Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

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"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

sábado, 1 de septiembre de 2012

1755 (2): EL TERREMOTO DE LISBOA Y EL ECLIPSE DE DIOS



Hoy sabemos las causas del terremoto que asoló Lisboa en 1755: las dinámicas confrontadas de las placas tectónicas africana y europea provocaron el seísmo, cuyo epicentro se encontraría en algún punto de la falla Azores-Gibraltar. Sabemos que la primera gran sacudida duró unos 7 minutos y alcanzó -si Richter hubiera nacido- una intensidad que situaríamos en torno a los 8,7 grados de su escala. En definitiva podemos construir un discurso que explique la catástrofe gracias a las encuestas que, para calibrar los daños y recabar información, impulsaron los gobiernos de Lisboa y Madrid. Con aquellos cuestionarios la sismología apenas daba sus primeros pasos, por lo que las explicaciones en torno a la catástrofe se buscaron de otro modo. De hecho, aquellas sacudidas, con sus grietas en la tierra liberando gases sulfurosos, los cientos de fieles sepultados entre los escombros de las iglesias, la retirada del mar y la consecuente ola gigantesca, constituyeron un fuerte revulsivo para la historia del pensamiento: el terremoto de Lisboa hizo que se tambalearan mucho más que edificios, porque el alcance de la destrucción no dejó indiferente a la Europa pensante. No sólo se derrumbaron el 85% de los edificios de Lisboa, incluidos los archivos reales que guardaban, por ejemplo, los informes de las exploraciones de Vasco de Gama. En la tragedia murieron 90.000 de los 275.000 habitantes de la ciudad, personas de toda condición. Sobre el embajador español, por ejemplo, se derrumbó su fachada. Y si la familia real se salvó fue porque había salido al campo por la insistencia de una de las infantas. Era imposible no preguntarse por qué Dios se había ensañado de aquella manera con una ciudad tan devota, cuyos fieles llenaban, aquel día de Todos los Santos, las 40 iglesias de la ciudad.


La explicación providencialista culta. Según Evaristo Álvarez Muñoz (Universidad de Oviedo) Leibniz había publicadoTeodicea: ensayos sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal” para refutar el Dictionnaire Historique et critique (Amsterdam, 1697) de Pierre Bayle, porque en esa obra, afirmaba, “la religión y la razón aparecen en lucha”. Él se proponía conciliarlos con una teología natural, lógica, prescindiendo de la fe en verdades reveladas. Partiendo de “la existencia de un sólo Dios perfectamente bueno, poderoso y sabio”, se planteaba el problema de la existencia del mal en el mundo porque “aún cuando no concurra Dios en las malas acciones, (…) las permite, pudiéndolas impedir por virtud de su omnipotencia”. Así que la existencia del mal en un mundo creado por un Dios bueno, sabio y omnipotente sólo podía deberse a un descuido de la bondad, al desconocimiento de los pormenores o a pequeñas limitaciones a su poder. Sin embargo, su especulación acababa concluyendo que “la causa del mal particular es el bien metafísico que todo lo abarca”. Y es que, desde Newton, los científicos creían que -siendo las leyes de la naturaleza reguladas por Dios- el sufrimiento particular constituía una excepción intrascedente que -aunque suponía desviaciones del plan providencial- podía ser causa de un bien mayor. Si se parte de que el orden universal es perfecto, la mirada global permite pensar que lo que es malo para unos puede ser parte del bien general. Esta especie de “no hay mal que por bien no venga” ponía como ejemplo que las catástrofes del pasado han modelado la tierra que hoy nos puede procurar riquezas y comodidades. Leibniz legitimaba también la existencia del mal diciendo que “es insípido comer siempre manjares dulces, y deben mezclarse con cosas agrias, ácidas y áun amargas, que excitan el gusto. Quien no ha gustado lo amargo no ha merecido lo dulce ni lo apreciará nunca”. Esta confianza optimista en que el mal menor puede formar parte del bien común será atacada por los ilustrados en 1755.

La primera reacción de Voltaire a las noticias del terremoto. Según Thomas Kendrick (The Lisbon Eartquake, NY, 1955), Voltaire tenía terminado el Poème sur le désastre de Lisbonne, el 7-12-1755. En su prefacio ya advertía que pretendía evidenciar la insensatez del optimismo de Leibniz, al que denomina “la filosofía del tout est bien”. Pero entre líneas se lee también una increpación a Dios en nombre de la razón contra los disparates de la naturaleza. ¿A qué conclusiones llega? Pues a que las desgracias demuestran la innegable presencia del mal en la tierra, frente a las que el hombre es un ser débil e indefenso, ignorante de su destino, que se encuentra expuesto a terribles amenazas. En su crítica a los filósofos optimistas, les pide que contemplen las ruinas de Lisboa y piensen en el destino de las víctimas. ¿Pueden seguir considerando que la providencia de un dios benevolente lo ha querido así? ¿Que esos cadáveres son cuerpos de pecadores, incluidos los de los niños, son justas victimas de la ira de Dios? ¿Que el universo sería un lugar peor si Lisboa no hubiese sido destruida? Duda de que las afirmaciones optimistas constituyan un consuelo a las desgraciadas víctimas, de que las desgracias respondan a una voluntad suprema benéfica, de que las muertes cumplen un papel determinado en el plan maestro de Dios. Y trata de demostrar que ningún optimismo justifica los pesares y sufrimientos que afligen al ser humano, una criatura débil e ignorante, abocada al sufrimiento y la muerte.


La reacción de Rousseau al Poême de Voltaire: la Lettre sur la providence Dice Evaristo Álvarez Muñoz que, en sus “Confesiones” (Cap. IX), Rousseau explicaría que respondió al poema creyendo que el propio autor se lo enviaba, y que -temiendo perjudicar la salud del irritable Voltaire- envió la respuesta a su amigo y médico personal, para que valorara si mostrársela era conveniente. Su objetivo era, añadía, hacer entrar en razón a aquel pobre hombre colmado por la prosperidad y por la gloria, que declamaba amargamente contra las miserias de esta vida. Ya se había pronunciado en Premier Discours contra el optimismo ingenuo y contra la fe en el progreso (1750); ahora criticaba el pesimismo de Voltaire en una larga carta (8/1756): “Usted reprocha a Leibniz que insulten nuestros males sosteniendo que todo está bien, pero amplifica de tal forma el cuadro de nuestras miserias que consigue agravar el sentimiento; en lugar del consuelo que yo esperaba, usted me aflige aún más (…) pues suecede lo contrario de lo que usted propone. Ese optimismo que usted encuentra tan cruel, sin embargo, me consuela de los dolores (…) Hombre, ten paciencia, me dice Leibniz. Tus males son un efecto necesario de tu naturaleza y de la constitución del universo. SI el ser eterno no lo hizo mejor será porque será imposible hacerlo mejor (…) ¿Qué me dice ahora su poema? Sufre de por vida, desgraciado. Si hay un Dios que te ha creado, y que es todopoderoso, sin duda podría evitar tus males, pero no esperes que se acaben”.

En su escrito, Rousseau también se posicionaba sobre las causas de la tragedia lisboeta, aunque su análisis nos parece más profano: “Yo no creo que se pueda buscar el origen del mal moral en otro sitio que no sea en el hombre libre (…) Convendrá usted que no fue la naturaleza quien concentró allí 20.000 casas de seis o siete pisos y que si los habitantes de esta gran ciudad hubieran estado más regularmente dispersos el desastre hubiera sido mucho menor, tal vez nulo. ¿Y cuántos desgraciados habrán perecido en esta catástrofe, uno por querer recoger sus ropas, el otro sus papeles, el de más allá su dinero?”. Es decir: no sería la naturaleza (ni su divino regulador) la principal responsable de la catástrofe, sino la mala calidad de la construcción y el hacinamiento de las casas, una valoración que demuestra la progresiva secularización del debate sobre el mal, y la creciente crisis del providencialismo.

Kant y el estudio científico. Mientras temblaba el Atlántico, Immanuel Kant se estrenaba como profesor auxiliar de la facultad de filosofía de Königsberg. Impactado por el terremoto, recopiló todas las informaciones que llegaban sobre el suceso, y esbozó una teoría sobre las causas de terremotos que desarrollaría en 3 pequeños ensayos que presentaban hipótesis evitando explicaciones sobrenaturales. Kant relacionó el origen de los temblores con el movimiento de enormes cavernas bajo la superficie terrestre, en las que una materia de composición desconocida se inflamaría, resquebrajando la superficie. La hipótesis no responde a la realidad, pero convierte al terremoto atlántico de 1755 en el primero que se estudió con pretensiones científicas.


La segunda respuesta de Voltaire: Cándido. El Poème sur le désastre de Lisbonne es prácticamente un prólogo a Cándido, o el optimismo: ambas obras recogen el mismo ánimo de Voltaire, una angustia existencial que le provocaron tres terribles acontecimientos: el terremoto, el inicio de la guerra de los siete años y el atentado contra Luis XV que provocará la persecución de los filósofos y la consecuente interrupción de la Enciclopedia. Cuenta el viaje iniciático de Cándido, un antihéroe que se ha visto expulsado de una baronía (el paraíso), y arrojado al mundo. Sus viajes le llevarán hasta las reducciones jesuitas de Paraguay, pasando por el legendario El Dorado, Surinam -donde presencia la crudeza de la esclavitud-, París, Venecia y Lisboa... en pleno terremoto. Finalmente acaba en Constantinopla, donde decide adquirir una finca en la que reunir a los personajes con los que ha compartido travesía con objeto de “cultivar su huerto”. Moraleja: en este mundo absurdo, imprevisible e inexplicable, dominado por la ambición, la intolerancia, el egoísmo y la crueldad, es mejor no pensar y refugiarse en un rincón acogedor donde compartir el esfuerzo por trabajar la tierra, cuya necesidad nos une. También aquí carga contra la filosofía de Leibniz y su concepción del mundo como el mejor de los posibles: para hacerlo contrasta la descripción de cuanta injusticia encuentran en sus viajes con las explicaciones que un personaje, Pangloss, el preceptor de Cándido, encuentra para todo gracias al principio de “nada puede ser mejor (porque de lo contrario sería de otro modo)”. Como ha escrito Rocío Peñalta Catalán, “Voltaire caricaturiza el método deductivo con grotescos silogismos, para demostrar que es absurdo buscar la explicación de lo que sucede fuera de este mundo en donde sucede, remitirse a un orden superior para explicar y justificar las incongruencias que se producen a diario”.

Al final de “Cándido”, personajes que han conocido tiempos mejores terminan maltrechos y nostálgicos de sus pasadas glorias, entregados a menesteres humildes. Se está apostando por la tolerancia, por la convivencia en paz de personas muy distintas. Pero también es una llamada al hermanamiento, a la fraternidad: la desdicha general nos obliga a sumar esfuerzos para construir un mundo mejor, a superar nuestras diferencias para ayudarnos mutuamente. Alicia Villar Ezcurra (Univ.Pontificia de Comillas) también advierte que, cuando el optimismo armonicista pasa a ser criticado como un consuelo ofensivo para las víctimas, se nos está empujando a sustituir la compasión por la solidaridad. Si todos compartimos desdichas, todos podemos ayudarnos contra ellas. Somos hermanos ante las tormentas de la vida, por lo que -a la reclamación ilustrada de igualdad y libertad- habrá que añadir la de la fraternidad.

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