Un espacio para el encuentro con historiadores y apasionados por la Historia. Con los que se emocionan con la polémica historiográfica, con la divulgación o la investigación. Y creen en la Historia como instrumento de compromiso social. Porque somos algo más que ratones de biblioteca o aprendices de erudito. Porque nuestro objeto de estudio son personas.
Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.
sábado, 14 de agosto de 2010
LAZARO ENTRE FIERAS (y 2): POLÉMICA EN TORNO A UNA OBRA CUMBRE
Después de una calurosa excursión veraniega por las bibliotecas de la ciudad buscando el artículo que presuntamente había herido de gravedad a Mercedes Agulló, tal y como expliqué en el post anterior, supe que la catedrática de literatura española de la UB Rosa Navarro expone en la red el permanente estado de su investigación. Allí está, por ejemplo, la fotografía del encabezado, que muestra la inauguración del curso 2009-2010 en el Centro asociado a la UNED en Cuenca, bautizado ya en honor del autor del Lazarillo. Una vez encontrado el articulo, me costo mucho más encontrar la presunta ofensa en él; es cierto que, con la misma altanería con la que Mercedes Agulló ignoraba las tesis de la doctora Navarro, Rosa se refiere a la doctora en Historia, reconocida paleógrafa y antigua directora de los museos de Madrid, como “la archivera”. Aparte de eso, el artículo en Clarín se dedica a desmontar la trama argumentativa de quienes atribuyen el Lazarillo a Diego Hurtado de Mendoza.
Ya poco antes de la publicación de “A vueltas con el autor del Lazarillo” por parte de Mercedes Agulló, se había publicado en Clarín un artículo interesantísimo de Rosa Navarro que podría explicarnos por qué –como dice la prestigiosa paleógrafa- siempre se había venido atribuyendo el libro a Diego Hurtado de Mendoza. El artículo comienza recordando apropiaciones de personajes literarios; hubo una “segunda celestina” que “negaba la muerte de la alcahueta” para “que siguiera con sus artimañas”, y un “segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” publicado un año antes que la auténtica versión. Hemos detectado esas apropiaciones, nos cuenta, porque una pragmática de 1558 sobre la impresión de libros obligaba a que el nombre del autor figurara en la portada, lo que escondió a muchos autores tras pseudónimos. Del mismo modo, en 1555, un impresor de Amberes publicaba una “segunda parte del lazarillo” que desarrollaba una historia más extraña: el protagonista se enrolaba en la expedición a Túnez y sobrevivía aterrado al hundimiento de la expedición durante una tormenta. Sin embargo, harto de tanto vino que el agua no entraba en su cuerpo, se sumergía rogando por su salvación con tanto ahínco que su palabra era escuchada y sufría una curiosa metamorfosis: transformado en atún, Lázaro vivirá cuatro años bajo el mar en el reino marino de los atunes al servicio de su soberano. Una alegoría difícil de interpretar, dice Rosa Navarro, que parte de la premisa de que se trata de otro Lázaro, tan ostentosamente distinto del lazarillo de la primera parte en su papel de cortesano, que podemos concluir que es un mero instrumento para satirizar al rey de los atunes, de quien critica actuaciones equivocadas por escuchar a “traidores y cobardes”. Los desaciertos del rey atún, inspirados por malos consejeros, son el objeto de la sátira, escrita a buen seguro por un escritor muy culto, gran bibliófilo, políglota, de sólida formación humanística, bien relacionado con impresores, militar, con misiones importantes en la diplomacia imperial, pero resentido por su destitución. ¡La segunda parte del Lazarillo podría ser la venganza literaria de Diego Hurtado de Mendoza tras su humillación!
¿Qué había ocurrido? Pues que siendo capitán del destacamento español en Siena, mostró muy poca pericia en su gobierno. Rosa Navarro se remite, para demostrarlo, tanto a fuentes secundarias –el libro de Vicente de Cadenas y Vicent “La república de Siena y su anexión a la corona de España” (Madrid, 1985)- como a fuentes primarias: carta de Cosme de Médicis al emperador, de 30 de julio de 1552, informando de los errores y del mal gobierno de Mendoza. Su empecinamiento en la construcción de una fortaleza que despertó la oposición de los ciudadanos de Siena, añadido al proceso por irregularidades financieras en el que se vio envuelto –al que no sería ajeno su afición desmedida por libros y antigüedades, pero del que hay que decir que sería absuelto treinta años más tarde, en 1578- explican su destitución… menos de tres años antes de que vea la luz esta curiosa segunda parte del Lazarillo.
El personaje de Diego Hurtado de Mendoza merece realmente los suspiros que le dedica Doña Mercedes Agulló, que nos explica que el noble español tuvo por preceptor a Pedro Mártir de Anglería, y por hermana a la resistente toledana María Pachecho; conocía el latín, el griego, el hebreo y el árabe, entre otras lenguas; fue delegado del emperador en Trento, en Londres, en Roma y en Venecia, donde protegió a Vasari y Tiziano… Es sin duda un personaje fascinante, a cuyo encanto renacentista quizá se ha rendido con demasiado entusiasmo Mercedes Agulló cuando le describe en A vueltas con el autor del Lazarillo como “un hombre de una pieza”. En la segunda parte del lazarillo, la formación militar del autor (que no parece mostrar la primera) le permite describir con precisión diversos alardes; tampoco habla de oídas cuando explica el desastre de Argel, ya que el hermano de Diego Hurtado de Mendoza, -Bernardino-, mandaba las naves que salieron de España para sumarse a la expedición. Rosa Navarro encuentra también con la precisión filológica que le es propia recursos literarios coincidentes y expresiones poco comunes para concluir que Diego Hurtado de Mendoza es el autor de la segunda parte del Lazarillo, descabellada y fantasiosa si la comparamos con la primera. De hecho, puede concluir el artículo diciendo que el Lazarillo “no refleja ni sus preocupaciones ni sus intereses”: difícilmente podría preocuparle al diplomático del emperador satirizar la corrupción eclesial que denuncia el Lazarillo. Y difícilmente podría celebrar la gloria del emperador al entrar en Toledo (1525) publicando supuestamente el Lazarillo que falsamente se le atribuye. Y menos en 1554, cuando el contenido erasmista de la obra estaba ya tan perseguido como caducado; él mismo acaba de ser destituido por el Emperador y –resentido- se dirigía al príncipe Felipe II para quejarse porque Don Carlos “ha hecho conmigo solo lo que con criado (…) sin causa y a instancia de mis enemigos, de lo que estoy y viviré muy sentido y agraviado perpetuamente, (…) no me reparando la ofensa que me ha hecho”. ¡Buenísimo documento el que recupera Rosa Navarro!
Resumiendo, una atribución de la autoría del Lazarillo hecha desde la periferia de España, celebra a un autor de espíritu discrepante con la España rancia y clerical. Frente a ella, la respuesta académica y formalista atribuye el libro a un noble altanero y presuntuoso, adornando con flecos renacentistas cierta nostalgia por el imperio. Mientras la primera propuesta recoge una avalancha de indicios y argumenta con espíritu crítico y muestra voluntad interdisciplinar consultando fuentes de todo tipo, la segunda se sirve de una sola fuente, la presenta como definitiva y categórica, y descalifica las alternativas sirviéndose del aparato intelectual del estado y la prensa conservadora. Frente a ese grandilocuente, triunfalista y arrolladora imposición poco se puede hacer, puesto que a la argumentación científica se responde con acusaciones de ofensa. ¡Siempre la misma historia… y siempre la misma Historia!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario