Benito Pérez Galdós deja bien claro que "a los vasallos del buen Carlos no les parecía bien el viaje" ideado por Godoy para apartar a los reyes de las tropas napoleónicas que pretendían hacer cumplir por la fuerza a Portugal el bloqueo continental contra el Reino Unido. Pero cuando el bueno y enamorado de Gabriel sale a la calle el 19 de marzo de 1808 que don Benito le inventó, los taciturnos y belicosos bullangueros que nos muestra "beber a porrillo y dar puñetazos en las mesas, desvergonzarse con todo el mundo, mirar con aire matachín" son, más que buenos vasallos, matarifes a sueldo.
Cuando don Benito convierte al protagonista de su "Episodio Nacional" en involuntario testimonio del pasacalles sangriento de mayo, no deja tan claro como en el Motín de Aranjuez que contaron más de la cuenta cuatro campanas repicando a destiempo, ocho correveidiles, unos cientos de monedas y un infinito odio por las reformas. Sin embargo, se puede intuir que algunas dudas le inspiraba aquel bautismo en sangre de la nación que los liberales del ochocientos soñaron al recordar el Dos de Mayo. Así, cuando a Gabriel le espetan si es que "no tienes corazón ni eres hombre para nada" porque yace impasible entre la confusión sin "romperle la cabeza al primer francés que se ponga por delante", responde confuso que "han pasado sin duda cosas que yo no sé, porque he estado muchos días sin salir a la calle". Su confusión es lógica: no muchas páginas antes ha sido testimonio de los piropos que la muchedumbre madrileña dedica a los franceses que acompañan al príncipe don Fernando. Es más: cuando le insisten "¿Te gusta que te manden los franceses y que con su lengua que no entiendes te digan
Apelar a la literatura liberal del ochocientos para hacer películas y sumar gritos fundamentalistas puede ser una forma de arte; pero la misma libertad de expresión que protege el genio creativo del artista debería clamar contra la irresponsabilidad de ponerlo al servicio de agitadores agresivos cuyo respeto por el adversario ideológico está por demostrar. Sobre todo cuando la colección de ruidosos silencios que acoge el guión de Sangre de Mayo disfraza la novela en la que dice basarse para construir un panfleto de nacionalismo esencialista, tan burdo y místico como el que se asocia a los nacionalismos que, con cierta sorna, llaman "periféricos".
Cuando la señora presidenta de la comunidad de Madrid, condesa de Murillo y lideresa del Partido que dicen Popular, afirmó en los actos desarrollados en el madrileño cementerio de la Florida, donde yacen 43 víctimas de la represión francesa del 3 de mayo, que “si los españoles se rebelaron contra Napoleón fue precisamente porque ya tenían conciencia de que España era una nación, de que era una gran nación y por eso no podía soportar que nadie le impusiera su voluntad” está ocultando, casualmente, la misma buena ristra de detalles que obvia la película del avezado, a menudo genial, cineasta "Don Garci" (me parece que en las tertulias estos señores se ponen un Don delante y se hacen muchas reverencias, espero estar a su altura y no ofenderles!).
Para empezar, ignora a consciencia que las autoriades no siguieron el levantamiento y que sólo con la llegada de las noticias de Bayona se concentraron en recabar la soberanía vacante y frenar los brotes violentos de los españoles a los que hoy llaman "héroes" pero entonces llamaban sólo "populacho". También se omite que las Juntas locales y provinciales se resistieron a ser absorvidas por una Junta Central: el fenómeno político, de efervescente energía, no está recibiendo la atención que merece. Ya un testigo directo como el Conde de Toreno tituló su obra "Historia del alzamiento, guerra y revolución de España". Sin embargo, las reflexiones sobre la supuesta revolución brillan por su ausencia, y el hervidero ideológico de las variopintas juntas tampoco está recibiendo mucha atención porque la España que se quiere ver nacer en 1808 tiene poco que ver con la diversidad y la ciudadanía.
También se están escondiendo los indicios, ya intuidos por Galdós, que apuntan que no hubo espontaneidad aquel Dos de Mayo: desde que el profesor Aymes señalara en 1974 la posibilidad de una conspiración tramada con anterioridad aprovechando la infraestructura preparada para el Motín de Aranjuez, hemos detectado incitadores coincidientes y víctimas que no son vecinos. No hay fuentes que nos permitan contrastar la hipótesis, aunque no sería imposible encontrarlas en archivos privados.
Aquellos orgullosos ocupadores franceses debieron dar -tenemos constancia- incontables excusas para encender de xenofobia al más frío de los testigos de su paso oportunista. Pero confiar en el sentimiento nacional para justificar el levantamiento minimiza el peso de la presencia ocupadora y del alojamiento militar sobre sociedades agrícolas de frágil equilibrio demográfico. Del mismo modo, se evita reflexionar sobre la influencia del púlpito como aparato de propaganda que sembró el odio contra el estado laico y la abolición del régimen feudal en el que tan cómodamente vivía la iglesia.
Desconozco si la Condesa esconde todos esos datos porque distorsionarían la intención que tiene de poner las víctimas de entonces al servicio de sus intereses de ahora. También desconozco si los soldados de Napoleón llevaban en su mochila un ejemplar del Código Civil.
Pero lo que sí sé es que los franceses simbolizaban laicismo y libertad, contra inquisición y feudalismo. ¿Es casualidad que los mismos que supeditan cualquier explicación historiográfica sobre el levantamiento de 1808 a la mística patriotera compartan hoy pancarta con los obispos reaccionarios que siguen condenando la Revolución Francesa en la Revista Alfa y Omega?
La sospechosa alianza sigue pie desde entonces...
1 comentario:
Això et farà content. Fes-li una ullada.
http://monumentoaesperanza.com/
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