Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.
"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

miércoles, 15 de julio de 2020

EL MINISTERIO DEL TIEMPO: APRENDER UNA HISTORIA MEJOR (y 2)


Felipe III confirma el Tratado de Londres, en un episodio que presenta al duque de Lerma era belicista y la reina Margarita pacifista: ¡fue al revés! En el episodio 37 presentan ya anglicana a Isabel Tudor en 1558. Más que errores parecen simplificaciones que hagan inteligible la trama al espectador.


Decía en el post anterior que “El ministerio del tiempo” había cumplido con algo más que una tarea divulgadora de la Historia de España, que también contenía una nueva mirada historiográfica que pretendía superar la retórica peripatética del nacionalismo más casposo, y también los lamentos por el fracaso reiterado y la tragedia repetida que han caracterizado a la mirada más progresista. Es imposible mirar atrás y que no se te encoja el alma en un suspiro, y de hecho en la serie pasa: a menudo alguno de los protagonistas explicita que cada vez que pasa por una puerta del tiempo le parece encontrarse “el duelo a garrotazos de Goya año tras año, siglo tras siglo, en una guerra civil permanente”. Eso sugería Amelia en el capítulo 25 cuando le compraba al pintor su grabado “El sueño de la razón” y le veía reñir con las duquesas de Alba y Osuna, y –cansada de tanta miseria- le echara en cara que “así ha pasado siempre. Los inteligentes acaban divididos en mil luchas intestinas, los audaces frente al pelotón de fusilamiento, los íntegros en el exilio, y los inocentes en la miseria”. Esa tristeza flota en la serie como una especie de personaje fantasmagórico que reaparece muchas veces: ya en el capítulo 3 una Lola Mendieta madura, que aún parece malvada, lamenta la victoria francesa en 1812 porque permitió a Fernando VII anular la Pepa, matar al Empecinado y que “nuestros mejores” (refiriéndose a Goya o Jovellanos) se tuvieran que exiliar; a continuación se pregunta si vale la pena que el Ministerio se desangre –a veces explícitamente- para salvar esa Historia de dolor…

Por poco que uno conozca de la Historia del país resulta difícil no sentirse así de descorazonado. Pero me parece que la serie intenta superar esa tristeza peripatética con dos estrategias: revisando científicamente la historia, y rescatando del olvido a los personajes que nos robó la historiografía oficial para que generalotes y moralistas de medio pelo ocuparan su lugar. Por lo que respecta a la revisión científica no sólo he visto pequeñas explicaciones teóricas, como la que Amelia hace del romanticismo en el episodio sobre Bécquer. También se desnuda el discurso histórico de apriorismos nacionalistas: hay un ajuste de cuentas con Torquemada (4) y cierto reconocimiento de las víctimas de la inquisición. Ya en el capítulo 3 Amelia le desmiente a Alonso la expresión “imperio español”: Breda es una victoria de mercenarios, y Spínola era genovés. El capítulo dedicado a los “últimos de Filipinas” está más pendiente de las miserias del reclutamiento que de ninguna épica imperial (15). La misión en Yucatán (29) muestra muchas de lasmiserias de la conquista: de hecho, que el agente del ministerio en aquel tiempo sea Bernal Díez del Castillo ya es toda una declaración de intenciones. A Felipe II le ponen fino en el capítulo 21, donde se consagra la inquisición como instrumento del poder real. Y cuando unos radicales –los Hijos de Padilla- intentan atentar contra Alfonso XII durante el Consejo de Ministros que en 1881 celebró en la finca del Marqués de Comillas, cuyo pasado esclavista es el hilo conductor del episodio 27, se denuncia la Restauración como un régimen corrupto: “dos partidos se reparten el poder y enriquecen a cuatro empresarios”. También se traza un paralelismo entre los moriscos expulsados en 1609, que son “tan españoles como nosotros” (31), y los refugiados que llaman hoy a las puertas de Europa, y –en el episodio 9- se confecciona un retrato del Cid como mercenario.

Que Isabel la Católica grite "Yo soy la reina de Castilla, no mi esposo" es una lección sobre la época moderna, en la que se ambienta el 35% de las tramas de los episodios. Sólo un 11% de las tramas transcurría en la Edad Media; el 53% en la contemporánea

Que la serie encierra una mirada historiográfica, pues, parece obvio. Es cierto que evita algunos debates –la autoría del Lazarillo, por ejemplo, en el capítulo 6- pero a veces plantea que puede haber miradas distintas sobre el pasado: en el episodio 26 el talante de Godoy puede parecer tiránico, pero Amelia recuerda su papel en la protección de la ilustración. También se ejercen miradas historiográficas contradictorias cuando, en el capítulo 5 una misión para proteger el retorno del Guernica permite celebrar el Madrid de la movida, pero –cuando el objetivo es que Almodóvar conozca a Banderas (36)- el reencuentro de Pacino con aquellos años es una tragedia, porque a su antiguo amigo del instituto le diagnostican la plaga que puso fin terminó con la bohemia creativa. Queda claro así que los ochenta tuvieron dos caras, y que debemos evitar que la nostalgia empañe la mirada.

Los guionistas incluyen pues, también, una mirada comprometida con el presente: hay capítulos que denuncian la violencia de género (38), los desahucios o los recortes del estado del bienestar: Salvador Martí, cuando descubre a la empresa americana que trapichea viajando en el tiempo, afirma enfadado que “hay cosas que no se pueden privatizar, como la educación, la sanidad o los viajes por el tiempo”. Hay cierta normalización de la diversidad en la forma alegre y desprejuiciosa con la que Irene Larra vive su sexualidad, y también se procura empoderar a los personajes femeninos: no sólo porque Amelia es una agente inteligente y culta, y por eso dirigirá la mayor parte de operaciones de la patrulla. También porque los espectadores conocen a María Pita, y a las “Sin Sombrero” en un capítulo (18) en el que Irene se dice fascinada por Clara Campoamor, a la que, en un capítulo posterior con momento emotivo, puede agradecer su trabajo personalmente en el París de la Exposición Universal de 1937 a costa de perderse un “cameo” con Josephine Baker. Esa manera simbólica de saldar la deuda que tenemos con uno de los grandes personajes de nuestro pasado va en la línea también de la relación especial que Julián tiene con Federico: su abrazo al final del capítulo 8, y su reencuentro posterior, que hacen de Lorca un personaje simbólicamente inmanente sobre parte de la trama de la serie, simbolizan, a mi entender, la relectura de la historia de España que se pretende. Le debemos ese abrazo a Federico y ese agradecimiento a la Campoamor; dárselo en la serie no sólo es justicia poética, también constituye una oportunidad de reconciliarnos con esa historia tan ingrata de exilios, hogueras  y espirales de venganza. Yo mismo, cuando descubrí a Emilio Herreraen el capítulo 40 –mucho más que un pedazo de ingeniero- me quedé tan emocionado como enojado. ¿Por qué nos han robado esos personajes? ¿Quién se ha empeñado en callar sus voces? Y es que, como los protagonistas de “El ministerio del tiempo”, todos tenemos cadáveres en el armario que nos incomodan. España los tiene, y muchos. El mejor homenaje que se les puede hacer es contar su verdad, escribir sobre ellos, hacerle un hueco a sus gestas, conocerles, rescatarles de las cunetas de la Historia (y de las otras) y meterles a empujones en los libros. Agradecerles lo que hicieron contando su historia, recogiendo sus palabras o sus obras, en definitiva, darles vida.


¿Quiere decir todo eso que es una serie “de izquierdas”? No lo creo: que haya unas pocas secuencias en catalán y un guiño austracista (7) no la convierte en una serie independentista. De hecho, uno de los adversarios del Ministerio son los Hijos de Padilla, un grupúsculo revolucionario que coquetea con el terrorismo y a los que Amelia recuerda la cita de Sebastian Castellion “Matar a un home no es defender una doctrina, es matar a un hombre”. Los comunistas no salen bien parados (40), y una de las pocas polémicas historiográficas que ha generado la serie igualaba a los dos bandos de la guerra civil al recordar Lola Mendieta el bombardeo de Cabra (Córdoba) por tres Topolev soviéticos el 7-11-1938 como una “Guernica olvidada” (35). Si en algún momento la serie parece escorarse es porque quienes se manifiestan junto a una estatua de Don Pelayo o retiran bustos de Abderrahman III ocupan demasiados titulares: consumimos una historia de cartón piedra, y eso nos aleja de cualquier referente auténtico proveniente del pasado. Sólo una vez he escuchado a un político presentarnos la historia de España que deberíamos conocer: fue Pablo Iglesias, en el discurso que pronunció en el 2015 delante del Museo Reina Sofía, celebrando el resultado de las elecciones europeas que dieron protagonismo a su partido. Allí dijo que aquella noche se podía escuchar “la voz del pueblo de Madrid resistiendo al invasor, de Riego defendiendo espada en mano la constitución, de Torrijos desembarcando en Málaga, la voz de los demócratas de la Gloriosa, la voz de Joaquín Costa y la institución libre de enseñanza, la voz de Rosalía y la risa irónica de Valle Inclán, de las mujeres que lucharon por la extensión del sufragio y de los reformadores republicanos, de Clara Campoamor, de Victoria Kent, Margarita Nelken, Federica Montseny. Dolores Ibárruri (…) de Miguel Hernández, de Federico, de Machado y de Alberti. De los mineros asturianos, de Companys diciéndole a Madrid os habla vuestro hermano. De Durruti, de Largo Caballero, de Azaña y de Andreu Nin. Las voces políglotas de los voluntarios internacionales que por haber defendido nuestra patria serán españoles para siempre. De los que empuñaron las banderas de la libertad frente al terror. Las voces de los que lucharon contra la dictadura. De la clase obrera que ganó con huelgas sus derechos. Se escuchan voces en euskera, en catalán, en gallego (…) a Carlos Cano cantando a los emigrantes, las voces de Serrat, de Paco Ibáñez, de Rosa León, (…) de Manolo Vázquez Montalbán y de todos los que lucharon por un futuro mejor”.

Fueron muchos. Y muchas. Si les atiendes, de repente, todo parecer ser de otra manera. Dicen en “El ministerio” que “la historia es la que es”. Tienen razón. Pero si uno se atreve a meterse por cualquiera de sus puertas, encuentra una realidad muy distinta a la que cuatro machirulos borrachuzos nos presentan entre banderas.

Gracias, Clara Campoamor!
Irene Larra puede conocer en persona a uno de sus personajes favoritos de la Historia... y agradecerle su trabajo y su esfuerzo






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