El
debate sobre las causas del terremoto de 1755 facilitó el progreso
ideológico de la ilustración; sin embargo, la tragedia lisboeta se
explicó mayoritariamente en términos providencialistas. Por eso
Voltaire en su “Cándido” podía inventar que “después
del terremoto, que habría destruido ¾ partes de Lisboa, a las
autoridades portuguesas no se les ocurrió nada mejor para evitar la
ruina total que amenazar a la gente con un espléndido auto de fe,
pues la Universidad de Coimbra había declarado que el espectáculo
de ver quemar ceremoniosamente a una serie de personas a fuego lento
era un método infalible para prevenir un terremoto”. Con
ironía siniestra, Voltaire afirma que, con ese fin, prendieron a un vasco
casado con su madrina y a dos portugueses acusados de judaizantes por
haberse negado a comer cerdo. A continuación continúa novelando que
“Pangloss y su discípulo Cándido fueron arrestados
también mientras cenaban en las ruinas, uno por haber hablado
imprudentemente, y el otro por haber escuchado en actitud aprobatoria
(…) una semana después les pusieron un sambenito con una mitra de
papel a modo de sombrero. El traje de Cándido estaba decorado con
llamas que apuntaban hacia abajo y demonios sin patas ni cola; los
demonios de Pangloss tenían patas y cola, y sus llamas brotaban hacia
arriba. Así vestidos fueron conducidos en procesión y les hicieron
escuchar un conmovedor sermón (…) Cándido fue azotado al ritmo de
los cánticos, el vasco y los dos hombres que no quisieron comer
tocino fueron quemados, y Pangloss fue colgado". Voltaire
añade con sorna que”ese mismo día hubo un enorme
terremoto muy estruendoso que causó grandes daños”, dando
a entender que no parece razonable que aquello aplacara la ira
divina, ni que el consejo inquisitorial diera precisamente en el
clavo.
Temiendo
que las explicaciones vociferadas desde los púlpitos sirvieran a los
críticos de las Luces que conspiraban contra el todopoderoso
ministro del rey José I, Sebastiao José de Carvalho e Melo, al que
conocemos como Marqués de Pombal por el título que recibirá en
1770, se aprovechará la ocasión para minimizar el poder de la
iglesia. Eso explica la causa contra el jesuita Gabriel Malagrida,
autor del Juizio da verdadeira causa do terremoto (1756). Este
misionero regresado del Brasil por iniciativa de la reina Maria de
Austria, aprovechará su ascendencia sobre la esposa de José I para
sostener que la tragedia había sido la reacción de ira divina por
“nossos pecados intoleráveis”. Aunque aparentemente se
refiriera al teatro, la música y los toros, y evitara las
referencias directas a las reformas ilustradas, el ministro, deseoso
de reducir el poder jesuita, forzó la destinación del confesor real
lejos de la corte. En este ambiente ambiente enrarecido cayó como
una bomba el fallido atentado contra el rey (9/1758): las pruebas no
permitían implicar a la compañía, pero sus colegios fueron
cercados y Malagrida encarcelado. Se desencadenó por todo ello un
largo conflicto jurídico y diplomático durante el que -aunque Roma
tratará de evitar el procesamiento de Malagrida por regicidio- la
inquisición portuguesa, controlada por Pombal, le achacó la
redacción de dos obras heréticas, y le condenó a la hoguera. La
sentencia no se hizo efectiva hasta el 21 de septiembre de 1761, dos
años después de que todos los miembros de la Compañía de Jesús
fueran expulsados del reino de Portugal.
Visto
así, todo parece indicar que el terremoto reforzó el poder del
ministro ilustrado. Ya las primeras
medidas que tomó, sintetizadas en la frase que le atribuyeron de
“enterrar os mortos e cuidar dos
vivos”, denotan un espíritu
práctico en la resolución de problemas: para impedir los saqueos
mandó levantar patíbulos en puntos elevados de la ciudad, como se
puede ver en el segundo grabado, y mandó al ejército cercar la
ciudad para impedir que los hombres sanos huyeran y pudieran ser
obligados a despejar las ruinas.
Pombal utilizó el suceso para venderse como el gran
benefactor omnisciente: en 1775 opúsculos como el anónimo “Preces
y votos de la nación portuguesa al ángel de la guardia del Marqués
de Pombal” proclaman que había sido él quién había aplacado
la ira de Dios, había protegido al rey, castigado a los traidores,
limpiado las ruinas y reconstruido la ciudad.
Y es que esta política
urbanística puede ser considerada la culminación del despotismo
ilustrado. A las primeras medidas dictadas para evitar el pillaje,
las construcciones ilegales, y la especulación, que ya permiten
intuir una incipiente consideración a la reconstrucción de la nueva
ciudad, pronto se añadió una planimetría que pretendía superar el
confuso trazado medieval y respondía a las intenciones políticas de
control y centralidad propias del absolutismo ilustrado: constituía
una planta geométrica y rectilínea de calles entre el Palacio Real,
junto al Tajo, actualmente la Praça do
Comércio, y la Praça de Rossio y la Praça de Figueira. En
total casi 23 hectáreas cuyos extremos quedan enlazados por tres
calles anchas paralelas, de las que la calle Augusta constituye un eje central
modelado por fachadas de la misma altura y similar estilo
neoclásico, con una planta baja destinada a la actividad comercial y
unas plantas superiores destinadas a residencias. Para construirlas,
se tomaron las primeras medidas antisísmicas de la historia de la
arquitectura: maquetas de madera sometidas a simulaciones, refuerzo
de los cimientos, cisternas en cada edificio para enfrentarse a los
incendios y -por ellos- red de colectores para recoger las aguas
residuales domésticas. El extremo de la cidade baixa abocado
y abierto al Tajo es la Plaza del Comercio, una gran explanada
neoclásica, cuadrangular, porticada con galerías con arcadas, que
comunica con la calle Augusta a través del Arco del Triunfo
(construido un siglo después pero que estaba incluido en los planos
originales). En el centro de la plaza, la estatua ecuestre de José
I, con armadura ceñida y yelmo emplumado, transmite una arrogante
dignidad. Su inauguración, celebrada con banquetes y fuegos
artificiales 20 años después de la tragedia, puede ser considerado
el momento de mayor gloria del ministro: culminaba la reconstrucción
de la ciudad, que avanzaba a su ritmo, ajena a otros problemas
políticos, y simbolizaba las reformas que el ministro había
impuesto al reino. Era como la guinda del pastel que glorificaba,
como ha escrito José-Augusto França, el éxito de la empresa. La reconstrucción de Lisboa que nos muestra el Marqués en el cuadro de Van Loo se convirtió en una sofisticada muestra urbanística, como Washington años después, del mundo soñado por los ilustrados.
¿O por el absolutismo?
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