Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.
"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

miércoles, 4 de septiembre de 2013

ENFOCAR A HANNAH ARENDT HOY


¿Tanta expectación ha levantado la película sobre Hannah Arendt como para que una conocida librería de Madrid mantenga expuestos tantos ejemplares de “Eichman en Jerusalén”? Pues la verdad es que lleva un par de meses en cartel a pesar de que los biopics sin batallas gore ni carne cruda suelen pasar sin pena ni gloria. No era fácil rodar parte de la peripecia vital de un filósofo, una persona cuya razón de ser es el acto de pensar, algo apasionante pero no demasiado cinematográfico. Y sin embargo, Margaret von Trota ha culminado una trilogía de mujeres alemanas -trató a Rosa Luxemburgo (1986) y Hildegarda Von Bingen (2009) antes- sirviéndose de Hannah para reivindicar el deber de pensar. Es un consejo salpicado de rebeldía, hoy que no tenemos unas u otras ideas porque nos hayamos dedicado a meditar sobre ellas, sino porque -además de influirnos nuestro entorno familiar y profesional- nos bombardean permanentemente con consignas masticadas que pretenden nuestra militancia. Durante los últimos años, postmodernidad y neoliberalismo han intentado desbancar a la razón del podio en el que la alzó la ilustración. Quizá ha llegado el momento de entronizarla de nuevo, después de que privilegiar el sentimiento y la vivencia veloz nos haya acercado al cataclismo. Por eso me han parecido poéticos esos planos en los que von Trota enfoca a la filósofa alemana concentrada, con la mirada en un punto concreto de un horizonte inventado, fumando. Algo por lo que Arendt pagaría un precio muy alto. Por fumar, y por pensar.


 Tal y como había aprendido Hannah durante su juventud en Alemania de Martin Heidegger, sin verdad no hay realidad, y sin realidad no somos. Lo que implica que ser (=realidad) nos obliga a saber (=verdad), a lo que se llega entendiendo, y pensando. Y eso hace en la película desde su mismo comienzo, cuando una voz femenina y escandalizada espeta a la filósofa, sentada en un sofá, “¡¿Pero cómo puedes defenderle?!”. El espectador se ve sorprendido así desde el primer momento, porque le parece que -recién comenzada la película- la acción ya está metida en la polémica sobre Eichmann. Finalmente no es así: cuando se abre el plano, averiguamos que Hannah aún ignora aún la detención furtiva del nazi fugitivo realizada por los servicios secretos israelíes en Argentina, y que está hablando con una íntima amiga del divorcio de ésta. La amiga, la escritora Mary McCarthy, parece reprocharle que no se muestre incondicionalmente de su lado en el proceso de divorcio que ha iniciado. Hannah le replica que, lejos de defender a su ex marido, trata de ayudarla a entenderlo “para que lo conozcas mejor”. El gag constituye una advertencia para el espectador, la clave para dibujar el perfil de la protagonista: la directora de la película quiere que, desde el primer fotograma, la percibamos escrutando compulsivamente la realidad para hacerla comprensible, aún a costa de sacar conclusiones que no gustan ni a los seres más queridos.

De hecho, esa actitud convirtió “Eichmann en Jerusalén” en un libro muy polémico. Por un lado, provocó duras críticas contra su autora que -lejos de cerrar filas como judía- introdujera dudas sobre el derecho que tenía Israel -que no existía cuando se cometieron los crímenes- a juzgar a los nazis involucrados en el Holocausto. Por otro, describió el papel desempeñado por los Consejos Judíos en el camino hacia el exterminio sugiriendo que hubiera habido muchas menos víctimas si, para salvar su propia piel, no hubieran colaborado pasivamente en la deportación. En la película, la protagonista afirma en ese sentido que “no sólo los verdugos actuaron mal, también algunas de las víctimas” y se enfrenta al momento en el que su íntimo amigo Kurt Blumenfeld acabó rompiendo la larga amistad que les unía mientras ella le dice “yo no pertenezco a ningún pueblo”. Más reproches le valió aún el concepto de “banalidad del mal” que propuso al describir a Eichmann: lejos de presentarlo como un monstruo que odiaba patológicamente a los judíos y organizó fríamente su exterminio, hizo el retrato de un mediocre algo imbécil, no especialmente malvado, cuya principal motivación fue adaptarse al clima de su tiempo para medrar. El procesado quedaba descrito como un “disciplinado, aplicado y ambicioso burócrata; no un Satanás, sino una persona temiblemente normal”. En la película ella lo define como un “un Don Nadie”.

Y es que, cubriendo para The new Yorker el juicio, del que la película muestra imágenes reales, Hannah advirtió que el lenguaje del acusado era permanentemente burocrático y que “era verdaderamente incapaz de expresar una sola frase que no fuera una frase hecha [...] su incapacidad para hablar iba estrechamente unida a su incapacidad para pensar, particularmente para pensar desde el punto de vista de otra persona”. Al constatar la “grotesca estupidez de sus últimas palabras”, minutos antes de ser ajusticiado, Arendt concluyó que Eichman no pensaba por sí mismo, que nunca pudo decidir qué está bien y qué esta mal, y obrar en consecuencia. Y añadió que el mal absoluto no viene siempre de un pensamiento malvado, sino de la incapacidad de pensar, y por tanto diferenciar entre lo bueno y lo malo. Eichmann no era el demonio sino un pobre diablo, un culpable banal, de lo que se deduce que el mal extremo también puede ser banal. La maldad extrema no es tanto la de individuos monstruosos, como la que anida como posibilidad en cada uno de nosotros cuando olvidamos la facultad de pensar.


El debate sobre si el nazismo constituía la cúspide de la ilustración, al aplicar sistemáticamente la razón para destruir al adversario, o su negación, -una práctica irracional, decidida, violenta y entusiasta que la sustituyera por el sentimiento-, es apasionante. Pero críticos y comentaristas han intentado alejarse de debates teóricos, como el de la responsabilidad colectiva, para emitir juicios sobre Hannah Arendt de acuerdo con sus conveniencias de presente. La película muestra cómo sufrió chantajes emocionales (las cartas de lectores, por ejemplo), presiones profesionales (pese al reconocimiento del alumnado) y críticas despectivas (“¿Quién se ha creído que es, Aristóteles?”), y hoy continuamos cuestionando su trabajo: Christopher Browning ha escrito en New York Review of Books que la filósofa alemana inventó un concepto importante -la banalidad del mal- pero no tomó un ejemplo válido, disculpando con maledicencia que Arentd malinterpretó a Eichman. Me sorprende que Browning diga eso, porque su libro “Aquellos hombres grises. El Batallón 101 y la Solución Final en Polonia”- que detalla cómo esa unidad llevaba a cabo su tarea exterminadora más influenciada por la presión, la cobardía, la ambición o el alcohol, que por antisemitismo o fervor nazi- sería, si no lo mismo, algo muy parecido a lo que dice Hannah Arendt de aquel grisáceo y mediocre funcionario de transportes del III Reich que Israel juzgó en 1961. Los estudios sobre las distintas actitudes tomadas ante el Holocausto nos resultan incómodas aún, probablemente porque evidencian nuestros miserables silencios. Cuando Hannah afirmaba que bajo el III Reich sólo personas excepcionales se comportaron con normalidad, nos está recordando que nosotros también hemos ejecutado sangrientos silencios, hemos ignorado muchas tragedias mientras la desregulación neocón nos llenó los bolsillos. En aquellos tiempos de orgía especulativa, cuando matizabas te llamaban amargado. Don't worry, be happy!,se reían. No te comas el coco!, te decían.

Hoy podemos empatizar con la coherencia de Hannah Arendt, pero ir de verdad contracorriente no es fácil. De hecho, gran parte de quienes la elogian por hacerlo sólo pretenden automagnificarse como presuntos free-lance. Mienten, no van contra corriente. Cuando ejercen esa impostura saben que no están solos, que detrás de sus discursos, aparentemente rupturistas, hay un respaldo poderoso y altavoces mediáticos que utilizan esa actitud pretendidamente heroica. Seguramente por eso quienes hoy se arrogan como propia la heroicidad de Hannah Arendt no cargan contra los sionistas que la atacaron en su día. La “derecha sin complejos” proclama que la verdadera aportación intelectual de Arendt es la de no comprometerse por nada ni por nadie, la absoluta libertad de su pensamiento, la de estar antes con la verdad argumentada y sólidamente documentada, que con la tribu. Tienen razón, pero cuando afirman que ella no estuvo con ningún “ismo” sólo quieren instrumentalizarla contra la izquierda de ayer, y de paso contra la de hoy. Por eso se quejan de que la película “ha despolitizado” la figura de la filósofa porque no muestra cómo se distanció de la intelectualidad de su tiempo, “seducida por los cantos de sirena de la utopía comunista”. Para estos críticos la película se encuadra en esa izquierda “que nunca se atrevió a confrontarse con el socialismo real” y que “todavía encuentra rasgos positivos en dictaduras y autocracias del Tercer Mundo". Ya he escrito alguna vez que resulta sorprendente cómo los liberales de boquilla ven a Hannah Arendt participando en su cruzada anticomunista a pesar de que “Los orígenes del totalitarismo”, que se cita en la película como su obra de referencia, dedica más páginas al imperialismo capitalista que al comunismo, y que Arendt precisa bastante cuando mete en el saco del totalitarismo la práctica política de Stalin.

Hay muchos buitres rondando alrededor del silencio de los muertos. Y para que no nos engañen, frente al bombardeo de consignas masticadas que persiguen nuestra militancia, tenemos un arma poderosa contra la manipulación: nuestra capacidad de pensar. El último plano de la película, la metrópoli a oscuras como infinito paisaje de ventanas y rascacielos, se convierte así en una metáfora de eso: ante las tinieblas de la mentira, ante la dificultad de entender las verdades de la noche, cada uno de nosotros toma libremente la elección de apagar la luz y dormir plácidamente, o mantenerla encendida y vigilante en nuestro apartamento. Apenas una excepción solitaria y brillante en el paisaje urbano de la noche.




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