Un espacio para el encuentro con historiadores y apasionados por la Historia. Con los que se emocionan con la polémica historiográfica, con la divulgación o la investigación. Y creen en la Historia como instrumento de compromiso social. Porque somos algo más que ratones de biblioteca o aprendices de erudito. Porque nuestro objeto de estudio son personas.
Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.
sábado, 3 de enero de 2009
LOS DISCURSOS DE OBAMA ME HACEN LLORAR
(Foto: Galería de hundredthmonkeymagazine en Flickr)
Lo reconozco. Los discursos de Obama me hacen llorar. Resabiados técnicos de campaña me dirían que son una estrategia muy bien concebida en tenebrosos laboratorios y en gabinetes de comunicación para crear falsas intimidades entre el orador y su auditorio. Después de agradecerles su preocupación por mi inocencia, les contestaría que no estoy especialmente ilusionado pensando que, estadísticamente, su voto como congresista está mucho más a la izquierda de lo que cualquier candidato ha estado nunca. Lo que realmente me entusiasma es la definición de esperanza que pronunció la noche electoral de primarias en Iowa el 3 de enero de 2008 como “algo que dentro de nosotros insiste en que, a pesar de todas las pruebas que señalan lo contrario, nos espera algo mejor si tenemos el valor de ir a por ello, de trabajar por ello y de luchar por ello”. La multitud infinita que se puso en marcha entonces ha reparado una democracia que había sido mancillada por recuentos sospechosos y papeletas deliberadamente complicadas, herida por políticos indecentes –patriotas de boquilla- que habían restringido libertades, bendecido guerras decretadas unilateralmente, hecho sucios negocios privados –contabilidad creativa, los llamaban- en despachos oficiales, violado en Guantánamo los más elementales derechos individuales.
Mientras el discurso de aquellos piratas de la política apela a la gestión económica, él apela al esfuerzo y -sobre todo- al Kennediano tema de la responsabilidad: “Si hay un niño en el SOuth Side de Chicago que no sabe leer, eso me importa, aunque no sea mi hijo. Si hay un anciano en alguna parte que no puede pagar sus recetas médicas y tiene que elegir entre los medicamentos y el alquiler, eso empobrece mi vida, aunque no sea mi abuelo. Si hay una familia estadounidense de origen árabe que es detenida sin la asistencia de un abogado ni el debido proceso, eso atenaza mis libertades civiles” (foto: galería de dsmire en flickr)
Habla de economía competitiva, pero también de derechos laborales. Habla de más exigencias a la escuela, pero de más responsabilidad a las familias. Habla de líneas de banda ancha, pero también de “trabajadores compartiendo nuestra prosperidad”. Habla de trabajar muy duro, pero de sueldos que permitan pagar facturas. Habla de aumentar el grado de sacrificio, pero también de pensiones de jubilación. Habla de ética del logro, pero también de asistencia para los enfermos crónicos, de liberarse de la tiranía del petróleo, de limitar los gases de efecto invernadero, de convertir la crisis del calentamiento global en un momento de oportunidad para la innovación y el trabajo. Y en todas esas palabras apela a la responsabilidad: Seamos la generación que haga que las generaciones futuras se enorgullezcan de lo que hicimos aquí.
Y mientras los fundamentalistas del liberalismo hablan de individuos, él habla de personas. Eso se advierte especialmente en el uso de la Historia que hace en sus discursos. Acostumbrado a nuestros políticos y sus discursos basados en el nacionalismo esencialista, me emociona encontrar a alguien que ve en la historia la gesta de las personas que apenas ganan voz en nuestros libros. En New Hamshire el 8 de enero de 2008, durante las primarias: “Sí, podemos. Fue un credo escrito en los documentos fundacionales de nuestra nación. Sí, podemos. Fue susurrado por los esclavos y los abolicionistas mientras marcaban un camino hacia la libertad a través de la más oscura de las noches. Sí, podemos. Fue cantado por los emigrantes mientras zarpaban desde costas lejanas y por los pioneros que se dirigían hacia el oeste por extensiones implacables. Sí, podemos. Fue el grito de los trabajadores que se organizaron, de las mujeres que lucharon por el voto, de un presidente que eligió la luna como nuestra nueva frontera, y de un Martin Luther King que nos llevó a lo alto de la montaña y señaló el camino hacia la tierra prometida. Sí, podemos para la justicia y la igualdad. Sí, podemos para las oportunidades y la prosperidad. Sí, podemos curar a esta nación. Sí, podemos arreglar este mundo. Sí, podemos”.
No me avergüenza decir que guardo los discursos de Obama entre los papeles desordenados de mi despacho. Y que, cuando busco algo precipitada y alevosamente, y me aparecen en las manos, me cuesta no sentarme un minuto, dejar las prisas a un lado, y leer un fragmento. Y descubrir que todavía me quedan rincones encendidos de inocencia.
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