Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.
"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

viernes, 6 de enero de 2012

LA CRÍTICA DE LA CONSPIRACIÓN (Y LA CONSPIRACIÓN DE LA CRÍTICA)



Las primeras secuencias de “La conspiración” nos acercan a hechos conocidos: el actor John Wilkes Booth disparó a la cabeza de Lincoln en el transcurso de una representación en el Teatro Ford, gritó "Sic semper tyrannis!", saltó desde el palco lesionándose la pierna, y huyó a caballo. Era la cabeza ejecutora de un complot que buscaba subvertir el resultado de la guerra, o vengar la derrota de Lee en Appomattox ante el General Grant. El guión de la película, sin embargo, no se entretiene en el radicalismo sudista, sino que quiere contarnos una historia mucho menos conocida. Sabemos que Booth fue perseguido y descubierto, que murió en una emboscada, y que sus cómplices protagonizarían el proceso en el que Robert Redford centra su película; pero muchos desconocíamos que –habiéndose fraguado el atentado en una pensión, cuya propietaria era la madre de uno de los compinches de Booth- las sentencias empujarían también a esa mujer hasta la horca, convirtiendo -el 7 de julio de 1865- a Mary Surrat en la primera víctima femenina de una ejecución celebrada por el Gobierno Federal de los Estados Unidos.


La película deja bien claro que las pruebas presentadas contra Mary Surrat eran endebles y que el proceso no tuvo las debidas garantías. No es, sin embargo, una película “de abogados”: ni sustituye al arquetípico héroe de acción por un orador brillante, ni cuenta en esas escenas con suficiente intensidad dramática como para ser “cine judicial”. Creo más bien que cumple con una importante función divulgativa, poniendo de relieve la letra pequeña de la Historia que a menudo nos permite entender la letra grande. Ese objetivo parece no haber gustado: muchas críticas se lamentan de que –al construir una “crónica fidedigna”- Redford ha sustituido “el ejercicio cinematográfico” por un “manual de Historia”. Como quien no quiere la cosa, esas críticas asimilan cine a entretenimiento frívolo, y definen la Historia como un libro cogiendo polvo en la estantería. Sus socarronas descripciones de la película como un “docudrama del History Channel” contrastan con la curiosidad con la que los amantes de la Historia celebramos que “la conspiración” sea sólo la primera empresa de una productora que quiere dedicarse en exclusiva a reproducir momentos de la apasionante historia americana, sin adoctrinamiento.


Ahí viene la segunda crítica contra Redford. Algunos le acusan de incumplir ese objetivo, de ceñirse a una “reivindicación política injustificada”. Citan a la profesora Kate Clifford Larson, autora de The Assassin’s Accomplice: Mary Surratt and the Plot to Kill Abraham Lincoln, que se mostró convencida de la culpabilidad de Mary, y de que -además de albergar a los conspiradores- les asistió en cuanto pudo y conocía sus planes. Insisten en criticar a la película que no cuenta cuánto conocía Mary de la conspiración, lo que a mi juicio implica que no han entendido nada, puesto que la película no trata de desentrañar el complot contra el presidente en la que participó el hijo de la protagonista, sino un relato de indefensión constitucional ante un gobierno que organiza una farsa de juicio para apaciguar a la nación herida con un desenlace rápido y un castigo ejemplarizante. La escena en la que el secretario de guerra, Edwin Stanton, deja claro que quiere a los conspiradores enterrados y olvidados nos permite comprobar que logró su objetivo: ha hecho falta la película para que muchos conociéramos la tragedia de Mary Surrat. A cuantos les parece “injustificado” rescatar su historia, me gustaría decirles que –aunque todos sabemos que es más fácil proclamarse liberal que serlo en la práctica-, no estaría de más refrescar en la memoria el derecho a un juicio justo para todos, incluso los más retorcidos sospechosos. Nadie es liberal si considera menudencias la presunción de inocencia, o la independencia de la justicia. Y no hace falta mucho esfuerzo para reconocer que, en la actualidad, se nos olvida a menudo.


Finalmente, hay un tercer formato de críticas: las que –llegados al punto de analizar la película como una muestra de cine político- argumentan que el discurso es meritorio en intenciones pero simplista. ¡Vaya por Dios! Veamos. El film nos cuenta cómo Frederick Aiken, héroe bélico nordista, se enfrenta al dilema de actuar como abogado defensor de una mujer del bando enemigo. Seguirle en el viaje que va desde defender a regañadientes a Mary Surratt ante un tribunal militar, creyéndola culpable, hasta revelar –en una defensa ardiente- pruebas que ponían en duda las imputaciones, lejos de ser algo simple, nos permite advertir con él que –tras el discurso de que la nación amenazada debe sacrificar los derechos civiles para garantizar su seguridad- se escondía una segunda trama conspirativa: la que aprovecha la ocasión para justificar la actuación impune, sin trabas, arbitraria, del poder político. Es por eso que Redford subraya que es el mismísimo presidente Andrew Johnson quien envía a la horca a Surratt, subvirtiendo la sentencia de cadena perpetua que dicta el tribunal. “En tiempos de guerra, enmudecen las leyes”, le espeta un alto cargo del gobierno al abogado defensor. ¿Por qué tan selecto lector de Cicerón no prefirió citar al insigne romano diciendo que “ser esclavo de las leyes nos hace libres”?

A mi el guión me ha parecido brillante y original. Original porque, para vindicar la democracia, no se ha usado –como tantas veces- la exaltación de Lincoln, el culto a la personalidad del gran hombre. Al contrario: quienes conspiran y aluden constantemente a la supuesta situación de emergencia nacional son quienes apelan continuamente a la memoria del mandatario asesinado. El guión también me ha parecido brillante, porque, sin declaraciones grandilocuentes y patrioteras ni banderas ondeando al viento, se denuncia cómo los políticos crean estados de excepción imaginarios para justificar su actuación. Parece claro que implícitamente, Redford se está refiriendo a Guantánamo y al debate “seguridad vs. Libertad” que se abrió en la sociedad norteamericana después de los atentados contra las Torres Gemelas. Y quizá haya estado esa crítica hacia el patriotismo de pandereta la que ha pinchado la película en los Estados Unidos, a pesar de que se estrenó –aprovechando el 150 aniversario del principio de la Guerra de Secesión- en el lugar del asesinato.


Los críticos se han acelerado conforme se ha venido confirmando la espalda de la taquilla. En el vol. XXI de la revista del colectivo Film-Historia explicaban el fracaso en términos técnicos, diciendo que “Robert Redford no deja mucho espacio a sus actores para actuar libremente”, por lo que “sus interpretaciones son demasiado teatrales”, la fotografía hacía la película “latosa” e “insufrible”, el guión era “monótono”, la cárcel “demasiado limpia”, la recreación de Washington D.C. “demasiado elegante” y –en conclusión- “la conspiración” es un “intento de blockbuster fallido, lo que explica que le fuese mal en el box-office en Estados Unidos”, afirmación cuyo significado ignoro pero que parece esconder una acusación terrible.


Incluso la elegantísima y concienzuda crítica que Carlos Reviriego tituló con acierto “Todos los asesinos del presidente” (El Mundo, 2-12-2001) tiene intención: cuando nos advierte que un rótulo final informa al espectador de que Frederick Aiken se convertiría en el primer redactor local del Washington Post intenta adjudicar un antecedente ilustre al “periodismo de investigación” del que presume su jefe. “Este detalle no es banal”, dice, porque nos remite a la película (1976) en la que Redford interpretó a Bob Woodward, uno de los reporteros del Post que destapó el Watergate: “el paralelismo entre Woodward y Aiñen viene en cierto modo a cerrar un círculo en la filmografía del legendario actor y director californiano. El rótulo final lleva el mismo mensaje que el impertinente sonido de las máquinas de escribir que, sobre un discurso presidencial televisado, clausuraba la película de Pakula: la prensa no será silenciada”. Es en esa línea que su jefe ha tomado de la película la tesis de la conspiración de estado para continuar removiendo su denuncia del "cierre falso" del 11M y el “condenado inocente”, en un alarde de liberalismo enfrentado con la tiranía. Liberalismo, y acción investigadora, que sin embargo el diario de Pedro Jota guarda en el cajón cuando toca hablar de la trama Gürtel, el impacto del Prestige, los trabajos de Aznar para Murdoch o las armas de destrucción masiva que siguen buscando en Irak.


Por cierto que Pedro Jota -a cuyas ínfulas historiográficas espero poder dedicar algún post- es el único que detecta un fallo: parece que Lincoln, moribundo, no fue acomodado en la cama como la película sugiere. Y sin embargo, comparar las fotografías reales de la ejecución, como la que encabeza este párrafo y muestra la preparación de los reos, con la secuencia correspondiente, evidencia un encomiable esfuerzo de verosimilitud y fidedignidad. De hecho, el guión sugiere algo tan verosímil como contrastable aún en el presente: el uso de Mary Surrat como cebo para prender al único conspirador que había logrado huir, su hijo, y el aparentemente impasible exilio silencioso del fugitivo pese al sacrificio materno. Una vez más, las mujeres usadas como moneda de cambio, instrumento, chivo expiatorio, y piedra arrojadiza por parte de una sociedad tan vengativa como masculinizada. No parece que nadie haya atendido -en la reyerta política del presente- el sacrificio silente de una madre llamada Mary Surrat...

1 comentario:

el ecologista dijo...

Por un lado el cine americano en si es toda una conspiracion, desde que era mudo, ha servido para entretener, para dormir, para distraer y para masificar formar criterios de cosas tan ruines como el asesinato de Lincoln, y de muchos mas , en las 2 guerras mundiales , en el desenlace de Hiroshima y Nagasaky, el respetar la historia "es lo de menos" para el monopolio del cine , y finalmente desde siempre la historia la escriben los vencedores en : alemania, en egipto, en grecia, en turkia o en mexico y en americalatina, si de cine solo se trata, si se analiza la historia muy poco cine ha sabido respetar, el resto se ha distorsionado por los dueños de todo. Salu2