Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.
"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

miércoles, 3 de agosto de 2011

NUDOS EN LA GARGANTA Y PLEGARIAS ATENDIDAS (1)




Algún sábado me encierro en casa cargado de películas, aunque no soy muy cinéfilo, buscando historias que alumbren el camino. Hace poco advertí que había dos cintas que contaban la historia del parto de “A sangre fría”, y las alquilé. Las dos empiezan cuando Truman Capote encuentra en el periódico la noticia que marcará su vida: el asesinato –el 16 de noviembre de 1959- de una próspera familia de granjeros, los Clutter, en un pequeño pueblo de Kansas. Sin embargo, se trata de propuestas muy distintas, cada una con sus aciertos, lo que hace muy difícil elegir una.



En “Historia de un crimen” (Douglas McGrath, 2007) un reparto de lujo -Sandra Bullock, Gwyneth Paltrow, Isabella Rossellini, Sigornew Weawer- interpreta a los amigos de Capote. Retrata a todo color la alta sociedad neoyorquina de los cincuenta: pretendidamente sofisticada, cargada de lentejuelas, muy escotada, frívola y chismosa.

En tanto la película está protagonizada (pensada) por la elite creativa de Hollywood, al retratar esa especie de “gauche divine” de los cincuenta americanos como si, en lugar de alcohol e hipocresía, respiraran glamour y compromiso, podríamos pensar que se está retratando a sí misma. Como aquellos, somos más alternativos de lo que parecemos, insinúan cuando eligen contarnos esta historia.



Son precisamente esos retratos algo histriónicos, ese universo tan propio de imágenes creadas forzando la invención de la realidad, la característica más significativa de la película: me gustó por ejemplo la secuencia en la que -con su pluma afectada, un chal de marca, y su brillantez ingeniosa- Capote se baja del tren en el apeadero de Holcomb, apenas un pequeño andén de madera en mitad de la pradera. El sórdido contraste entre el ingenio y el páramo nos avanza cómo la América profunda le recibió con frialdad, pese a que él la entrevistó a diestro y siniestro para reconstruir el asesinato usando técnicas de ficción, en lo que definía como un nuevo formato periodístico.

No se nos presenta al irrepetible periodista, sin embargo, como un innovador: se explora lo que pudo tener su trabajo de sensacionalista, incluso de oportunista. Sirviéndose de una discusión con su amiga Harper Lee, la autora de “Matar a un ruiseñor” [en las fotos, la real y la de la peli], se nos recuerda lo cuestionable de novelar los hechos, inventándolos al hacerlo, apropiándose de la manera en la que debieron ocurrir las cosas para legarnos una versión inventada que se nos presenta como verídica. ¿Reconstrucción o sensacionalismo? Un debate que, a los historiadores, no nos es ajeno.



Tampoco se esconden otros comportamientos turbios del escritor: ofrece “una parte de mis derechos de autor” a los asesinos –“Y qué voy a hacer aquí dentro con sus derechos de autor”, le responde Perry Smith- y les envía pornografía sin cuento para ganárselos. El desprecio de Perry por las chicas de las fotos -“tanto si me queda poco tiempo como si que me queda mucho debo llenar mi mente con cosas más bellas e inteligentes” llama la atención de Capote, que se entera después de que el presunto acusado impidió a su compañero violar a la chica, de que acomodó al chico y al padre… antes de matarlos. Y sin embargo, donde esperaba encontrar un monstruo, Capote encuenta a un chico de mirada triste, en el que esas muestras de gentileza conviven con la brutalidad. A partir de ahí la película profundiza en la posible instrumentalización del joven asesino por parte del periodista:



a) ¿Creó un lazo emotivo con los asesinos para obtener la información que necesitaba? Les promete que el título de su novela no hace referencia a la frialdad con la que ejecutaron su crimen, sino que en realidad -aunque “hicisteis algo monstruoso”- se refiere a los vecinos que “piden vuestra sangre” y al proceso que puede terminar con su ejecución, “no en un momento de apasionamiento sino con escrupulosa premeditación”. ¿Pretendía realmente Capote hacer una crítica del sistema judicial, o está chantajeando emocionalmente a los asesinos para lograr la información inédita que necesita para nutrir el best-seller que le convertirá en un millonario?

b) La otra opción es la que parece defender el propio guión: se sugiere que, paulatinamente, la relación de Capote con los asesinos se fue estrechando hasta convertirse en una especie de amor platónico. El espectador recorre una trayectoria muy parecida a la que esa teoría supone en Capote: Perry enternece cuando escribe que “la muerte no es un castigo si te resulta doloroso vivir”, y resulta muy difícil no tener un nudo en la garganta cuando Daniel Creig (en otra de sus valientes interpretaciones) le arranca un beso (en realidad un alarido) a Capote en la celda. Un poco Disney, si no fuera porque todos sabemos que el fascista de Walt jamás habría permitido que el Pato Donald le diera un beso a Mickey Mouse.



Finalmente, la película nos cuenta cómo la ponzoñosa tarea de reconstruir el alevoso asesinato acabó constituyendo un íntimo descenso a los infiernos: si él mismo denunció el determinismo de que, en Holcomb, “los cuatro disparos de escopeta (…) acabaron con seis vidas humanas”, hoy casi podemos atrevernos a decir que las víctimas fueron siete. Aunque la séptima fue en diferido: él mismo. ¿Por qué? Tras los veredictos, Capote se enfrascó en su libro. A mediados de 1963 lo tenía, pero no podía publicarlo hasta que tuviera un final. Hubo cuatro apelaciones hasta llegar al tribunal supremo: cinco años de recursos judiciales durante los cuales se hundió en la bebida, una agonía que resulta de nuevo ambigua porque no se sabe si le quema la ambición por su libro o la angustia por perder a Perry, quien durante los cinco años de angustia procesal le vino dirigiendo a Capote las dos cartas semanales que permiten enviar desde el corredor de la muerte. Ese lazo debía torturar al escritor, puesto que al tiempo que necesitaba un final para su libro, poder contar el desenlace, sabía que eso le separaría definitivamente de alguien por quien sentía –cuando menos- un afecto inconfesable.

No es fácil mantener al espectador –como si del reo al pie de la horca se tratara- con un nudo en la garganta. Y sin embargo, pese al final predecible, la película lo consigue. No sólo se debe a la solemne y constante presencia inminente de la muerte... También a la toma de consciencia de que los dos protagonistas encuentran, a lo largo del metraje, algo que ansiaban, y pagan por ello un alto precio. “A sangre fría” convirtió a Truman Capote en el autor más famoso: el final que esperaba le consagró como escritor y le permitió mudarse a Manhattan, pero agotó su genio creativo: no volvió a escribir más que recopilaciones. Se lo dio todo, pero la experiencia le destrozó. Como él mismo tomó de Santa Teresa, “se derraman más lágrimas por las plegarias atenidas que por aquellas que permanecen desatendidas”.

lunes, 1 de agosto de 2011

LES 3 MURALLES DE BCN (i V): LA TERCERA MURALLA, DITA DE "PERE EL CERIMONIÓS"




De 1357 daten les primeres disposicions reials encaminades a continuar la segona muralla per la part oriental. Alhora s’inicia la muralla que es dirà del Raval, rodejant Barcelona per ponent, per englobar institucions religioses (Sant Pau del Camp) i hospitalàries (Hospital de la Santa Creu, 1403) que s’havien quedat fora del recinte emmurallat. El nou recinte va ampliar el perímetre en més de 6 kilòmetres, i va acotar una superfície de 218 Ha. Els treballs de construcció van durar aproximadament un segle, des de mitjans del segle XIV fins mitjans del segle XV: les obres van acabar aixecant un circuit que marquen les actuals rondes (Sant Pau, Sant Antoni, Universitat i Sant Pere), baixava per l’actual passeig Lluís Companys i tancava el front de mar, seguint l’actual avinguda Marqués de l’Argentera. El Portal de Santa Madrona (a la foto següent) és l’únic que es conserva de tot aquest tercer recinte.



Pierre Villar deia a “Catalunya dins l’Espanya Moderna” que aquesta muralla era un “contrast entre les previsions dels homes del segle XIV i les realitzacions del segle XV”. La distància entre la previsió i la realitat (no s’acaba d’ocupar el territori tancat dins la tercera muralla fins el segle XIX) és la prova del traumàtic canvi que es produeix en acabar l’Edat Mitjana: la crisi baixmedieval. Per al prestigiós historiador, la construcció de la tercera muralla és una previsió optimista de futur que resulta fallida.

Més tard s’ha dit que la tercera muralla no va ser un excés de miopia, sinó un fenomen comú a altres ciutats europees: moltes muralles construïdes als segles XIV i XV tanquen territoris que triguen tres o quatre segle en ocupar-se. El seu objectiu, doncs, no és acollir el creixement urbà; el recinte del Raval està situat just a l’extrem oposat on s’està desenvolupant el nucli més dinàmic i de més creixement demogràfic. Per tant, l’objectiu de la muralla dels temps de Pere el Cerimoniós no és obrir horitzons al creixement urbà: si fos així s’actuaria a la línia de creixement de la ciutat. Per altra banda, la permanència de la muralla de la Rambla mostra la voluntat de mantenir el Raval com un àrea suburbana. D’aqui va sortir la teoria de la “previsió de setges”, segons la qual l’objectiu de la tercera muralla no era protegir nous teixits urbans sinó protegir un espai rural al servei de la ciutat en cas de setge. Els avanços de les tècniques bèl•liques que es produeixen en aquesta època de conflictes imposava deixar els horts i els espais del bestiar dins de la ciutat.



I és que de 1356 a 1375 una “Guerra dels dos Peres” amb Castella podria amenaçar Barcelona. Després de les primeres petites incursions castellanes en els regnes de la Corona d’Aragó, la ciutat va demanar al rei permís per millorar les defenses (1357); i com que les obres van començar alhora en tres punts del recorregut (els extrems i prop de Santa Anna), en aquest context, s’ha pensat que l’origen de la tercera muralla va ser una “re-fortificació” de la segona. De fet, la ciutat va ser atacada del 9 a l’11 de juny de 1359 per una esquadra castellano-genovesa, tal i com explica el capítol VI de la Crònica del Rei. Ningú no ho havia intentat abans: es pensava que era gairebé impossible, que solament els navegants barcelonins podien superar els bancs de sorra i els esculls. Potser per això s’havia deixat obert el front marítim.

L’atac no solament és important perquè va despertar la urgència de fortificar millor la ciutat. El Consell de Cent va demanar els ciutadans que col•laboressin en els treballs (1368) i els habitants del Carme / Raval també van ser requerits. Ells van demanar aleshors als consellers que el seu barri fos inclòs en el perímetre defensiu. Això no s’havia previst el 1358, malgrat que el Raval ja existia. La seva decisió d’incloure’l sembla sorgir, doncs, d’un compromís del Consell amb els seus habitants.

El projecte preparat per cobrir la sol•licitud es conserva a l’Arxiu Històric, i ens permet reconstruir l’hipotètic primer traçat: sortia del capdamunt de la rambla pujant per Pelai fins la plaça Universitat, on girava i baixava fins a la confluència del carrer del Carme amb Riera Alta, creuava fins el carrer hospitali tornava cap a la Rambla a l’alçada de la Boqueria. El document no precisa característiques dels materials, però es refereix a ell com “vall del raval”; això ens fa pensar que seria una protecció mínima: un fos, palissada i portals informals. Però entre 1372 i 1375 unes difícils negociacions amb el rei permeten finalment ampliar el perímetre: sembla que el consell i el rei negocien la construcció d’un palau arran la muralla prop de les Drassanes, que tot quedi dins una nova muralla, i que el Consell pagui totes les obres. Mentre es fa, el consell i el rei negocien la construcció d’un nou palau arran la muralla prop de les drassanes i que tot quedi dins, pagat pel consell... El palau, finalment, no es va fer, tot i que Joan I i el seu germà Martí I van recuperar la idea. Però explica l’extensió del tercer cicle de muralles, segons l’article d’Albert Cubeles i Ferran Puig inclòs dins el volum Abajo las murallas, 150 anys de l’enderroc de les muralles de Barcelona (MUHBA, 2004)



L’atac de 1359 no solament havia despertat la urgència de fortificar millor la ciutat, sinó que ens demostra que l’art de la guerra iniciava importants canvis per als quals més endavant caldria preparar-se. Les rudimentàries bombardes que, segons la crònica de Pere III, es van fer servir el 1359 són la primera notícia d’un arma de foc a la ciutat. L’artilleria obligaria, però, a canviar la manera de construir fortificacions. Com diuen Cubeles i Puig, “per tal de compensar l’increment de la potència dels trets (i en conseqüència l’augment de la capacitat destructiva els projectils) i la millora de la punteria, d’una banda, es va haver d’incrementar notablement el gruix dels murs, i de l’altra, disminuir-ne l’alçada per tal d’oferir una menor superfície d’impacte. Les torres que caracteritzaven les fortificacions i sobresortien, eren ara un problema”. La solució van ser els baluards, uns terraplens avançats, de forma poligonal, que es construïen als angles sortints del traçat, sense que la seva alçada fos superior que la del conjunt del mur. Aquest model es desenvoluparia en la muralla de mar (aixecada al segle XVI) i en el reforçament de la muralla de terra/interior (durant les guerres amb França al segle XVII). Però aquesta ja es una altra història...

jueves, 28 de julio de 2011

LES TRES MURALLES DE BCN (IV): LA SEGONA MURALLA, "DITA" DE JAUME I








Aquella expansió urbana que seguia els eixos dels camins que arribaven a la ciutat es va anar convertint en un teixit urbà continu que tapava la muralla romana, ocupava unes 150 Hectàrees i acollia uns 30.000 habitants... Del s. XII tenim constància de l’existència de portals que controlaven l’accés de persones i mercaderies en els límits físics de la ciutat. No comptem amb restes arqueològiques ni es coneix la seva ubicació exacta, no sabem com eren ni com es van alçar, però –segons A. Cubeles diu a “La muralla medieval de Barcelona i els seus portals”, MHCB, 2007- “cap d’aquests punts d’accés tenia una estrica funció defensiva. Més aviat devia tractar-s de llocs amb finalitat administrativa, de cobrament de taxes i impostos”. Per això, afegeix, cap d’ells devia tenir una estructura arquitectònica important i solament una situació militar compromesa hauria obligat a abandonar aquest sistema. Això és el que va passar sota el regnat de Pere el Gran, a qui un estudi recent de les seves despulles ens ha permet conèixer/reconstruir físicament...



L’atac francès sobre Girona (1285) –en el context de la lluita per Sicília que havia començat a amb les Vespres Sicilianes- va moure el rei a ordenar la fortificació de Barcelona. Segons explica Bernat Desclot en la seva Crònica el rei va manar fer “un vall en gir de la ciutat (...) ab mur de terra (...) tot traucat de ballesteries. E de vint en vint brasses féu fer cadafals de fusta riba lo vall”. És a dir, un mur de terra que ha d’envoltar la ciutat, amb cadafals de fusta amb espitlleres. És doncs una construcció d’urgència que dotava la ciutat d’una cosa que aleshores no tenia, i que es va continuar construint un cop passat el perill, ja de pedra. La direcció va ser assumida pel Consell de Cent, fet que la converteix en la primera obra pública en la qual el govern de la ciutat participava. Desconeixem la seqüència constructiva, però el MHCB guarda una làpida que dona fe de la finalització del Portal Nou el 1295.

Per la banda de la riera que després s'anomenaria Rambla, el traçat unia el convent de Sant Francesc d'Assís (Framenors) i la col•legiata de Santa Anna amb un mur que arrencava de la Torre de les Puces (construïda sobre la platja) i arribava fins a l'actual plaça de Catalunya, a la torre de Sant Sever. D'allà en sortia un altre tram que enllaçava amb el monestir de Jonqueres, el Portal Nou (al carrer del mateix nom), arribava fins a la platja, i unia el convent de Sant Agustí Vell i el monestir de Santa Clara.

El nou perímetre emmurallat del segle XIII s’extenia durant uns 5 quilòmetres, deixava un front obert al mar, per no entorpir el moviment portuari ni el transit marítim. Delimitava un àrea d’unes 131 Ha: multiplicava doncs per deu l’extensió de la ciutat. Les muralles seguien les actuals Rambles, la Ronda de Sant Pere, l’actual Arc de Triomf, el Passeig Lluis Companys i els parc de la Ciutadella. Aquest traçat englobava al seu interior gran part de les “viles noves” en una muralla de vuitanta torres, de les quals vint-i-cinc corresponien al tram de la Rambla.



Vuit portes permetran l’entrada o sortida als camins, quan la muralla sigui acabada. Però ara ens interessen els cinc que s'obrien en el traçat de la Rambla: el Portal de Sant Francesc (o Framenors, o de les Drassanes), el de Trencaclaus (també dit dels Ollers, o d’escudellers), el de la Boqueria, el de Santa Anna (o dels Bergants) i el més conegut, el de la Portaferrissa. Es deia així perquè en ella es va fixar la barra de ferro que feia de patró en una de les mides de longitud de la ciutat. El lloc on estava emplaçada es recorda actualment amb una font construïda el 1818 (restaurada el 1898), amb ceràmica ornamental de 1959 obra de Joan Guivernau i Sans, que vol donar una idea de la primitiva Portaferrisa, amb dues torres poligonals i amb un espai davant. Tenim documentat el topònim ja el 1260 perquè hi devia haver algun d’aquells portals dels que parlava al començar el post, i que havien fet pensar que la muralla –tal i com passa amb l’ordenació política de la ciutat- dataven del regnat de Jaume I. Poca cosa més ens ha quedat d'aquella muralla, progressivament desmuntada durant el segle XVIII quan la Rambla es converteix en un ostentós passeig aristocràtic. El jove historiador Dani Cortijo ens proposa en el seu llibre "Històries de la Història de Barcelona" (2010) dos racons ons es poden trobar vestigis...



La muralla del segle XIII és el símbol d’una ciutat forta i rica, tota una garantia de poder a la corona, que donava coherència a uns estats feudals amb tendències centrífugues. També és el símbol de l’ostentació de la burgesia financera i comercial. La seva construcció queda interrompuda durant tota la meitat del segle XIV. En aquest moment cobreix la Rambla i el sector que va des de Santa Anna fins Sant Pere; faltava la façana marítima i l’oriental, però ja cobria els sectors més dinàmics de la ciutat. Protegir els espais que queden fora serà l’objectiu de la tercera muralla.

martes, 26 de julio de 2011

LES TRES MURALLES DE BCN (III): PERVIVÈNCIA ALTMEDIEVAL



Aquest dibuix no representa Bàrcino, sinó una ciutat idealitzada durant el Baix Imperi. Forma part d'un llibre que els docents fem servir sovint: Barmi, la formació d'una ciutat mediterrània a través de la història (Barcelona, Destino, 1990), d'un expert en aquestes coses de la divulgació històrica,en Francesc Xavier Hernández. Es veu com molts edificis públics abandonats, han servit per construir una muralla més petita, la populosa ciutat comercial de l’Alt Imperi s’ha despoblat i la seva xarxa de carrers s’ha empetitit. La ruralització de l’economia al segle III, agreujada per la crisi de les comunicacions (i del comerç) que imposen les guerres civils i les primeres invasions, expliquen el refugi de la població en l’activitat agrària i l’abandonament de les ciutats. En aquest context de despoblació de les ciutats entenem com, per exemple, Tàrraco descuida la seva façana marítima.



Els mateixos factors que debiliten la capital de la Tarraconense expliquen l’ascens de Bàrcino: és una ciutat petita, fàcil de defensar. La construcció d’unes gran muralles ha fet de la ciutat un fortí inexpugnable. El recinte emmurallat és de una potència extraordinària: més de 70 torres construïdes força properes, dotades de finestres on poder emplaçar màquines de guerra. Probablement sigui una de les més extraordinàries mostres d’arquitectura militar del Baix Imperi a Occident. Per això visigots, musulmans i francs van fer del recinte la base de la seva política de control territorial del Nord-est peninsular.



Les muralles del Baix Imperi continuen protegint la població quan les tropes de Lluís el Piadós (801) va assetjar la ciutat. Ni els francs van poder vèncer les muralles: de fet els barcelonins es van entregar per acabar amb el penós setge. Així ho explica la Crònica d’Ermold el Negre: lloant el successor de Carlemany, remarca la fortalesa de les defenses de la ciutat. Es tracta d’un poema escrit entre 826 i 828 per un personatge de la cort d’Aquisgrà. Explica que les màquines de guerra no van poder obrir cap forat en les muralles, que el setge va durar set mesos i que hi havia qui –faltant aliments dins la ciutat i preferint morir a viure en aquelles circumstàncies- optava per llençar-se des de dalt de les muralles. Aquesta fortalesa explica el profund shock psicològic que va significar per als barcelonins la razzia d’Al-Mansur (985): a més de les importants conseqüències que va tenir en el progrés polític de la Pre-Catalunya comtal, la razzia va qüestionar el sistema defensiu de la ciutat. Caldria reforçar-la! Però aquesta no seria la causa que va impulsar la construcció del segon cercle de muralles.

A mida que els comtes de Barcelona van incrementar el territori conquerit als musulmans i van allunyar el perill –en un context de revolució agrícola, augment demogràfic i consolidació d’un poderós estat feudal expansionista- la ciutat va sortir de les muralles i van començar a aparèixer petits burgs al seu voltant, que van ampliar l’àrea urbanitzada. Mercats, esglésies i monestirs van actuar com a origen d’aquestes barriades extra murs: situats en les antigues vies romanes, van ser afavorits per la densificació progressiva de la ciutat i la necessitat de buscar espais fora de les muralles.


























- Ja el segle X tenim documentada l’existència de barris al voltant de l’església del Pi (la Vilanova del Pi) i més enllà de les actuals Rambles, al voltant del monestir benedictí de Sant Pau del Camp.
- També Santa Maria de les Arenes (la futura catedral de Santa Maria del Mar) vertebrava una gran Vilanova, així com el monestir benedictí femení de Sant Pere de les Puelles, més al nord, vertebra la Vilanova de Sant Pere.
- Al nord de la Porta Bisbal, el barri de Vilanova dels Arcs, i davant del Portal Major, la Vilanova de Mercadal.
- Posteriorment, en el segle XII, creix el barri entorn del Monestir de Santa Anna.

Tot plegat facilitava a la ciutat de Barcelona, a mitjans del segle XIII, una imatge molt peculiar: les antigues muralles romanes, que delimitaven el perímetre urbà, apareixien totalment envoltades per un conjunt de “viles noves” en expansió. Aquests barris dinàmics i densament poblats s’havien de protegir. Aquest va ser l’objectiu de la muralla que es va començar a construir a finals del regnat de Jaume I: és el traçat que avui ocupa la Rambla i que es reconeix en el darrer planell d'aquest post. L'explico aviat!

domingo, 24 de julio de 2011

LES TRES MURALLES DE BCN (II): LA MURALLA ROMANA





Els romans arriben a la península en el context de la Segona Guerra Púnica, el 218 aC. Mentre Aníbal traspassava els Pirineus i els Alps per dur la guerra a la mateixa Itàlia (ruta verda del mapa), els romans passaven a la contraofensiva a la rereguarda dels cartaginesos (ruta granate). Van desembarcar a Empúries per controlar els passos pirinencs i tallar les comunicacions entre l’exèrcit d’Anníbal i els seus proveïdors hispànics. Aviat van establir una segona base a Tàrraco, i per assegurar aquest eix Empúries-Tarragona van fixar una ruta terrestre de punts fortificats a intervals regulars. En aquesta lògica de dominació del territori la zona de Barcelona jugava un paper important. Però quan la Pax Romana sembla consolidar aquesta dominació del territori i gran part de la cultura ibèrica sembla assimilada, els punts militars que havien rebut les legions perden el seu sentit. I els establiments romans que en un primer moment aprofitaven les instal·lacions indígenes es replantegen a llocs més adients i còmodes. Després de les guerres civils, la pacificació proclamada per August (38 aC) i la desmobilització de l’exèrcit que hi havia intervingut van servir per fundar Emérita Augusta (25 aC) o Caesaragusta (24 aC).

És en aquest context que situem la fundació de Barcelona durant el segon viatge d’August per la Gàl·lia i Hispània, entre el 15 i el 13 aC. El lloc escollit va ser el Mont Tàber, prop de la costa. Per què? Perquè feia possible portar l’aigua del Besòs, perquè el cim era prou alt com per oferir bones possibilitats defensives, i perquè aquest indret oferia una posició estratègica amb excel•lents comunicacions amb l’interior. La ciutat va rebre el nom de Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino i es va estructurar en un recinte en forma de rectangle que envoltava aquest cim i que avui està integrat dins el teixit urbà de Ciutat Vella.



Aproximadament al centre de cadascun dels quadres laterals de la muralla s’obrien quatre portes que originaven dos eixos de carrers principals, el cardus i el decumanus, que s’entrecreuaven en el centre de la ciutat, el fòrum. Una porta –la Praetoria- s’obria en l’actual Plaça Nova, l’extrem oposat del qual –al carrer Regomir, on hem trobat la Decumana- originava un eix que seguiria pels carrers Llibreteria i del Call, d’uns 300 metres de llarg. Podem trobar actualment els accessos per a vianants que tenien ambdues portes: en una de los torres que formen actualment l’accés al Carrer del Bisbe, i en l’interior del Centre Cívic del Pati Llimona. Les del Cardo no les hem trobat: la Porta Principalis Dextra, al call, i la Principalis sinistra, però, també eren triforades (dues entrades laterals per a vianants, i una de més ampla per al trànsit rodat).






La ciutat tenia una superfície d’unes tretze Hectàrees. Era doncs petita si la comparem amb les 60 Hectàrees de Tàrraco o les 100 d’Emèrita. Podem seguir el traçat de les muralles que tancaven la ciutat a partir de la Plaça Nova (7), i seguint l’Avinguda de la Catedral, torçant pel carrer Tapineria, la Plaça Ramon Berenguer (6), la Plaça de l’Àngel (9) i el carrer Sots-tinent Navarro fins la Plaça dels Traginers. Allà es torça seguint el Carrer Correu Vell fins Regomir (5). La perdem en aquest punt però la recuperem a Avinyò, Banys Nous, Carrer de la Palla (3), on segueix de nou fins la Plaça Nova. Aquest contorn, d’aproximadament un quilòmetre i mig, encara està fossilitzat en el centre històric gràcies a la resistència oferida per la muralla al creixement urbà, actuant com a límit de parcel•les i propietats.

Aquestes són les restes que ens queden de la muralla romana construïda en temps del Baix Imperi: tradicionalment es deia que després de la invasió dels francs i alamans que pateix la ciutat a mitjans del segle III. Avui, però, es parla de dates molt més tardanes, que situarien la muralla al segle IV o fins i tot el segle V. Haver trobat escultures i altres representacions dels déus pagans reforçant la muralla ens hauria de fer pensar, en principi, que les muralles són construïdes en un moment en que l’imperi és cristià; quan aquelles icones han deixat de tenir sentit. Hi ha constància, però de l’existència d’un recinte anterior al baix-imperial. De fet A. Balil (Las murallas romanas de Barcelona, Madrid, 1961) opinava que després de la destrucció de la ciutat pels francs i els alamans (260-261) sorgeix, en un moment difícil de precisar, un recinte fortificat d’estil legionari, seguint el model de les muralles que l’emperador Aurelià fa construir a Roma. El mateix autor, però, certifica l’existència d’un “recinto romano predecesor del actual y cuyos elementos fueron aprovechados e incorporados a éste”.



En un moment del segle IV dC, la muralla es va refer amb la juxtaposició d'un nou cinturó a l'exterior de l'antic mur, que en doblava el gruix (de 2 a 4 metres) i l'afegit de 78 torres de tres formes diferents: cilíndrica (a banda i banda de les portes), polièdrica (només tenim la de l'edifici de la Pia Almoina) i quadrangular. En la tercera foto s'aprecia també la reproducció de l'entrada de l'aqueducte. Entre les torres hi havia panys de muralla llisos, possiblement acabats en merlets per protegir el pas de ronda, i l'espai entre els dos cinturons de pedres es va omplir amb materials procedents de les antigues necròpolis extramurs. Els fragments supervivents ens permeten constatar la seva impressionant fortalesa, la que permetria la supervivència de la ciutat durant l’Alta Edat Mitjana.

sábado, 23 de julio de 2011

LES TRES MURALLES DE BARCELONA (I)





Quina és la utilitat de les muralles? Amb les seves portes, torres i fortificacions, les muralles definien –literalment- la ciutat. Servien d’element i símbol de seguretat, proporcionant protecció davant les forces hostils de l’exterior i afirmaven el sentit de comunitat en el seu interior. Finalment, controlaven la seva activitat pròpia, el comerç, separant-lo de l’agricultura i la ramaderia.

Tres cinturons de muralles han rodejat Barcelona des de l’antiguitat clàssica fins els temps moderns. Els romans van començar el primer d’aquests cinturons al segle I dC, i el van reconstruir successivament fins el segle IV (és la línia taronja del gràfic). Les altres dos van consolidar nous espais urbans en cercles concèntrics per incorporar nous assentaments que es van anar formant fora de la ciutat romana original. Les dues daten de l’Edat Mitjana: la primera va ser construïda durant el segle XIII (línia blava i part del sector dretà en verd), i la segona, a finals del segle XIV (línia verda). Estudiant aquestes tres muralles podem llegir la història de Catalunya. I és que poques ciutats com Barcelona han tingut una història tan estretament lligada a les seves muralles.

- La seva solidesa explica la supervivència de Barcelona durant la crisi del Baix Imperi, les invasions germàniques i l’arribada dels àrabs, ja que la convertien en una plaça estratègicament interessant.
- El salt de les muralles, les seves respectives ampliacions durant l’Edat Mitjana, ens tradueixen el creixement de la Catalunya comtal.
- El seu manteniment durant l’Edat Moderna i el segle XIX són una mostra de la simbòlica captivitat que es viu dins el seu interior. Després del setge de 1714 la ciutat queda tancada dins les seves muralles, sotmesa a l’administració militar, fins el 1854. Considerada una plaça forta, vigilada des del castell de Montjuïch i la Ciutadella, se la va prohibir que creixés. La densitat dins del recinte i les difícils condicions de vida van provocar un fort conflicte social: el 1854 més de 160.000 barcelonins s’apinyaven en un espai inferior al que ocupaven 34.000 habitants a principis del segle XVIII.
- La lluita per derrocar-les (que no triomfa fins el 1854-1856) ens permet reconèixer la força dels moviments socials que denunciaven la insalubritat de la ciutat: reclosa dins les muralles, Barcelona es va convertir en una espècie de Calcuta dels temps industrials.
- El salt definitiu cap l’exterior, amb el disseny que Cerdà inventa per al Pla de Barcelona, envolta la ciutat antiga i obre un nou espai en el que la nova burgesia celebra la seva victòria. Avui encara alguns trossos de la muralla segueixen sorprenent-nos mig amagats entre el paisatge del centre urbà, i la seva antiga traçada separa encara l’Eixample, del cor històric. En aquesta foto s'aprecia la separació entre la ciutat antiga i l'Eixample que l'envolta...



Podem dir, doncs, que les muralles van seguir estretament el curs polític de la ciutat, com ho havien fet en el moment de la fundació romana, quan en el segle IV van ser reforçades per sobreviure a les turbulències que anunciava l’enfonsament de l’imperi, quan van aturar els francs i quan no van poder aturar alMansur, quan van oferir al comte de Barcelona la fortalesa que necessitava per construir un estat feudal, quan la ciutat amb vocació mediterrània aixeca una segona muralla a la Rambla, i quan –en temps del gòtic- es va construir un tercer cercle de muralles per protegir la ciutat dels conflictes del rei contra la noblesa. Cadascuna de les muralles respon a tres moments ben diferents de la història medieval de la ciutat: intentaré dedicar-li a cadascuna un post, a veure si ho aconsegueixo!

sábado, 9 de julio de 2011

1714: ENTRE LOS (h)UNOS Y LOS (p)OTROS



Un interesantísimo blog dedicado al reinado de Carlos II valora la supuesta “GRAN MENTIRA de que Cataluña era un ente independiente” hasta 1714. La contestación a la supuesta falacia no se argumenta, puesto que después el post habla de otras cosas. Eso sí: después de tanta negrita y de tanta mayúscula, y tanta afirmación grandilocuente, no es capaz de hacerle al discurso historiográfico propio “la prueba del algodón” que recomienda para las interpretaciones ajenas.

El abandono de la evidencia documental no es un pecado exclusivo de la historiografía catalana teñida de empeño “renaixentista”: el blog al que me refiero se sirve del término “España” hasta la saciedad, un anacronismo que –en la documentación que trabaja- apenas puebla la correspondencia diplomática porque no formaba parte de la realidad jurídica ni política de aquel tiempo. Parece que aún hoy la complejidad de la monarquía hispánica sigue sin entenderse, sigue dudándose de que los reinos que la componían tenían instituciones, monedas, leyes, impuestos, distintos, y componían un mosaico europeo de jurisdicciones sumadas, en las que el rey gozaba de más o menos atribuciones en función de los antiguos privilegios de que cada una gozaba. El autor del blog demuestra erudición y un bagaje de lecturas considerable, pero ignora esa construcción política. Es decir, sigue sin aceptar que España se pudo construir –como proponían los austracistas- de otra manera.

Hay un montón de aciertos en el post. Tiene razón el autor que la Renaixença –el romanticismo, en resumen- creó una serie de mitos en torno a la guerra de sucesión que hoy se siguen explotando para consumo de masas nunca reflexivas y demasiado apasionadas. En frecuentes discusiones con amigos “indepes” he criticado la nostalgia por las supuestas libertades perdidas en 1714, a mi juicio absurda porque eran corporativas y estamentales, en realidad privilegios, por tanto minoritarios, y no constituyen pues ningún antecedente ilustre para ninguna nación democrática. La celebración de la Diada seguiría siendo oportuna –sin embargo- para vindicar la coherencia, determinación y compromiso de los catalanes para defender sus ideas, así como denuncia de la represión desproporcionada, general y ejemplarizante que los felipistas ejercieron sobre los súbditos que habían, según Felipe V, “faltado al juramento de fidelidad que me hicieron”, argumento que –junto con el burdo “derecho de conquista”- sirvió para legitimar una Nueva Planta de gobierno. Pero no es el momento de hablar sobre la onerosa (y arcaizante) fiscalidad impuesta ni sobre el “diezmo de horca” que se aplicó, durante la guerra, sobre algunos territorios vencidos. Sino de insistir en que no hay nada de modernidad en el régimen resultante del conflicto. Lo cual no quita verosimilitud a algunas de las afirmaciones que se pueden encontrar en el post citado:


- Que el testamento de Carlos II fue aceptado de manera general en todos los reinos de la monarquía
- Que el nuevo rey fue recibido con entusiasmo, tal y como demuestran los panegíricos que se citan en el post.
- Que la Academia dels Desconfiats exaltó a Carlos II con cierta prevención por la nueva dinastía, y que aceptaron el testamento como última muestra de fidelidad a Carlos II, en base al principio de indivisibilidad de la monarquía que constituía el eje central del testamento carolino.
- Que las cortes de 1701-1702 otorgaron la conversión de Barcelona en puerto franco y el derecho a comerciar con América (que rompía el monopolio sevillano), lo que las convierte en las más favorables para los catalanes representados en cortes que cualquiera de las que había celebrado la dinastía anterior. Aquí el post olvida otra concesión, mucho más importante: la aceptación de un "tribunal de contrafaccions" consagrado a deshacer los contrafueros que la actuación cotidiana de la administración regia pudiera provocar. El descuido demuestra hasta qué punto las particularidades políticas de la Corona de Aragón le son ajenas y por tanto qué prejuicios le van a impedir comprender la compleja construcción política gobernada por la Casa de Austria.

Esa carencia es la que explica que nuestro blogero tenga dificultades para explicar también –partiendo de todos esos supuestos acertados- la sedición catalana. Al desconocer la cultura política en la que se ha formado el nuevo rey en Versalles, y sufrir la misma dificultad que él para aprehender el constitucionalismo catalán, la única explicación que le parece viable es la traición a un primigenio proyecto nacional que se presupone sin demostrarse. Por eso se argumenta, acertada pero parcialmente, que todo estalló por “el conflicto entre la camarilla hispano-francesa de Felipe V y el lobby comercial” catalán. Ningún especialista en este tema niega eso, como demostraría una lectura atenta de la bibliografía científica, testada y consensuada en congresos.

Nadie duda hoy de que las cortes de 1701-1702 no justifican la apuesta catalana de 1704, que se relaciona con el desembarco aliado en Cádiz, el ataque a los galeones fondeados en Vigo, la entrada de Portugal en el bloque aliado y la proclamación en Viena del Archiduque. Por eso decimos que el Pacto de Génova (1704) es un acto oportunista: aprovecha la coyuntura bélica favorable a los aliados en el continente. Pero, ¿por qué se lleva a cabo?


a) Para empezar, porque la memoria histórica proporciona al lobby que negocia con el plenipotenciario de la reina Ana, una valoración positiva del recuerdo de la Casa de Austria: la ilegitimidad del testamento de Carlos II por las presiones sobre el rey enfermo, su no consulta a cortes, la renuncia de la infanta María Teresa al casar con Luis XIV…
b) Todo un argumentario que vino a completar la franco-fobia que había ido acumulando Cataluña durante las invasiones de Luis XIV, y la desconfianza ante los primeros actos de gobierno del nuevo rey, educado en una tradición política ajena al pactismo que, virtualmente, seguía practicándose.

Todo eso acabó precipitando a las clases dirigentes catalanas a traicionar el juramento que habían prestado a Felipe de Anjou en una actuación –oportunista, sin duda- pero coherente: ya hacía tiempo que Narcís Feliu de la Peña (y el lobby de los asentistas que se venían beneficiando de la presencia militar en el Principado) venía abogando por el modelo librecambista angloholandés, que se quería aplicar a toda la monarquía. Por eso decimos que la apuesta austracista, además de oportunista y consecuente, fue un acto “españolista”. Y es que, aunque los (h)unos y los (p)otros lo olviden, ni fue un acto de afirmación nacional ni una traición a la unidad: proponía un tipo de gobierno garantista y de pacto, parlamentarista y participativo (aunque tremendamente elitista) para TODA la monarquía.



Sin embargo, una historiografía militantemente españolizada ha venido criticando esa defensa de unas “Cortes feudalizantes que defendían arcaicos privilegios estamentales”, presuponiendo la incapacidad del pactismo de avanzar hacia sistemas de libertades contemporáneas, y presuponiéndole modernidad a su alternativa, el centralismo militarista y mercantilista que impusieron los Borbones a sangre y fuego. A mi juicio, resulta patético buscar antecedentes ilustres y referentes de gloria nacional en un estado nacido de una implacable represión.

Y sin embargo, ése es el modelo de integración nacional que parece gustar al autor del blog. O al menos eso parece deducirse del doble rasero utilizado al juzgar dos tradiciones historiográficas. Porque el sutil análisis de la realidad política que le permite ponerle comillas a la caracterización de la monarquía de los Austria como “federal” (término que, efectivamente, no es fidedignamente descriptivo, aunque se utiliza para que nuestras mentalidades contemporáneas acostumbradas a la racionalidad uniformista de la administración territorial actual entiendan la complejidad de los entramados jurisdiccionales de los estados de la época moderna), no sea igual de exigente a la hora de describir el proyecto borbónico. Llamar “reformista” a la camarilla que rodea a Felipe V es aceptable si nos referimos a los cambios que se pretendían para encauzar la vieja pretensión absolutista anunciada ya por Olivares en el Gran Memorial secreto que entregó a Felipe IV en 1624. Efectivamente, querían hacer cambios. Pero creer que esas reformas “se querían imponer desde Madrid para modernizar el país” eso ya es mucho creer. Es hacer gala de una fe crédula y primitiva, que sólo se explica si viene abalada por un nacionalismo acrítico tan patético como el que adjudica al discurso historiográfico de los catalanistas que han heredado su mitología de la Renaixença. Dicho de otro modo, los historiadores catalanistas ya se han reciclado, han superado el romanticismo; pero la Real Academia de la Historia –por citar un cenáculo de historiografía rancia- sigue anclada en un discurso lamentable, filofranquista y nada científico.

El autor del blog desatiende esa necesidad de modernización historiográfica para denunciar con apriorismos y desconocimiento que el nacionalismo catalán decimonónico es “radical” y cuenta con un enconado “odio a la inmigración”. Pero ese es otro tema, y merecería una discusión que –vista la simpleza de las argumentaciones- difícilmente podría ser edificante. Y es que, aunque la entrada del blog se niega anticatalana, muestra un contenido desprecio por el adversario político que piensa diferente: “fauna política”, dice en un pie de foto. Todo muy propio del nacionalismo español, tan dado a ejecutar junto a las tapias de tantos cementerios a quien discrepa. Tan inclinado a prohibir antes que a negociar, a gritar antes que a escuchar, y a empujar donde se debería demostrar fairplay.

viernes, 24 de junio de 2011

LAS ESPECIAS SEGÚN PAUL H FREEDMAN



Documentándome para echar un cable en la organización del excelente ciclo de conferencias sobre las especias que prepara Maria Ángeles Torrente para el Club d'Amics de la UNESCO tropecé con el último libro de Paul H Freedman, “Lo que vino de Oriente. Las especias y la imaginación medieval”. El profesor de Historia en la Universitat de Yale es un gran especialista en la historia medieval de Cataluña. Así lo ha demostrado en Assaigs d’història de la paresia catalana: segles XI-XV (1988), The origins of peasant servitude in medieval Catalonia (1993), Church, law and society in Catalonia 900-1500 (1994) e Images of the Medieval Peasant (1999). Poder acceder a un hispanista de ese calibre es un lujo, por lo que el equipo de Fent Història le invitó a la visita que uno de nuestros socios, Oleguer Biete, nos preparaba para conocer las obras de la Sagrada Familia, recientemente consagrada. Es precisamente en la capella del Roser, justo debajo de la bomba Orsini que acompaña un retorcido capitel modernista, que tomamos la fotografía que figura en este post. Fue la excusa perfecta para charlar con el cálido historiador norteamericano sobre mil cosas: el impacto de la postmodernidad en el discurso historiográfico, el proyecto político del Tea Party o sus impresiones cuando desembarcó en la España de Franco para redactar su tesis, que más tarde se publicaría bajo el título The Diocese of Vic: Tradition and Regeneration in Medieval Catalonia (1983). Y como no, sobre su último trabajo.

Un libro importante

En la introducción de “Lo que vino de Oriente”, Paul Freedman critica que los historiadores no se han parado a explicar las causas del “ánsia de especias” que vive la Europa bajomedieval, a pesar de que las especias han sido definidas como el combustible de la expansión europea, de la propia modernidad, en tanto estimularon a descubrir las tierras de procedencia. Tal importancia, advierte sin embargo, no debería inducirnos al erróneo símil que las ha venido describiendo como si del petróleo del siglo XV se trataran. Y es que nuestra civilización depende del crudo, pero las especias no eran un producto básico para el funcionamiento de la Europa de su tiempo. Por eso afirma, también en la introducción del libro, que aunque los recetarios medievales muestran cómo se usaban masivamente para aromatizar la comida, la demanda sólo estuvo relacionada parcialmente con el gusto gastronómico:

- Para empezar, las especias se consideraban eficaces como medicinas y preventivas contra algunas enfermedades. En una sociedad que padecía terribles epidemias, era importante lograr el equilibrio corporal, el bienestar.
- Se quemaban también como incienso en rituales religiosos, y eran destiladas como perfumes y cosméticos. Tanto comestibles como inhaladas –en lo que Freedman bromea que pudiera ser un precedente de la aromaterapia-, las especias se beneficiaron del simbolismo de la fragancia como sinónimo de santidad.



En definitiva, aunque no fueran tan visibles como los caballos y los tapices, otorgaban igual distinción. Esos usos sofisticados -medicinal, aromático, cosmético- nos permiten definir la pimienta, la nuez moscada, el clavo, el jengibre, el azafrán y la canela como símbolos de confort medieval. Es esa distinción la que las hace decisivas, y no su uso “para preservar la carne de la corrupción o para disimular el sabor de la carne cuando éste había desaparecido”. Paul Freedman desmiente el mito de las especias como conservante añadiendo que “cualquiera que fuera capaz de pagar las especias podía conseguir con facilidad carne más fresca que la que compran hoy los habitantes de las ciudades en los supermercados locales”.

La ostentación que implicaba el consumo de especias les valió rotundas críticas de los moralistas de su tiempo, que decían que –aunque olieran como el paraíso terrenal- eran el “símbolo de la ridícula preferencia humana por los placeres pasajeros contra la rectitud que haría ganar la vida eterna”. No es que las fuentes se sirvan de ellas para criticar la avaricia; más bien denuncian que su uso minaba el carácter moral del individuo. El profesor Freedman cita por ejemplo al escritor satírico alemán Ulrich von Hutten, que condena las costumbres inducidas por comerciantes extranjeros para gastar su dinero en perifollos como “esa maldita pimienta”. Von Hutten invoca un pasado idealizado en el que los alemanes se alimentaban de forma simple y saludable; partiendo de esa imagen, desarrolla la idea de que la nueva cocina minaba el cuerpo más que lo sustentaba. Lo hace en un diálogo conocido como “Fiebre”, en el que la figura alegórica del título busca víctimas y el autor le pregunta por sus posibles blancos. Como buen protestante, von Hutten la describe cebándose en los sacerdotes y cardenales, hundidos en la depravación gastronómica que tradicionalmente se asignaba al clero, porque lo sazonan todo con pimienta, canela, jengibre y clavo. La denuncia de la pérdida de valores que implica el consumo especiero en Alemania le lleva a criticar al principal beneficiario de su comercio, el rey de Portugal. También Lutero escribió en ese sentido que “el comercio extranjero trae productos de Calicut e India (…) como la seda cara, artículos de oro y especias, que no tienen otro objeto que la ostentación y que drenan el dinero de nuestra tierra”. Ya querrían los afamados contertulios de nuestro universo mediático hacer diagnósticos tan acertados como el del reformador luterano. Sin embargo, los argumentos con los que la mayor parte de moralistas denunciaban el consumo de especias no eran tan sofisticados: apenas denunciaban la frivolidad que significaba que –tras el largo viaje que llevaba las especias desde tierras desconocidas hasta el consumidor europeo- su disfrute acababa en pocos momentos.

La crisis de las especias

Jordi Saura tuvo la genial de invitar a comer al profesor Freedman en el restaurante más antiguo de la ciudad: Can Culleretes se fundó en 1786 y es el segundo restaurante más antiguo de España. Allí, el autor de Gastronomía: la historia del paladar (PUV, Valencia, 2009) nos describió un interesante trabajo que está realizando con una larga colección de cartas de menú de un mismo restaurante, que le permitirá estudiar la evolución del gusto culinario desde la segunda mitad del siglo XIX. Que la historia de la alimentación sea una de sus especialidades no quiere decir que Paul Freedman se cuente entre los que hacen de la historia de la vida cotidiana un fin en sí mismo, un relicario de anécdotas. Por eso, a lo largo de “Lo que vino de Oriente” las especias se convierten en la excusa para abordar el progreso del conocimiento científico y cartográfico a lo largo de la Baja Edad Media, la rivalidad entre Portugal y Castilla, los fundamentos de la leyenda del Preste Juan y la personalidad de Colón, cuyos textos –todo sea dicho de paso- van repletos de referencias especieras.



Es este dominio de la historia de la alimentación el que permite a Paul Freedman afirmar en su libro que el gran misterio de las especias no es cómo surgió la idea de preparar la comida con tanto condimento, puesto que ya el único libro de cocina romana que conservamos –atribuido a un tal Apicio- demuestra que la mayoría de las recetas llevan pimienta. El misterio real fue por qué Europa abandonó la cocina picante, una característica del paladar medieval comparable al gusto que hombres y mujeres de aquellos tiempos demostraban por el gótico, la heráldica o la literatura caballeresca. El efecto agridulce que proporcionaban las especias empieza a ser considerado de mal gusto en el siglo XVIII, cuando la cocina clásica francesa asume el liderazgo gastronómico. Las nuevas salsas elaboradas con productos autóctonos (anchoa, champiñones, trufas) y los artículos de importación que provenían del Nuevo Mundo (el té, el café, el chocolate) le ganaron la partida a los lujos pasados de moda. Las políticas coloniales abarataron esos productos porque garantizaban las nuevas rutas, aunque –dice el profesor Freedman- la mayor disponibilidad no lo fue todo, y debió coincidir con un cambio de opinión respecto a lo que se consideraba agradable y apropiado en la comida. Otra explicación parcial podrían ser los cambios en la medicina y los preparados farmacéuticos: mientras todas las sociedades relacionan salud y dieta, la gastronomía del siglo XVIII se separó de una medicina que, por su parte, también confiaba en las diferentes drogas del Nuevo Mundo en perjuicio de las hierbas y remedios medievales. El caso es que un cambio de gusto de los poderosos comenzó a desplazar la comida picante y perfumada, y ese proceso ha continuado hasta hoy: las especias apenas desempeñan un modesto papel en la cocina de fusión y la economía global. En el verano de 2004, por ejemplo, el huracán Iván destruyó la cosecha de nuez moscada de la isla de Grenada, que producía 1/3 del abastecimiento global de esta especia. No se dio noticia alguna. ¡La hegemonía de la pimienta, la nuez moscada, el clavo, el jengibre, el azafrán y la canela, ya pasó!

viernes, 20 de mayo de 2011

ESPAÑA CON POCAS LUCES



A principios de mes asistí a una jornada en la Univeritat Pompeu Fabra que, organizada en el marco del proyecto de investigación que dirige el profesor Joaquim Albareda, ofrecía un ágil estado de la cuestión sobre el pretendido despotismo ilustrado español. Bajo el título “La monarquía borbònica d’Espanya en el segle XVIII: realitats i mites”, se ofrecieron siete ponencias brillantísimas entre las que me parecieron especialmente interesantes las de Francisco Andujar (Universidad de Almería) –que demostró que la venalidad de cargos y honores continuó siendo el recurso sistemático de los Borbones para recaudar, lo que desmerece las pretensiones de reforzamiento racional del poder central que se les asignaba- y la de José Luis Gómez Urdáñez, que nos recordó que –por mucho que sublimemos los proyectos de algunos servidores de la monarquía cual pericias ilustradas- lo cierto es que la mayor parte de esos supuestos ilustrados acabaron siendo “víctimas de la Real Gana”: personajes como Macanaz, Ensenada, Floridablanca, Jovellanos, Aranda u Olávide acabaron exiliados de la corte, cuando no encerrados en un castillo.

¿A qué se debe pues que nos haya llegado ese mito de la monarquía ilustrada y reformista? Pues según Gómez Urdáñez, a que el personal técnico bien formado de “advenedizos, parvenu” –o, como bromeaba, “Ensenadas (en sí nada)”- necesitaban sacralizar la fuente de su poder –la monarquía- para legitimarse ante la vieja burocracia polisinodial desplazada por su promoción. Frente a esa masa de ofendidos era tal su debilidad, que tuvieron que inventarse una imagen ilustrada de su protector. Que, sin embargo, pocas veces estuvo a la altura. Y no lo digo solamente por las graves disminuciones psíquicas que sufrieron Felipe V o Fernando VI, sino incluso por quién más se ha llevado la fama de reformista y mejor alcalde.

Sánchez Blanco ha escrito que si Carlos III modernizó Madrid fue par publicitar su magnificencia, que apenas era un devoto que salía de caza cargado de reliquias, y que “en el punto de mira de su escopeta se cruzan pocas ideas (…) Las cartas a Bernardo Tanucci le muestran absorto en las piezas cobradas y la cría de faisanes”. Ya Domínguez Ortiz nos había advertido de cómo termina la polémica sobre el teatro (que tanto contribuía a formar al pueblo, según los ilustrados) con el decreto de 1774, y el Equipo Madrid escribió hace años que Carlos III había tratado de restablecer la inquisición en Nápoles contra la opinión de Tabucci, que de joven quiso quemar un volumen del Teatro Crítico de Feijoo y que –contra las alteraciones de 1766- permitió que sus ilustres ilustrados aplicaran una brutal represión, en la que destacó Moniño en Cuenca aplicando la tortura judicial, una práctica casi desterrada en los tribunales españoles, dos años después de que Beccaria publicara “Los delitos y las penas”. O las lecturas se le acumulaban en la mesita de noche, o Floridablanca no es tan ilustrado como lo pintan…

Incluso Ricardo Wall escribió que le temblaban las piernas cuando Fernando VI fruncía el ceño: “lo cierto que en los secretarios de estado no reside la más leve autoridad cuando cesa la voz del rey”. Esta circunstancia explica que durante el siglo los impulsos reformistas no provengan de una determinada planta de gobierno, sino de distintas instancias que –en respectivas ocasiones- se ganan la confianza regia. Unas veces la acción política se despierta desde las grandes secretarías (Patiño, Carvajal, Ensenada), otras desde el confesionario (Rávago, Eleta), otras desde los consejos (Aranda, Campomanes). Esta inspiración tan caprichosa como regia es la que permite que muchos historiadores digan que la monarquía borbónica tuvo mucho de déspota, pero muy poco de ilustrada: sus políticas buscaban el reforzamiento del poder real, pero ni modernización ni racionalismo. Gómez Urdáñez –uno de los pocos historiadores que incluye en sus reflexiones sobre la ilustración española referencias al proyecto ensenadista de exterminio de los gitanos- ha escrito también que frecuentemente los proyectos de Ensenada no eran filantrópicos, sólo querían fortalecer al estado/rey: sus lamentos por el injusto reparto de los impuestos pretendían lograr la contribución de los más ricos, pero su objetivo principal es reforzar al rey que le protege, y no tiene nada de filantropía. Además, cuando esos proyectos fracasan, como hará la Única Contribución, lo único que queda es una monarquía más fuerte, y poco más.

Me parece especialmente grave adjudicarle modernidad ilustrada a las reformas de la primera mitad del siglo XVIIII, mucho antes pues de que la ilustración fuera un referente incuestionable en Europa, ya que -de ser ilustradas esas medidas- España sería una auténtica precursora!. En realidad, las reflexiones sobre la oportunidad que se pierde en América, el desarrollo de la armada para proteger su eficiente explotación, iniciativas como las manufactura reales y las compañías privilegiadas, más que pretensiones ilustradas, son mecanismos de reforzamiento del poder real, políticas mercantilistas que someten la economía al control regio. Se habla de una “liberalización del comercio” en 1778 cuando en realidad la apertura de la “carrera de Indias” a una selecta elite de puertos peninsulares no puede ser considerada una liberalización, sino una mera ampliación del monopolio.

En última instancia, las grandes reformas proyectadas se quedan en proyectos frustrados, apenas parches que los privilegiados critican, y a los que se resisten.
Cuando el bien común que deberían haber traído las reformas, según la retórica ilustrada, se queda en el camino, queda un estado fuerte al servicio de los poderosos. Pietro Giusti, un veneciano al servicio de la embajada austriaca en Madrid, escribía a Cesare Beccaria el 12 de enero de 1775 que las Luces penetraban en España “con maggiore difficoltà e lentezza”. ¡No parece, a juzgar por la actualidad, que la cosa haya cambiado mucho!

jueves, 28 de abril de 2011

CAYO: LAS RAZONES DE LA LOCURA



Una excelente reseña reciente que Laura Devenat ha publicado en el boletín de Fent Història me ha despertado la (durmiente) curiosidad por lo que Ludwig Quidde llamó, a finales del siglo XIX, “delirio cesáreo”. En aquellos tiempos de apoteosis científica y mentalidad positivista, el triunfo de la medicina y la psiquiatría le permitió describir el fenómeno como un delirio paranoico, agudizado hasta la autodeificación, que desprecia toda barrera legal y los derechos de los demás, sirviéndose de una crueldad sin objeto ni sentido. El catedrático de Historia Antigua en la universidad de Friburgo Aloys Winterling nos cuenta, en su biografía sobre Calígula, que cuando Quidde matizó que “la posición de poder suministraba la posibilidad de que esas predisposiciones llegaran a un grado de desarrollo ilimitado, en otras circunstancias apenas posible”, se ganó tres meses de cárcel porque susceptibles funcionarios imperiales debieron leer entre líneas que se refería al káiser Guillermo. El caso es que la obra superó las 30 ediciones y ha triunfado en el imaginario occidental hasta constituir un prejuicio que una lectura atenta de las fuentes parece cuestionar. ¿Qué tiene de cierta aquella locura?

Para entenderla, hay que empezar por reconocer el contexto político en el que crece Cayo. Ya la muerte de César había demostrado que la aristocracia contestaría toda forma de poder personal excusándose en la presunta tiranía que la apartaba del control rotativo, compartido o colegial, del poder. Temiendo esos discursos libertarios, Octavio revistió su triunfo en las guerras civiles de restablecimiento formal de la antigua república. Siempre evitó manifestar la posición de poder conseguida: se comportaba como un senador normal, cultivaba relaciones de amistad con otros aristócratas como si fueran sus iguales, evitaba aparecer en público con grandes comitivas. Esa renuncia a los honores respondía a una estrategia deliberada, a fin de asegurarse la aceptación de su singular posición, que la aristocracia soportaba expectante por las dádivas imperiales (beneficia) que el contacto personal pudiera proporcionarles.

Tiberio fue más allá en la escenificación de la restauración republicana: dice Winterling que "no intentó, como Augusto, tapar la paradoja de que se diese un régimen autocrático como el suyo y persistiesen las instituciones republicanas mediante una comunicación de doble fondo, es decir, al fin y al cabo no sincera”, sino que dejaba que el senado le asesorase, como si fuera, igual que en tiempos de la república, el centro de poder del imperio romano. Esa mayor participación en el poder despertó las viejas rivalidades entre facciones nobiliarias. Pero con un agravante: al empeñarse Tiberio en librarse de la carga que representaban todos esos contactos a los que tanto tiempo había tenido que dedicar su antecesor, limitó la posibilidad de que una comunicación personal con el emperador se tradujera en cargos y prebendas. Expectantes, y alejados de la fuente de dádivas por el aislamiento de Tiberio, los aristócratas se sirvieron de un nuevo procedimiento de eliminación de rivales: las intrigas y denuncias recíprocas, inculpaciones que querían despertar la atención de un emperador poco accesible, al tiempo que servían para desembarazarse de rivales personales y ganar–a costa del condenado- el aumento de patrimonio con el que se premiaría su fidelidad. No sirvió de mucho: harto de aduladores e intrigantes, Tiberio se retiró a Capri (27) hasta su muerte (37).



Sejano -en la foto junto al Tiberio de "Yo, Claudio"- se ganó su confianza asumiendo los riesgos (y el trabajo) que significaba dispensar la gracia y atender a los pedigüeños en Roma. Mientras, Calígula fue llamado a Capri. Sin embargo, su inclusión en el séquito imperial no sólo le realzaba como posible sucesor: nuestro autor dice que en realidad era un rehén, que en tanto depositario del prestigio de su padre sirvió para reforzar la posición de Tiberio. ¿Cómo? La simpatía que el último hijo de Germánico despertaba pasaba a legitimar su agonizante reinado, y al mismo tiempo –manteniéndole en Capri- impedía que otros le instrumentalizaran para opositar. Tiberio no sabía a quien metía en casa, porque todas las versiones sugieren alguna intervención de Calígula, más o menos directa, en su muerte.

La frágil relación entre el poder imperial y el senatorial explica que Calígula empezara imitando el principado de Augusto. Sin embargo, todo se torció en el 39. No sabemos exactamente qué ocurrió: la fuentes apenas muestran coros de quejas plebeyas en los espectáculos, unos juicios por corruptelas a unos curatores viarum que habían gastado para otros fines el presupuesto recibido para el acondicionamiento vial, y un discurso imperial tras el que los senadores le agradecieron la clemencia y le premiaron con una entrada triunfal “como si hubiera vencido a algunos enemigos” (Dión Casio, Historia Romana, LIX, 16, 10)

El discurso no tiene desperdicio. Calígula, dolido, les reprende por sus críticas a Tiberio –“si era realmente un ser tan malvado no deberíais haberle colmado con tantos honores”- y anunciaba la reanudación de los procesos de lesa majestad. Cayo demostraba conocer el significado de la adulación hipócrita con la que el senado trataba al emperador, revelando que los senadores escondían su verdadera intención de destruir el poder imperial. No sólo está criticando a los senadores, que, como dice Winterling, no necesitaban ser informados sobre su propio comportamiento; lo peor era que el reproche les incapacitaba para seguir comunicándose en el futuro, y que Calígula estaba renunciando al esfuerzo que le costaba el reconocimiento aristocrático. Cayo había anunciado pues el fin del principado. Al comprobar que los senadores siguieron envileciéndose adulándole, él usó la nueva situación para humillar a la aristocracia y ridiculizarla. Ese es el sentido del nombramiento de Incinato, tan dócil ante su amo desde su pesebre de marfil y su establo de mármol como los senadores. Una burla que, al tiempo que pretende recordarles el poder del emperador de hacer cónsul a quienquiera, sirve para deshonrar a la nobilitas.



Lo que se avecinaba con ese comportamiento parecía ser una nueva monarquía de inspiración oriental que se serviría de libertos como personal de gobierno, excluyendo a los senadores, y que se legitimaría con el boato que correspondía a su presunta filiación divina. Para demostrar la subordinación del senado respecto al poder imperial, y por tanto su incapacidad de otorgarle ningún honor, Calígula se organizó un triunfo él solito lejos de Roma. Ese es el sentido de la travesía triunfal en el golfo de Baia, un puente de barcas de carga, ancladas en dos hileras y unidas entre sí hasta alcanzar 5 km, sobre las que esparció tierra en la superficie como si fuera una vía pavimentada, y cruzó ceremonial y artificiosamente. Suetonio interpreta un triple objetivo de tal sofisticada obra de ingeniería: una seria advertencia a Germania y Britania (“puedo cruzar”), el sueño de superar a Jerjes (“puedo lo que el Gran Rey no logró”) y demostrar su magnificencia (“a ver quien tiene la pasta –y los cojones- para montarse una rave mejor que ésta”).

¿Podría pues la locura que recogen las fuentes denunciar en realidad un programa político orientalizante? ¿Querría el rosario de perversiones que los frustrados aristócratas -reducidos al servicio imperial- nos contaron, convencernos de la incapacidad de los Césares y de la aberración que suponía privar a los virtuosos senadores del poder que pretendidamente merecían? Lo que queda claro es que cada vez son más los discursos historiográficos que interpretan, al menos de forma plausible, las razones que explican la supuesta locura de los Julio-Claudios.

sábado, 2 de abril de 2011

ROGER CASEMENT SEGUN VARGAS LLOSA (3): UN CORAZÓN EN LAS TINIEBLAS



En los post anteriores me permitía apuntar que el “Elogio de la lectura” con el que Mario Vargas Llosa aceptó el Nobel nos quiso convencer de que en su oficio primaba un romántico compromiso libertario antes que cualquier labor de altavoz propagandista del “canon” (económico) occidental. Añadí que tras su última novela no hay ninguna investigación exhaustiva: el tratamiento de la conciencia nacional de Casement parece propia de un opúsculo y el trabajo de campo desarrollado por el autor en el Congo podría haberse suplido con un vaciado inteligente de “El fantasma del Rey Leopoldo” (Adam Hochschild, Península, 2002), más dramático e impactante que la novela que nos ocupa. Hay un tercer aspecto del personaje que Don Mario aborda de forma presuntamente liberal, pero profundamente conservadora: y es que lo que llevó a Casement a la horca, lo que le ayudó a subir el último escalón del cadalso, no fue tanto su aventura nacional, como su aventura pasional. Y aunque, con una tolerancia presuntamente liberal Don Mario se acerca a la homosexualidad de Roger Casement, lo cierto es que en el fondo… ¡tampoco de eso lo absuelve!

Detenido tras el fracaso del Levantamiento de Pascua, Roger Casement vio desfilar por su juicio a los irlandeses recién liberados de un campo de prisioneros alemán. Todos ellos juraron que Casement, “los había exhortado a pasarse a las filas del enemigo, haciendo espejear ante ellos como cebo la perspectiva de la libertad, un salario y futuras granjerías”. La traición irlandesa a la unidad británica debía acabar con castigos ejemplarizantes que sirvieran de advertencia a los cientos de miles de jóvenes atrincherados frente a los alemanes en Francia. Así que Casement fue condenado a muerte en abril de 1916.

Cuando Conrad, G.B. Shaw, o Conan Dolyle salieron en su defensa, se difundieron fragmentos de unos diarios que, según la corona, habían sido hallados en poder de Casement y que no dejaban lugar a dudas en cuanto a su homosexualidad (y su predilección por los adolescentes): los “Diarios Negros” minaron el apoyo a Casement y permitieron explicar por qué nunca se había casado ni se le conocían romances. Se convirtieron en una prueba determinante y me atrevo a decir que el verdadero motivo de su ejecución, ya que su defensa perdió apoyos y Casement fue finalmente colgado en junio de 1916. Su cuerpo fue enterrado en cal viva allí mismo, en prisión; hasta su repatriación en 1965.

Casement no desmintió los diarios, pero tampoco aceptó haberlos escrito. Así que las dudas sobre su autenticidad llegaron hasta la biografía que el doctor William Maloney escribió en 1936: se afirmaba que –mientras investigaba en la Amazonía- Casement había obtenido los diarios privados de Armando Normand, un infame gerente de la empresa de caucho de Camilo José Arana. Para mostrar su crueldad con los trabajadores nativos, Casement tradujo y envió a Londres fragmentos de depravados actos de sadismo, que –según la teoría de la falsificación- se incorporaron fragmentaria y tendenciosamente a los diarios genuinos. El problema era que los diarios presuntamente adjudicados a Casement describen las actividades de un homosexual promiscuo, pero se desprende del Informe Putumayo que el tal Normand fue violentamente heterosexual. El debate sobre si Casement fue víctima de la inteligencia británica parece que se ha cerrado: en el 2002 un nuevo estudio forense llevado a cabo por el doctor Audrey Giles, afirmaba –por cuenta de la BBC- que los “Diarios Negros” estaban escritos por la mano de Roger Casement y desmentía cualquier posible falsificación.



Mario Vargas Llosa opta por admitirlos como válidos: el personaje sugiere que son parte de una campaña contra él, calla sin entenderse si niega u otorga, como hizo el Casement real; pero recuerda episodios de tosca voluptuosidad furtiva, teñidos de arrepentimiento. Un ejemplo: “Muy hermoso y enorme. Lo seguí y lo convencí. Nos besamos ocultos por los helechos gigantes de un descampado. Fue mío, fui suyo”. Pese a que a mi esas anotaciones, casi telegramas, me parecen contenidores de intensidad, los encuentros de Casement en la novela nunca son felices, ni poéticos, ni sudorosos, ni apasionantes. Siempre dejan una sensación de tristeza y de compulsividad. Casement parece arrepentirse de su promiscuidad y considera sórdidos sus encuentros “veloces en parques, esquinas oscuras, baños públicos, estaciones, hoteluchos inmundos o en plena calle, -como los perros, pensó- con hombres" casi desconocidos.

Es el narrador quien condena a Casement por ese comportamiento: la víspera de su ejecución nos lo muestra pensando que siempre ha estado sólo por culpa de su forma de desear, y concluye que no sabe amar:: “También en esta campo su vida había sido un completo fracaso. Muchos amantes de ocasión –decenas, acaso centenas- y ni una sola relación de amor. Sexo puro, apresurado y animal”. No hay tregua para Casement cuando siente deseo: nuestro autor describe un primer contacto en África, desconozco si inventado o tomado textualmente de los Black Diaries, como algo torpe. Y en cambio, basta haber tenido miedo o dudas antes de asaltar tu primera vez, para ver que pudo haber sido puro y liberador. A mí, al menos, aquel primer polvo ocasional en África se me antoja feliz, cuando menos divertido, casual y felizmente imprevisto. Roger, pálido y expectante, comparte unos minutos con unos jóvenes negros en pleno baño. Las torpes caricias transcurren en un río caudaloso que refresca un calor sofocante, ante un escenario verde brillante de profunda maleza, la selva como guardarropa y un cielo azul por techo. Don Mario olvida que aquel joven victoriano debió encontrarse por primera vez en su vida con una actividad sexual desprovista de culpa, de condena, de rigidez, de regulación política, de prohibición castrante. No hacen falta promesas de amor eterno, ni anillos de compromiso, ni sábanas de satén azul, para que el sexo signifique una comunicación auténtica, feliz, calurosa, emotiva, con otra persona que horas después se va, pero que no por quedarse poco rato se marcha sin dejarte una señal en el alma, un cosquilleo en el corazón, el vello de punta o el emocionado recuerdo de una caricia a contra-piel. Patrimonio suficiente para felicitarte por la vida, agradecer el encuentro, y abrazarlo muy fuerte… antes de dejarlo ir y devolverle la libertad que le arrebataste por un rato al hacerlo tuyo.

Así pues, Don Mario censura el sexo sin amor y nos alecciona sobre qué tipo de sexualidad nos eleva hacia lo divino, y cual nos encoge hasta la miseria. La moraleja es que Casement caía en depresiones porque “lo entristecía saber que nunca tendría un hogar, que su vida sería cada vez más solitaria a medida que envejeciera. Pagaba caros esos minutos de placer mercenario. Se moriría sin haber saboreado esa intimidad cálida, una esposa con quien comentar las ocurrencias del día y planear el futuro –viajes, vacaciones, sueños-, sin hijos que prolongaran su nombre y su recuerdo cuando se fuera de este mundo”.

Tengo 42 años y –a estas alturas- difícilmente podré escribir en mi diario que tuve, como Casement escribió, “Tres amantes en una noche, dos marineros entre ellos. ¡Me lo hicieron seis veces! Llegué al hotel caminando con las piernas abiertas como una parturienta”. Es una lástima. Pero he escuchado atentamente tantas confidencias tantas noches (entre sábanas, paseando por la ciudad, o a la luz de un cubata) para saber que hay tantas formas de pasión como personas; que todas son legítimas si no fuerzan la voluntad del otro; que muchas de las que presumiste alejadas de ti te sorprendieron un día inesperadamente. Ni los diarios de Casement, ni los ensayos que los analizan se han traducido al español: leerlos nos permitiría darle vida a todos y cada uno de esos jóvenes de los que Casement dejó constancia, certificando que otro sexo es posible, y que merece ser recordado: “Baños públicos. Stanley Weeks: atleta, joven, 27 años. Enorme, durísimo, 9 pulgadas por lo menos. Besos, mordiscos, penetración con grito. Dos libras”. Sea éste mi brindis por Roger; y por Stanley. Fuera quien fuera.