Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.
"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

lunes, 10 de marzo de 2008

JANE AUSTEN EN EL S. XXI: SOLTEROS POR FRACASAR O POR NO INTENTAR?



Con la decisión sobre el voto resuelta tiempo atrás, dediqué la jornada de reflexión a “La joven Jane Austen” porque me contaron que los críticos neoyorquinos se deshacen en elogios por una novela titulada “El club de lectura de Jane Austen”. Así que, de regreso al video-club, iba pensando por qué de pronto tanto interés por la escritora inglesa. Parece que en el 2003 el biógrafo Jon Spence sorprendió al mundo literario revelando en Becoming Jane Austen que, pese a la soltería, la autora de Sentido y sensibilidad no hablaba de oídas y había conocido una precipitada y precoz historia de amor juvenil, con huida incluida. La película trata de recrear esa historia como si fuera una novela más de su autora, para que los acontecimientos vividos realmente se parezcan a “Orgullo y prejuicio”. Por eso arranca con Jane viviendo con su familia en su casa campestre, y nos la presenta como ella a sus heroínas: joven, guapa, sensible, educada, agradable, inteligente, escritora en ciernes, aunque insatisfecha con los resultados. Y es que una de las tesis de la película es que –para escribir sobre el amor- uno tiene que haberlo vivido. O sufrido…

Resulta estéticamente sugerente la bucólica descripción que hace la película del contacto de las personas con la naturaleza. Si el hombre medieval había sentido incomodidad o miedo ante la misteriosa profundidad del bosque, la pasión por la naturaleza en estado salvaje propia del hombre romántico se parece mucho a nuestro deseo por salvarla hoy de la agonía. Es cierto que Jane –en su austera mansión de provincias- es menos urbana que nosotros; pero me atrevo a decir que el papel que cumple el bosque en aquellos tiempos de primer romanticismo es el que hoy cumple la metrópoli. Sean robles o rascacielos los que acompañan los encuentros (o desencuentros) de aquellos primeros románticos, me temo que se parecen demasiado a los nuestros.

Me explico. Las relaciones Inter-personales que describe la película son tan sofisticadas como distantes. Me recuerdan a las que veo practicar hoy. La joven Jane invoca sentimientos que desconoce, y para los que –en un primer momento- no espera arriesgar. Cree que el amor llamará a la puerta del estudio en el que se consagra a inventar historias durante las noches de insomnio. Tras mis amigas solteras (disfrazadas de superwoman siguiendo la guía cosmopolitan) y mis amigos gays (disfrazados de Robocop insensible), es fácil encontrar una criatura frágil y herida, algo desvalida, necesitada y merecedora de cuidados. También la joven Jane, a veces altanera y algo insolente, disfraza tras una verborrea apasionada y algo grandilocuente la soledad que padece en su íntimo castillo de cristal. Y también como nosotros, que no dejamos pasar la oportunidad de sentir que agradamos, la joven Jane flirtea y coquetea con todos los muchachos de tez pálida, disfraz de dandy y peinado cuidadosamente descuidado que se le presentan. Y como nosotros, evita consumar, si el modelo no encaja en el molde que la imaginación desea…



Aún deseosa del amor, expectante de experiencias, sublimándolas en sueños, Jane (y mis amigas) proclaman unos valores opuestos a la práctica que la conducirían a conocerlo. Ella, el decoro. Ellas, la promiscuidad veloz. Aún necesitándolo, denunciamos la estrechez de un modelo de pareja que calificamos como convencional, criticamos la necesidad de compañía como debilidad, y defendemos las parejas abiertas, o la soltería, como sinónimos de desprejuicio o libertad. Si tanto Jane Austen como mis amigas se parecen en la necesidad no confesa de compartir, ¿qué las diferencia?

Pues el hecho de que Jane, más inconsecuente, no predicó con el ejemplo; y se atrevió a violar las normas del decoro que la constreñían para probar lo que necesitaba. En cambio, a mí alrededor no veo arriesgar. Veo existencias predecibles y cómodas, eso sí, pero a nadie dispuesto a decir, como Jane y su amante se dicen en el film, “¡Soy de usted!”. No veo a nadie dispuesto hoy a sacrificar sus caprichos inconfesables, su deseo de hacer en cada momento lo que apetece, o sus vacaciones exóticas diseñadas a medida. En el debate entre el sentido (el seny, la razón) y la sensibilidad, por usar el título de su más conocida novela, la joven Jane apostó por el riesgo. En lugar de casarse por dinero, en lugar de entregarse a un matrimonio sin amor, se fugó. ¡Se atrevió a decir “soy de usted”! Volvió a los pocos días al hogar acogedor y a los brazos de su madre, es cierto. Regresó y siguió soñando poemas mientras daba de comer a los cerdos de su granja. La realidad es así de prosaica; se parece a los poemas como un huevo a una castaña. Pero lo importante es que arriesgó. Jugó… y perdió. El amor se cayó de la diligencia en la que huía, al primer bache, y ella pagó un precio: la soltería.

Hoy también la soltería es un valor en alza, también se legitima como Jane justifica la suya: argumentando que una mujer se puede servir de su talento (escribir, en su caso) para sobrevivir. También la soltería es hoy igual de difícil: las mujeres de entonces negociaban los términos de una boda que las permitiera subsistir porque la existencia en soledad (escritoras brillantes y reconocidas aparte) era muy dura. Hoy tampoco es fácil para mis amigas solteras pagar una hipoteca a solas, sobre todo porque las mujeres, por el mero hecho de serlo, están remuneradas –haciendo el mismo trabajo, o quizá más- muy por debajo de los hombres.

Sin embargo, hay una diferencia entre aquella soltería y la de hoy: una es la consecuencia amarga del riesgo, de haber jugado y haber perdido; la otra es la consecuencia de no haber arriesgado jamás.