La
que da nombre al libro empieza preguntándose por qué Giorgio Vasari
-cuando pintó el retrato de Lorenzo recibiendo a los embajadores
para los apartamentos del Gran Duque Cosme I en el Palazzo Vecchio-
inmortalizó en el ángulo superior derecho una jirafa que el Médicis
recibe como obsequio, de tal modo que atrae tanto la mirada del
espectador como el mismo Lorenzo. Según Marina Belozerskaya, porque
la ostentación constituye la clave sobre la que los Médici
construyen su poder.
Ya
en 1459, cuando Lorenzo apenas tenía 10 años, asistió a la
recepción que Cosme el Viejo ofreció al Papa Pío II y a Galeazzo
Maria Sforza, hijo del duque de Milán, a quienes ofreció un combate
de animales como los que la nobilitas romana ofrecía en la Roma
antigua. Cerraron todas las calles que desembocaban a la Piazza della
Signoria, transformándola así en un gran escenario rodeado de
tribunas en las que se apiñaron miles de espectadores. Sin embargo,
el espectáculo fue un desastre porque los leones florentinos, bien
alimentados, se habían vuelto mansos, y no atacaron a los rumiantes
que soltaron en la plaza. Lorenzo recibió allí una de sus primeras
lecciones de política: la exhibición de animales podía constituir
un espectáculo memorable que impresionaba al público.
Años
más tarde, tras la conjura de los Pazzi que acabó con la vida de su
hermano Giuliano y a poco estuvo de costarle la suya, Lorenzo vio
amenazada la república que controlaba informal pero férreamente.
Temiendo que el rey Ferrante de Nápoles utilizara la excomunión
dictada por el papa Sixto IV como excusa para amenazar Florencia,
Lorenzo marchó en secreto a negociar directamente con él, dejando
un mensaje a los florentinos que -leído en público- conmovió al
pueblo hasta las lágrimas: “Decidí exponerme a cierto grado
de peligro antes que permitir que la ciudad continúe sufriendo por
más tiempo sus presentes desgracias (…) Lo que más deseo es que
mi vida y mi muerte, y lo que es bueno y malo para mi, sean siempre
para beneficio de nuestra ciudad”. Mientras esa propaganda
vinculaba la supervivencia de Florencia a su sacrificio, él pasó
dos meses en la corte napolitana seduciendo al rey con su encanto,
sus regalos y la promesa de ayuda florentina. Esa experiencia en el
arte político de fingir le demostró la importancia de las
apariencias, por lo que -cuando regresó a Florencia convertido en un
héroe- era consciente de que la fuerza de su posición allí
dependía del respeto que inspirara, dentro y fuera. Así que
recurrió a dos estrategias para ganarse ese respeto. Por un lado, se
sirvió de la vía dinástica: en 1484 aprovechó el ascenso de
Inocencio VIII al solio pontificio para pactar el matrimonio de su
hija Magdalena (13) con el hijo ilegítimo del pontífice,
Franceschetto (37), aportando una buena dote al matrimonio y un
préstamo barato al papa. La segunda estrategia se inspiró en la
antigüedad romana: sabemos que Lorenzo tenía en su biblioteca la
Historia Romana de Dion Casio y la Historia Natural de
Plinio el Viejo en su biblioteca. Ambas describen la exhibición de
felinos, aves exóticas y 40 elefantes con antorchas encendidas en la
trompa que César hizo desfilar en Roma tras la derrota de Pompeyo...
junto a una jirafa. Quizá se decidió a emular a César: la
antigüedad clásica era fuente de inspiración para los hombres del
renacimiento, y, a fin de cuentas, sus opositores -como a César los
suyos- le veían como un tirano que trataba de someter la república.
Así lo demuestra que un “Diálogo sobre la libertad” que
Alamanno Rinuccini dejó inédito tras el fracaso de los Pazzi, les
alababa por defender la libertad, como en su día habían hecho Bruto
y Casio al matar a César.
Quizá
fue así como una jirafa se convirtió en parte de una estrategia de
ascenso social y dominio político. Marina Belozerskaya afirma que
“manifestarse magnificente mediante posesiones ostentosas y
lujosas formaba parte del arte de parecer más poderoso que los
demás”. Y es que -aunque nosotros estamos superficialmente
familiarizados con gran variedad de animales a los que damos por
habituales- los animales exóticos aparecían ante la gente, en
tiempos anteriores a la televisión, como seres poderosos,
maravillosos y aterradores. Por eso Lorenzo debió pensar que una
jirafa viva, un animal que la Europa cristiana desconocía, elevaría
su prestigio por encima de otros poderosos, que podían tener otros
animales exóticos, pero ninguno tan extraordinario. Dolores Carmen
Morales Muñoz, profesora de la UNED que estudia la zoohistoria, ha
afirmado que “tener un elefante o una jirafa vendría a ser algo
parecido a poseer hoy un yate o un jet privado”, y Marina
Belozerskaya añade que “puesto que Lorenzo no reunió un jardín
de fieras completo, (…) consideraba al animal un instrumento
político, un golpe de efecto”.
Así
fue como el embajador que Florencia envió a El Cairo para negociar
nuevos compromisos comerciales con los mamelucos que controlaban
Egipto recibió también el encargo de conseguir una jirafa.
Afortunadamente, el sultán también necesitaba un favor: temía la
amenaza que significaba la expansión otomana y que Bayaceto II, el
hijo mayor de Mehmet II, quisiera emular la gloria conquistadora que
había significado para su padre la caída de Constantinopla (1453)
atacando a los mamelucos egipcios con la excusa de que se habían
involucrado en la lucha dinástica que Bayaceto sostuvo con su
hermano Yim, quien -derrotado por Bayaceto tras tratar de arrebatarle
la herencia paterna- huyó a Egipto primero y, tras un nuevo fracaso
desde allí, fue capturado en Malta por los caballeros de la Orden de
San Juan y conducido prisionero a Francia. El sultán de Egipto
quería custodiarlo para disuadir a Bayaceto II de una eventual
agresión. Sabía que el Papa también pretendía alojar a tan
ilustre prisionero para asegurarse de que los otomanos no se
lanzarían sobre Italia (¿Otranto?), y que Lorenzo estaba forjando
una relación familiar con el Papa Inocencio. Así que, cuando en
1485 Bayaceto firmó la paz con Hungría y Venecia, temiéndose lo
peor, el sultán egipcio pidió ayuda a Lorenzo. La coincidencia de
tal S.O.S con la llegada de la jirafa a la Toscana (1487) nos permite
sospechar que el trato consistió en cambiar una jirafa por un
príncipe otomano.
El
caso es que el domingo 11 de noviembre de 1487 los florentinos se
atropellaron por calles y plazas para presenciar el desfile de una
larga procesión de extranjeros ataviados con altos turbantes,
acompañados de servidores de piel oscura cargados de cajas de metal
exquisitamente trabajadas, y un buen montón de leones y caballos, a
los que seguía una criatura de más de 5 metros de alto, cuyo
aspecto les pareció estrafalario pero bello, musculoso pero
delicado, torpe pero elegante, cuyos grandes ojos “de un pardo
oscuro (...) contemplaban mansamente a los presentes por debajo de
largas y espesas pestañas”. Nuestra autora parece haber
recogido multitud de fuentes, a las que no cita apropiadamente, que
nos permiten constatar la impresión que causó la jirafa: “un
calderero llamado Bartolomeo Masi registró en su diario que los
animales enviados por el sultán eran los más maravillosos que se
habían visto en la ciudad y que la jirafa era tan dócil como un
cordero. Otro florentino, Antonio Constanzi, escribió un epigrama
contando que la jirafa, cuando fue paseada por las calles de la
ciudad, aceptaba apetitosos bocados de sus admiradores. Mansa y
amable, comía delicadamente de las manos de los niños, que le
ofrecían pan, heno y frutas (…) Dócil e inteligente, tenía
hechizados a los florentinos con su amable disposición, sus grandes
y húmedos ojos, sus atentas orejas y su elegante manera de hacer
girar el largo cuello para echar una mirada a su alrededor”.
Seis
meses después, el enviado del sultán iniciaba su regreso. Le
acompañaba el embajador florentino que debía interceder en Roma
para obtener del Papa -que prohibía las ventas de armas a los
infieles- la autorización que permitiría a los mamelucos conseguir
el armamento que podrían necesitar si se producía el ataque
otomano. El 17 de enero de 1489 se informaba a Lorenzo de que la
venta había sido autorizada, y en marzo, Yim quedó bajo custodia
papal. Ese mismo mes, Lorenzo recibió la noticia que suponía el
encumbramiento definitivo de los Médici: Inocencio VIII nombraba
cardenal a un hijo de Lorenzo, Giovanni (13), quien llegaría a ser
en 1513 el Papa León X.
¿Y
la jirafa? Pues falleció en 1488. Parece que se le atascó la cabeza
entre las vigas del pajar donde se la guardaba. Aterrada, debió
sacudir el cuello con demasiada fuerza, para librarse, y cayo muerta
al suelo con el cuello quebrado. Sin embargo, después de su muerte
continuó siendo un símbolo del triunfo político de Lorenzo, como
demuestra que el gran Duque Cosme I encargara a Vasari, muchos años
más tarde, las pinturas que recordarían, en la antigua Signoria,
sus antecedentes ilustres. En la pintura dedicada a Lorenzo se
incluye su flamante jirafa porque sus sucesores la consideraron un
símbolo de su ascenso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario