Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

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"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

domingo, 10 de octubre de 2010

¿MARIANA INEXPERTA? CUANDO GOBERNAR NO ES SOLO UN ASUNTO PÚBLICO


Leyendo un blog que se centra en el reinado de Carlos II me acuerdo de que cuando cursaba la carrera en la facultad, el reinado del epígono de la Casa de Austria era territorio brumoso. Uno nunca sabía si se quedaba fuera porque estaba al final del temario y no daba tiempo, o porque –entre hechizos y conjuras- el lóbrego reinado resultaba algo esperpéntico. Sólo Henry Kamen intuía entonces que se trataba de un reinado importantísimo, en el que podemos encontrar temas mucho más suculentos si cabe que las luchas por la sucesión entre las facciones cortesanas partidarias de conservar la sucesión en el seno de la Casa de Austria (auspiciadas por Viena y el emperador) y las que preferían ponerse a la sombra siempre alargada del Rey Sol para proteger así la unicidad de la herencia.

Todo eso ha cambiado, sin duda, gracias a algunos recientes estudios sobre el período. Los últimos capítulos de “El arte de gobernar” de Luis Ribot constituyen un ejemplo esclarecedor, a los que cabe sumar los esfuerzos divulgativos de José Calvo Poyato y un brillantísimo estudio sobre Juan José de Austria que publicó Albrecht Graf von Kalnein. Del libro de Laura Oliván sobre Mariana de Austria, especialmente brillante cuando analiza las políticas de representación de la regencia y sitúa en su contexto cada una de las obras pictóricas en las que aparece la reina; sólo puedo lamentarme de que no se haya publicado la tesis completa. Finalmente, hay un ensayo apasionante, muy bien escrito, síntesis pormenorizada al tiempo que tesis de alcance, publicado en el 2003 por Julián Contreras. A mi juicio "Poder y melancolía en la corte del último Austria" es un estudio definitivo: retrata un ambiente, nos permite respirar la tensión abrumadora que hacía recaer sobre sus protagonistas la incertidumbre sucesoria; pero también la tristeza plomiza de la corte ante un futuro nada halagüeño.

De todos los actores políticos de ese tiempo histórico siempre me pareció especialmente interesante la madre de Carlos II. De las reinas de la época moderna siempre me han atraído más aquellas que ejercieron el poder porque eran, más que consortes, las verdaderas depositarias de la soberanía. Mariana fue consorte, reina viuda y reina madre, pero también –en virtud de la regencia- mucho más que una mera correa de transmisión de la legitimidad dinástica. Aquellas mujeres que encarnaban el derecho a gobernar eran como mujeres un cero a la izquierda jurídico; pero en tanto titulares de la soberanía eran la primera persona del reino. Para resolver esa contradicción y superar la contestación a su poder por parte de algunos críticos con aspiraciones, las reinas de la época moderna se vieron obligadas a diseñar innovadoras estrategias de representación del poder, y a jugar a sutiles escarceos políticos. Evitar el matrimonio, que la sometería a un hombre y desencadenaría las conspiraciones de las facciones nobiliarias opuestas, fue una de las estrategias seguidas por Isabel Tudor. Todas las especulaciones que se han hecho sobre su virginidad olvidaban que, simplemente, no podía casarse. Otorgar su favor a un príncipe extranjero, fuera católico o protestante, significaría despertar las susceptibilidades de las facciones religiosas contrarias, y sembrar desafección entre los cortesanos apartados por el matrimonio de la gracia real. En la búsqueda permanente de ese equilibrio, Isabel mantenía la fidelidad de los aspirantes dedicándoles sutiles gestos que parecían anunciar favores futuros. Supongo que haber sobrevivido a las tensiones políticas y religiosas que vivió durante los reinados de su padre y sus hermanos la doctoraron en política: aprendió a andar entre las aguas más sinuosas.

No podemos olvidar que, siendo la política de la época moderna la gestión del interés dinástico, esa intuición formaba parte de la experiencia vital de la aristocracia. Y no hacía falta, como en el mundo contemporáneo, que dice haber separado la gestión de los asuntos públicos de los intereses privados, ninguna carrera de ciencias políticas. Yo mismo he caído en ese error en un artículo que he tenido la suerte de publicar en BBC Historia este mes: en tanto escritor primerizo trabajé con tanta prisa por quedar bien y entregar el encargo con puntualidad, que se me pasaron algunos gazapos, alguno de ellos tan importante que me avergüenza. Por eso me tiré de los pocos pelos que me quedan cuando me leí, por ejemplo, diciendo que Mariana de Austria no tenía experiencia política porque la incertidumbre de la sucesión la consagró a la misión suprema de proporcionar un heredero para la monarquía, sin dejarle tiempo de ganarse partidarios a cambio de favores y privilegios.

¡Craso error! Porque Mariana demostró después una iniciativa política innovadora y perspicaz para garantizar el trono para su hijo, lo cual demuestra que para la gestión del interés privado, patrimonial, para la transmisión de la herencia en definitiva, no hacía falta más formación especializada que la que ofrecían los consejeros formados en leyes. A fin de cuentas ninguna mujer era educada a tal alto fin, porque ni estaba previsto que le tocara ejercer el poder directamente, ni era deseable ni era probable que eso ocurriera. Pese a eso, Mariana supo reaccionar con ingenio político a los retos que se le presentaron: en 1667-1669, en 1675-1676, y –sobre todo- en la apuesta por una sucesión en el seno de la casa de Baviera, una verdadera “tercera vía” que hubiera podido superar la “Guerra Fría” París-Viena que estaba tensando la vida cortesana en Madrid y las relaciones internacionales en Europa.

Hay más.¿Acaso nos planteamos si Isabel Tudor, Catalina II de Rusia, o Catalina de Médicis, estuvieron preparadas para ejercer las más altas funciones de gobierno? No lo fueron, y sin embargo demostraron estar a la altura en su momento porque lo que estaba en juego eran ellas mismas. Nadie hubiera podido enseñarles a gestionar aquello que les correspondía por el hecho de respirar: la soberanía.

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