns –que de vegades també hi són, però que no poden omplir les expectatives dels qui, no coneixent Sabadell, ens hem acostat al llibre buscant-hi retalls del passat- Luis Pizarro ha preferit presentar-nos pinzellades d’història social o cultural –les “reflexions saltironejades” que promet la introducció- per suggerir per què es retratava què i com, i amb quina intenció, per què allò era important...

Així doncs, no solament hi ha cares allades, adobades pel sol, la feina i la fàbrica: hi ha una reivindicació del patrimoni fotogràfic, i una reclamació de la capacitat de les classes subalternes de crear la seva pròpia cultura: hi surten sardanistes i curanderos, espiritistes i esperantistes, carnavalers i marianistes, barraquistes i esportistes. Trobem xifres del treball femení a les cotoneres que obliguen a reflexionar, un sarcasme denunciant l'explotació infantil (“millor pensar que el vailet no ha participat”), interpretacions de les fotos de parella, referències significatives als conflictes (1902, 1909, 1917...), fotografies que mostren una activitat fabril i febril que gairebé permet “sentir el vapor de les planxes a la cara, olorar el midó”. I reflexions historiogràfiques que plantegen “el paternalisme de la política laboral del franquisme com a continuador de les colònies”. En definitiva, un llibre interessant, i interessat per les persones, protagonistes del que ha passat que miren l’objectiu de la càmera esperant ser objectiu de molts estudis

PRESENTACIÓ, AVUI, 19 D'ABRIL, a les 19 h.
ABACUS-SABADELL
C/ de les Tres Creus, 86-66

sábado, 10 de abril de 2010

LA ARMH, POR UNA DEFINICIÓN REAL DEL FRANQUISMO EN LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA




El diccionario de la Real Academia de la Lengua tiene una definición del franquismo que oculta la violencia de la dictadura y los numerosos crímenes cometidos por quienes planificaron, apoyaron y lucharon por el éxito del golpe de Estado del 18 de julio de 1936. La RAE define el franquismo como un "movimiento político y social de tendencia totalitaria, iniciado en España durante la Guerra Civil de 1936-1939, en torno al general Franco, y desarrollado durante los años que ocupó la jefatura del Estado".

Definir el franquismo como un movimiento de tendencia totalitaria es ocultar la naturaleza extremadamente violenta del régimen, las numerosas violaciones de derechos humanos: los 113.00 desaparecidos, los 500.000 exiliados, los 400.000 detenidos ilegalmente, las decenas de miles de desterrados, torturados, las miles de mujeres humilladas públicamente, los miles de ciudadanos expulsados de sus trabajos y de sus puestos en la administración por sus ideas o los miles de niños robados de los brazos de las presas republicanas y entregados a familias del régimen.

Por eso, la definición de franquismo que tiene el diccionario de la Real Academia es un ejemplo de negacionismo y esa ha sido la razón por la que te invitamos a ayudarnos a elaborar una definición que refleje verdaderamente la violencia de la dictadura y las violaciones de derechos humanos cometidas por ella que fueron una de las políticas esenciales del régimen.

A través de la página web de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica propondremos una votación de las mejores definiciones que nos lleguen y las seleccionadas le serán entregadas al director de la Real Academia, Víctor García de la Concha. Puedes remitir tu definición a: culturaconmemoria@gmail.com