Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.

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"Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que buenos amos" (Salustio)

martes, 4 de octubre de 2011

EL DISCRETO ENCANTO DE LA ARQUITECTURA (1)




Hace ya tiempo que la gestión rentabilizadora ha convertido Barcelona en un parque temático para turistas. El proceso ha venido levantando un lúcido repertorio de críticas, no muy numerosas, pero cualitativamente significativas. Los barceloneses, carnalmente enamorados de nuestra ciudad, urbanitas de diseño donde los haya, hemos callado la mayor parte de las veces, quizá absortos en el éxito internacional de la marca BCN, quizá más pendientes de si la rendida admiración turística devengaba intereses.

Hoy en Caixaforum me di cuenta de que el fenómeno ha tenido al menos una consecuencia historiográfica: hemos creado un discurso monotemático del pasado de la ciudad. Al acercarme por tercera vez en menos de un mes a visitar una exposición sobre el mismo periodo histórico, noté que sólo promocionamos una imagen del pasado urbano tan confortable como acomodaticia, que esconde bajo la alfombra cualquier conflicto, del mismo modo que ese diseño de la ciudad como un parque temático del modernismo ha escondido los barrios más pobres tras la fachada especulativa. Estamos borrando parte de nuestro pasado más lúcido: la personalidad reivindicativa, dinámica, ideológica, liberal, transgresora, de la ciudad. Celebramos exclusivamente el tiempo del modernismo con una especie de nostalgia algo rancia: así, por ejemplo, en la conferencia que inauguraba el ciclo de actividades relacionadas con la exposición “La Barcelona de Sagnier”, Lluís Permanyer definía aquellos tiempos como si de “nuestro renacimiento” se tratara.

Lo que sí es cierto es que las propuestas de Caixaforum son casi siempre brillantes: en este caso, la que celebra el centenario de La Caixa en Tarragona, reflexiona sobre la obra de Enric Sagnier i Villavecchia (1858-1931), cuya trayectoria vital, no por casualidad, se sitúa entre el momento en que se discuten los proyectos de ensanche de la ciudad que acaba de derribar las murallas medievales y el año en que el advenimiento de la república permite democratizar la calle, o al menos que la tomaran los ciudadanos y dejara de ser un muestrario de familias bien. El arquitecto fue hijo del presidente de La Caixa Lluís Sagnier i Nadal, lo que le permitió construir la sede de la entidad en distintas ciudades catalanas. Así ocurrió en la Rambla Nova de Tarragona, lo cual no fue considerado en su tiempo ningún tráfico de influencias.



Sagnier es un arquitecto importantísimo, por mucho que la fama se la lleven la tríada de creadores que, por la singularidad de sus construcciones, se ganan la atención de los turistas. Permanyer le asignaba en su conferencia más de 500 obras, lo que debería permitirnos definirle como el verdadero autor del escenario que Gaudí, Puig i Cadafalch, o Doménech i Muntaner, apenas salpicaron de selecta extravagancia. Merecería pues una exposición de gran formato: “La ciutat de Sagnier” no lo es, pero es densa, seductora y muy interesante. Consta de dos espacios: una recepción rectangular y una gran sala que distribuye las secciones desde un punto central. La sala propiamente dicha parte es mucho mayor que la recepción: parte de un plano de la ciudad en el suelo, salpicada de puntos rojos que sitúan en la trama urbana los edificios que construyó. El visitante pisa la trama y elige la dirección en la que adentrarse en la “Barcelona de Sagnier”: El Pinar, el palacio de Justicia, el Tibidabo, el Hotel Colón o los edificios de viviendas.



Por lo que respecta a la sala que recibe al visitante, le enfrenta a su desconocimiento de la obra del arquitecto. Seguro que no he sido yo el único barcelonés escandalizado por su propia ignorancia al constatar que no sabía atribuirle ningún edificio importante, pese a ser muy numerosos y algunos de ellos notablemente significativos. El rincón expositivo cataloga la obra de Sagnier con un mapa de sus 25 obras imprescindibles, una secuencia de diapositivas que demuestran su eclecticismo en las fachadas, y dos filmaciones aceleradas de 24 horas en la vida de dos rincones de la ciudad mostrando cómo los miles de coches y ciudadanos discurren al galope, ignorantes de que el escenario en el que interpretan sus prisas fue levantado por Sagnier. No es pues una entrada neutra, sino una presentación del personaje mediante fotografías y objetos personales que nos recuerda que Sagnier es un hombre de la alta burguesía. Como promotor del Cercle Artístic de Sant Lluc le podemos suponer en el sector más reaccionario de la industria de la creación. Sus clientes son importantísimos: los Girona, Godó, Sert, Andreu, Garriga Nogués… Quizá eso resulte especialmente notorio en la Casa Arnús: El Pinar (en la foto de este párrafo) es un lujoso chalet encargado por el banquero Manuel Arnús, que incorpora elementos de arquitectura fantástica, como torres con almenas, pináculos, gárgolas, tribunas, balcones, logias y galerías… Aquí Sagnier se nos aparece como un arquitecto modernista típico, ya que el edificio cuenta con todas las características destacadas de la arquitectura modernista: inspiración medieval, sofisticados trabajos de hierro forjado y cerámica esmaltada artesanalmente, motivos vegetales de vivos colores, preferencia por la línea sinuosa y suave… En cambio, la sede de la Banca Arnús en la Plaza Cataluña, esquina con las Ramblas, un edificio hoy ocupado por una tienda de ropa de marca, recuerda el estilo de la Escuela de Chicago.




Por si el edificio no demostrara por sí sólo la buena relación del arquitecto con el mundo financiero de su tiempo, cabe recordar que en los dos extremos de la Via Laietana Sagnier levantó la sede del Banco Hispano Colonial (junto a la estatua de Antonio López) y la sede de La Caixa (en plan castillo medieval, arriba). Entre sus obras más importantes está también el templo expiatorio del Tibidabo: para la burguesía quienes debían expiar sus culpas –como un excesivo apego al cuestionamiento del orden que les explotaba, al experimento ideológico, o a las bombas- eran siempre los demás. En la misma línea, el actual consejero de interior de la Generalitat sigue obsesionado por los pecados ajenos y se consagra a perseguir con eficacia a las prostitutas, las casas ocupadas y la venta ilegal de películas, pero descuida con la misma eficiencia el saqueo que sus amigos efectuaron en el Palau de la Música. Como los Sagnier, entiende que esos negocios (o corruptelas) son los propios de su clase.



En la memoria del proyecto del Palau de Justícia, en la que Sagnier trabajó junto a Joseph Doménech i Estapé, ambos arquitectos señalaban que el material representativo de la civilización moderna era el hierro, pero que la función del edificio exigía la solidez de la piedra para hacer sentir el peso de la justicia. La sociedad no estaba preparada, añadían, para aceptar el uso de estructuras de hierro en los edificios monumentales. Así que el edificio finalmente combinó un interior ligero con vidrieras montadas con arcos metálicos, con un exterior de piedra, severo y regular, que transmite una imagen colosal. Esa diferencia entre un exterior que impone respeto y un interior que sugiere elegancia me remite a la doble moral de la burguesía y su desprecio por la masa, en la que sólo ve ignorancia, y a la que llama eufemísticamente “la sociedad”. No deja de ser significativo que aquellos próceres de la Restauración quisieran dejar bien claro que el orden político (y judicial) no tenía nada de moderno. Experimentar con moderneces puede acabar volando por los aires el edificio político más inmóvil y casposo de Europa. ¡Entre el tornillo de hierro y la revolución hay más de un paso, pero sería mejor no dar ninguno… por si acaso! No debería olvidársenos que la Barcelona que promocionamos no fue precisamente la vanguardia cultural…

1 comentario:

el ecologista dijo...

Eso , eso tiene la arquitectura de Barcelona: ENCANTO, pero....no la Barcelona de hoy o de hace 140 años cuando Gaudi era escolapio, sino la arquitectura 20 veces escrita, descrita, proyectada ,construida y disfrutada por los 20 siglos de su gloriosa existencia ,desde que en Paris no habia una sola calle adoquinada y barcelona ya disfrutaba de calles con baldosas y un comercio mediterraneo importante, con ramblas solo para servir de riadas sanitarias, siempre Barcelona con su "turismo" ancestral mediterraneo de fenicios , griegos y romanos y sin mentir mas de 80 etnias diferentes ahì disfrutaron y abrebaron "cultura catalana original"...de cualquier modo admito el post del gran Enric Sagnier i Villavecchia.Porque en España hacia donde haya apuntado el progreso de Barcelona ha apuntado el progreso de España y sin mencionar a los culès de Pep Guardiola. Salu2