Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

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"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

sábado, 26 de septiembre de 2020

EL ABUELO, LA TÍA Y LOS LIBROS DE CABALLERÍA (1)

 


Haciendo limpieza de papelotes acumulados me encontré hace unos días las notas que tomé del Carlos V de Geoffrey Parker durante unas noches de vela hospitalaria. No llegué a escribir ninguna entrada en el blog porque no pude acabar de leer el libro, a pesar de que es imposible dudar de la extrema profesionalidad del autor. Ya en 1978 Parker había escrito una pequeña joya sobre Felipe II que, en su voluntad de humanizarle, usaba la correspondencia con sus hijas, conservada en el Archivo de Estado de Turín. La pasión por las obras y los jardines de sus palacios, el sentido del deber que le ataba al despacho, la angustiosa religiosidad que condicionaba sus responsabilidades corrían por aquellas páginas, que, sin justificarle, matizaban la imagen del tirano monstruoso repetida hasta entonces por la historiografía protestante. Parker ha sido, pues, un historiador importante, cuya comprometida dedicación a Felipe II le permitió subtitular el estudio sobre el rey que publicó en 2012 con una expresión tan provocadora –“la biografía definitiva”- como comercial. Aquellas mil trescientas páginas, suculentas y apasionantes, constituían un retrato fehaciente del rey y su reinado que consiguió un merecido éxito. Sin embargo, hay que decir que aquel subtítulo fue una temeridad o algo peor, porque apenas dos años más tarde Geoffrey Parker publicaba otro libro al que incorporó una llamativa banda: “la biografía esencial” (2015). Es cierto que trabajaba nuevas fuentes primarias, concretamente cerca de tres mil documentos encontrados entre los fondos de la Hispanic Society of America y que, en tanto se trataba de documentación de despacho del rey y sus secretarios privados, parecía especialmente interesante.  Sin embargo, cualquier vistazo al libro ya dejaba claro que no parecía ampliar nuestros conocimientos sobre el reinado; y que reclamar otra vez la atención de los lectores me pareció un abuso. Por eso apenas le presté atención, y aún me duraba el desengaño cuando supe que Parker publicaba un “Carlos V”: como en “la biografía esencial” pensé que el gran historiador forzaba su trayectoria y que “una nueva vida del emperador” era apenas un producto comercial.

Descarté terminarlo durante aquellas largas noches de hospital, pero un buen amigo –“llegidet”, dice él- se ofreció a prestármelo y, ahora que he tenido que devolvérselo tras meses secuestrándolo en casa por causa del confinamiento y otros accidentes vitales, le he echado un vistazo de nuevo, he recuperado las notas que tomé en su día, y considero que algunas cosas buenas sí se pueden decir de él. No sólo el ritmo trepidante con que nos lleva de Gante a Laredo, de Barcelona a Aquisgrán; también las páginas dedicadas a la dieta de Worms me han parecido muy interesantes, y, sobre todo, el retrato del joven Carlos me ha fascinado más que nunca; quizá porque el Emperador en marcha permanente, viajero y viajado, titán en permanente lucha, llama tanto nuestra atención que nos hace descuidar su infancia. Quizá también quienes antes se habían atrevido con el período no contaban con la eficaz metodología que Parker ya había usado con Felipe II para sistematizar las influencias juveniles que marcarían su personalidad.

Para empezar, creo que es un acierto marcar el ascendente que significó su tía, Margarita de Austria. Cuando Felipe el Hermoso se marchó a España presuponiendo presuntuosamente que arrebataría a su esposa la herencia de la reina Isabel, su suegra, Carlos tenía seis años y quedó como regente el barón de Chievrès. Sabemos que a Felipe se le atragantó una partida de tenis, a no ser que demos por cierto rumores maledicentes que acercan al cardenal Cisneros a la copa de agua fría que se tomó entre sudores después de colgar la raqueta. Cuando llegó la noticia a Malinas (1506), los nobles flamencos que ejercían la tutela del joven Conde de Flandes eran francófilos. Manda cojones ser partidario de Luis XII años después de la derrota de Carlos el Temerario en Nancy (1477), la batalla que había dejado las aspiraciones borgoñonas en un recuerdo entre mítico y fantasmal. Quizá por eso a esa facción nobiliaria francófila a la que la muerte del Archiduque en España dejaba la tutela de su hijo se opuso, en los Estados Generales, la fuerza mercantil de las provincias marítimas, que preferían potenciar las relaciones con Enrique VII de Inglaterra, a donde su activa clase mercantil dirigía la mayor parte de sus exportaciones. Tan fuerte era la tensión entre ambas facciones, que mandaron aviso al emperador Maximiliano, quien encargó a su hija Margarita (hermana del archiduque fallecido) la tutela de su sobrino Carlos. 

La Archiduquesa tenía sólo 28 años, pero tenía a sus espaldas una larga experiencia en el tablero dinástico: había sido repudiada por Carlos VIII tras ocho años en la corte francesa porque su prometido francés prefirió casarse con Ana de Bretaña, cuya suculenta dote había de proporcionarle la presunta fortaleza con la que pretendía lanzarse sobre Italia, primero, y cruzarse hacia Tierra Santa, después. El fracaso del enlace (y de la expedición francesa) había dejado en la joven Margarita la suficiente fobia francesa como para que, años más tarde, se situara a favor de las ciudades costeras que exportaban piezas de lana hacia Inglaterra en su lucha contra los nobles flamencos que envolvían a su joven sobrino. Por eso debió estar encantada cuando, contra los franceses, su padre el emperador había negociado una alianza con los Reyes Católicos que se formalizaría con el doble matrimonio de Margarita y su hermano Felipe con dos de los hijos de Isabel y Fernando: Felipe casaría con Juana (de cuyo matrimonio nacería Carlos), y ella casaría con el príncipe Juan, que debería heredar todos los estados de los Trastamara. La cosa tampoco salió bien: si el matrimonio de Felipe y Juana daría varios hijos, el suyo con Juan acabó con el fallecimiento del príncipe adolescente y media Europa cuchicheando que el jovenzuelo se había dejado la salud alargando la noche de bodas mucho más allá de lo razonablemente recomendable.

Las desgracias de Margarita habían ido a peor, porque, habiendo enviudado en España en 1497, la habían casado en 1501 con Filiberto de Saboya, quien también había fallecido en 1504. Así que ahora, viuda por segunda vez, se hizo cargo de la tutela de su sobrino Carlos, siguiendo las instrucciones del emperador Maximiliano, al morir Felipe el Hermoso. Que Carlos y sus hermanas, -Leonor, Isabel y María- se encariñaron con su tía no ofrece lugar a dudas. Parker dice que “Carlos y sus hermanas se convirtieron en el proyecto de Margarita, la familia que nunca antes había tenido (…) se referían a ella como su señora tía y querida madre”. Lo sabemos porque el emperador siempre firmó sus cartas diciéndose “Tu humilde hijo y sobrino”. Y cuando Margarita falleció, en 1530, el todopoderoso emperador dirá que “su pérdida a nadie afecta más que a mí porque la consideraba mi madre”. No es de extrañar: su correspondencia muestra una preocupación tierna y cercana por sus sobrinos, enseñó a las niñas a coser, bordar y hacer conservas, y cuando ya adolescentes se habían marchado a casarse se consagró a mantener cálidos contactos epistolares entre las cortes donde residían.

¿De qué manera influyó Margarita en Carlos? Que el futuro emperador vio en ella la profunda lealtad a la casa/dinastía no hay duda. Pero Parker sugiere también cómo el joven Carlos presenció el despliegue del mecenazgo, ya que la corte de su tía Margarita se convirtió pronto en un importante centro cultural: tenía cuatrocientos libros en la biblioteca, muchos de ellos manuscritos ilustrados, y había contratado a pintores de renombre, como Jan Vermeyen, y, como tejedor de tapices, a Peter de Pannemaker. También recibiría a los artistas más famosos de su época: Durero alabó en su diario la colección pictórica de Margarita “y muchas otras cosas de valor, además de una muy valiosa biblioteca”. A su muerte en 1530, la archiduquesa poseía más de cien tapices, cincuenta esculturas y doscientos cuadros de los mejores artistas neerlandeses, como Roger van der Weyden, El Bosco, o Jan van Eyck. Parker incluye referencias a la bisagra que encargó para que las alas del tríptico de “El matrimonio Arnolfini” cerraran bien, y recoge que el inventario de sus posesiones contiene correcciones y anotaciones de su puño y letra, que rebelan su implicación personal en la creación de la colección. Margarita era, queda claro, un importante mecenas: las cuentas del tesorero que Parker ha consultado registran pagos a un joven fraile agustino llamado Erasmo para que se pagase la universidad, quizá a cuenta del panegírico que había escrito para Felipe el Hermoso. Aunque Erasmo rechazó ser tutor del príncipe Carlos, sabemos que mantuvo una activa correspondencia con la casa del Príncipe y le dedicó alguno de sus libros.

El caso es que cuando el emperador Maximiliano se volvía al imperio en 1509 dejó a su hija Margarita como gobernadora, y contra ella se movía en la sombra la facción de los señores, alrededor de Chievrès, quien llegará a ser chambelán del príncipe y por tanto su compañero inseparable. Margarita y los señores competirán “sin cuartel por ganarse el control y la mente del príncipe huérfano”. Ese pulso político por la influencia sobre el joven rey permitirá al historiador francés Jules Michelet referirse a Margarita –en tiempos del romanticismo- como “el verdadero hombre fuerte de la familia”, aunque fuera una exageración: ella siempre firmaba “por orden del emperador” y los nombramientos venían confirmados desde Alemania. Fue Maximiliano quien asentó el poder de la dinastía, y el control que ejercía sobre Margarita queda claro en las visitas que le hizo desde la muerte de Felipe -de noviembre de 1508 a marzo de 1509, durante la primavera de 1512, durante el verano de 1513 y en enero de 1517-, para alegría de los niños, que comían, bailaban, jugaban a las cartas y salían de excursión con el abuelo, quien les cargaba de regalos. La influencia del abuelo también sería decisiva en la formación del futuro Carlos V…

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