
La fuerza visual de 300 ya te apabulla en la butaca viendo sólo el trailer o el making off… Seguro que la recreación del cómic de Frank Miller será un nuevo hito de la tecnología digital.
Agradecidos, la prefectura de Laconia y el ayuntamiento de Esparta preparan actos en honor del equipo de la película. El propio alcalde, Sarantos Antonakos, ha declarado que “temía que se cayera en la caricatura, pero no hay errores históricos”, de lo que se deduce que ¡300 no tendrá su reloj de pulsera o, como tuvo Gladiador, su caballo ensillado y con estribo!
¡Qué pena que el señor alcalde ande más preocupado por los anacronismos que por la distorsión intencionada que la película proyecta del pasado! ¿Por qué se recrea ese episodio de las guerras médicas, y no otro? ¿Por qué se nos vende Persia (Irán) como la esencia de la tiranía ahora, precisamente ahora? A mi me parece que 300 permite a la reaccionaria élite WASP norteamericana disfrazar su apuesta por la resistencia a cualquier precio en Irak y se sirve de los 300 hoplitas espartanos que resistieron en las Termópilas (-480) porque, como ellos, se siente también una minoría selecta, avanzadilla de su sociedad, convencida de que Occidente (¿Grecia?) no debe su supervivencia y su libertad a los afeminados políticastros atenienses (léase europeos) sino a los héroes espartanos (USA) preparados desde su nacimiento para el dolor y el sacrificio.
Idealizar a la culta y erudita Atenas huele a podrido, pero hacerlo con Esparta manda cojones. No me extraña que el gobierno iraní haya mostrado su rechazo. No voy a gastar líneas en defenderle, puesto que su asqueroso uso de la historia cuando –hace unos meses- convocó el congreso de “negacionistas” del Holocausto está a la misma altura de la película. Puede que cuando se representa al ejército persa como una avalancha inconmensurable de monstruos deshumanizados sólo se esté haciendo ficción, la presentación de un inminente y lucrativo videojuego; pero la aberrante lectura moralista que destila el guión merece una crítica.
Mientras el Rey Leónidas y sus hombres aparecen como una pasarela de pectorales, abdominales y bíceps brillantes, bien depilados, con una faldita cuidadosamente plisada para que exhiba un muslo duro de percherón, al “Rey de Reyes” lo han convertido en un gigante de sexualidad ambigua idolatrado por una decadente corte de transexuales y concubinas. No suscribiría a Billy Wilder cuando dijo que “no me gustan las películas en las que el protagonista masculino tiene más pecho que la chica”. Pero sí puedo decir que me molesta que en Jerjes se regocijen esos reprimidos ascetas fanáticos de doble moral para asociar el amaneramiento o la sexualidad poco ortodoxa como un signo de decadencia moral.
300 es cine de propaganda disfrazado de espectáculo de luces, color, acción trepidante, brutal dinamismo y planos soberbios. Un panfleto que elogia la guerra como único instrumento útil para aspirar a la paz y proteger la libertad.

Ni Maratón ni Salamina
Entiendo por qué el cine americano prefiere a los 300 de Leónidas al Batallón Sagrado de Tebas, pero no acabo de entender por qué las victorias atenienses no le resultan tan épicas. Ha preferido idealizar a Esparta a pesar de que –como dice César Fornis en Esparta: historia, sociedad y cultura de un mito historiográfico (Crítica, 2003)- sabemos muy poco sobre ella: la arqueología (que no ha podido encontrar ni una sola necrópolis) y la epigrafía (escasa en una polis con rudimentarios procesos institucionales) nos obligan a fiarnos de las fuentes escritas. Por ellas vemos que la “laconofilia” de Hollywood no es nueva, apenas continúa con la que ya despertó entonces la díaita (la dieta, el modo de vida espartano) y la superioridad técnica de la falange hoplítica entre los estratos sociales acomodados de las otras polis, críticas con la democracia ateniense. Por eso Herodoto infla las cifras de la formación persa: para exaltar aún más la gesta griega.
La ausencia de fuentes fiables nos impide entender por qué un estado que sufría de una oligantropía casi crónica, -provocada por la guerra continuada, la homosexualidad institucionalizada, los matrimonios tardíos, las prácticas eugenésicas…- malgastó en 480 aC las vidas de una clase dirigente tan útil para mantener el orden social en la polis. Quizá “Termópilas” (recientemente publicada por el gran especialista en Esparta, Paul Cartledge) nos ayude a entender -mejor que el cine- aquel episodio, ejemplo máximo de sacrificio ante una misión imposible...