Durante el confinamiento pude ver el documental de la gallega Paula Cons, “La batalla desconocida”, que emitió TVE y he podido repetir en Filmin. Indaga en un episodio poco conocido para el gran público: la batalla del wolframio que libraron los aliados y los nazis en España durante la Segunda Guerra Mundial. Puede parecer un tema secundario, pero este interesante trabajo parte de una idea provocadora: la lucha por conseguir este mineral fue la batalla económica más importante de la contienda. Para demostrarlo, ya al comienzo del documental, se recogen las declaraciones del embajador alemán de entonces, Hans Heinrich Dieckhoff, quien llegó a escribir que el wolframio era, para los alemanes, “como la sangre para el hombre”.
Si, como se asegura esa tesis tan provocadora, en el Bierzo y en Galicia se decidió el desenlace de la guerra… ¿por qué apenas conocemos esa historia? Los especialistas que participan en el metraje -Eduardo Rolland, Joan Maria Thomas y Emilio Grandío, autores de los libros cuyas portadas incluyo en este post- reflexionan sobre la presencia del tema en los archivos. Pero en seguida se da la palabra a los técnicos que nos definen el wolframio como un metal con propiedades muy singulares, que conserva a una temperatura muy alta: tiene una densidad como la del oro, y el punto de fusión más elevado de toda la tabla periódica, lo que hace que no se deforme ante las altas temperaturas que provoca el impacto y la explosión de obuses y otros proyectiles. Eso explica que los panzer parecieran indestructibles ante los tanques Sherman de los americanos y que el wolframio se convirtiera en un bien tan preciado. E, indirectamente, que su creciente demanda generara en Galicia bolsas de prosperidad que atrajeron a empresas, inversores, recaudadores de impuestos, aventureros y contrabandistas. Las voces en primera persona que recuerdan el ambiente de aquel extraño “Far West” constituyen uno de los momentos más interesantes de “La batalla desconocida”, aunque las notas que tomé estuvieron más pendientes de la influencia de este episodio en el contexto global que se vivía: la II Guerra Mundial.
Para empezar, me pareció apasionante cómo empezó todo. Coincidiendo con el inicio de nuestra guerra civil, el III Reich había puesto en marcha el Plan Cuatrienal, un programa económico de largo alcance para proveerse de los recursos económicos necesarios para empujar la economía de guerra. Goering había encargado una campaña de exploración de yacimientos en España para encontrar minerales estratégicos, para la que había destacado a ingenieros de minas y geólogos de primer nivel. Esta operación, cuya denominación en clave hará sonreír al espectador que vea el documental, se mantuvo tan oculta a la opinión pública alemana como el apoyo que se prestó al bando franquista. Y es que cuando el golpe de julio de 1936 fracasó, dejando el país fragmentado en “dos Españas”, los golpistas buscaron desesperadamente ayuda para desbloquear la situación, y un tal Johannes Bernhardt, que apenas tenía contactos, se ofreció a mediar con la Alemania nazi. Ni él mismo podía soñar, en aquel momento, que acabaría convirtiéndose en el gran factótum del III Reich en España. ¿Cómo? Por pura casualidad. Este comerciante alemán asentado en Marruecos logró, contra todo pronóstico, entrevistarse con Hitler. Ian Kershaw y otros especialistas en la historia política del III Reich han descrito en los últimos años la caótica e impulsiva forma de gobernar, si es que se puede usar ese verbo en su caso, del dictador alemán. Costaba tanto que diese órdenes concretas como encontrar coherencia entre sus ataques de verborrea histérica y sus actuaciones posteriores. Apenas reunía al gobierno, por lo que había ministros que no le veían durante meses. Sin embargo, la misión que encabezaba Johannes Bernhardt tuvo mucha suerte, porque, pese a esa inaccesibilidad del líder todopoderoso, coincidió con él mientras el canciller asistía a una representación el 25-7-1936 de su ópera favorita, El anillo del nibelungo, en Bayreuth. La casualidad quiso que Bernhardt trabajara para el hermano de Hess, que éste llamara a Alfred Hess, que Hess pudiera forzar la reunión y que –como resultado de la ayuda pedida en ella- los golpistas españoles recibieran ayuda a crédito de material de primera calidad para hacer el puente aéreo entre África y Sevilla con el que trasladar a la península al ejército colonial. Ese mismo mes de julio se precipitó la creación de una sociedad ficticia, la HISMA, la Compañía Hispano Marroquí de Transportes, con la que se pretendía ocultar el suministro: nada más montar el tinglado ya se decidió que, como Franco no tenía divisas, la ayuda se pagaría en materias primas, con lo que quedaba institucionalizada la deuda de guerra. Por tanto, el beneficio que obtuvo la Alemania nazi de su participación en la guerra civil española fue más allá de ensayar con nuevas armas: la deuda de guerra, que se llega a valorar alrededor de unos 500 millones de marcos, unía el destino de España a los nazis. Podríamos decir que la satelizaba.
La historia da un vuelco cuando, en
septiembre de 1939, los alemanes invaden Polonia.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial acelera el interés alemán por el elemento
74 de la tabla periódica: les urge para construir armamento. Y esa necesidad
perentoria permitiría aliviar el hambre a la España de postguerra: en un
contexto de privacidades, fueron muchos -fabricantes, estado y población
cercana a las minas- los que vieron un suculento negocio en aquella demanda
disparada que ponía en valor, como si de una especie de “fiebre del oro” se
tratara, la riqueza mineral del territorio. Es entonces cuando estalla esa
“batalla por el wolframio” entre los aliados y los nazis, por empresas
interpuestas, a la que, por la dureza del enfrentamiento y la importancia del
mineral para ambos contendientes, llamamos la batalla económica más importante
de la guerra. Consistía en conseguir que los adversarios compraran más caro a
costa de pagar más uno mismo por el wolframio, por lo que una lluvia de
millones regó aquellas zonas mineras de Galicia a medida que el precio subía,
desde las 8.000 pesetas por tonelada que se cobraron por el wolframio en 1939,
hasta las 32.000 pesetas en 1941, y 260.000 pesetas en 1945.
El Consejo Ordenador de Minerales Especiales de Interés
Militar advirtió la entrada masiva de divisas, y el estado se enriqueció
cobrando tasas a la exportación y negociando facilidades para pagar la deuda de
guerra. Cuando en 1943 el wolframio
representó el 28% de las exportaciones españolas, no sólo era un buen negocio
para el erario público sino también para intermediarios, cargos públicos que
trapicheaban y los más de ochenta mil trabajadores movilizados. ¿Quién se puso
al frente de las compras, la gestión de las minas y el transporte a Alemania de
todos esos productos? Johannes Bernhardt, que había convencido a Hitler para
que ayudara a Franco en la guerra civil española. Este directivo de importantes
empresas del conglomerado nazi, cercano a Göering, había ido estrechando su
relación con Franco, que le condecoró con la cruz de Isabel la Católica y se
enfrentaría a los aliados por protegerle: le haría español y evitaría su
entrega, hasta que en 1952 se marchó a Argentina. Él era el hombre clave en
SOFINDUS, la sociedad financiera industrial, agencia fundada en 1938 para
acoger todas las empresas dedicadas a proteger los intereses económicos
alemanes en España, especialmente la exportación de materias primeras valiosas,
un holding de actividades distintas, de la agricultura a la minería, con
empresas de nombres españoles pero capital de la ROWAK, y por tanto propiedad del
ministerio de economía del III Reich. Convertirse en un satélite del Reich
parecía muy rentable entonces, pero… ¿y si la guerra daba un giro?
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