Un espacio para el encuentro con historiadores y apasionados por la Historia. Con los que se emocionan con la polémica historiográfica, con la divulgación o la investigación. Y creen en la Historia como instrumento de compromiso social. Porque somos algo más que ratones de biblioteca o aprendices de erudito. Porque nuestro objeto de estudio son personas.
Ferran Sánchez: Història. Divulgació. Docència.
viernes, 2 de mayo de 2008
DEFENSA DEL AUSTRIACISMO (Y DE PASO, DEL TRABAJO DE ERNEST LLUCH)
En septiembre de 2005 leía a un importante y poderoso historiador cómodamente instalado en poltronas museísticas y púlpitos mediáticos decir, en la editorial de la revista Papers, incluida periódicamente en el interior de L’Avenç, que el austriacismo no era más que “la defensa de l’ordre constitucional català d’arrel medieval”. Era una crítica dirigida quienes estaban estudiándolo como una idea política nueva, “portadora de llibertat”.
Citándose a sí mismo (¡!) en el prólogo del libro de Josep Maria Torras i Ribe (Felip V contra Catalunya, Rafael Dalmau, Barcelona, 2005) insistía en que aquel era un sistema “fet a la mida dels estaments superiors, els beneficiaris del règim de privilegis, les oligarquies que ostentaven el govern del pais i que monopolitzaven les institucions”. Aunque esa afirmación es incuestionable, implicaba una crítica algo injusta de los historiadores que querían presentar “com una cosa nova una alternativa al sistema borbònic que ja existia des de feia molts segles”.
Ya Ernest LLuch se lamentó de la oportunidad que había perdido España en 1714 (no sólo Cataluña) de disfrutar de un sistema representativo (aunque no democrático), parlamentario (por medio de cortes estamentales) y proclive al federalismo. Aquellas sugerentes propuestas han sido criticadas como si el absolutismo y la centralización fueran el único camino viable hacia la modernidad política. Yo mismo me he quejado a veces de que la historiografía catalana no se haya desprendido del romanticismo que enternece su visión de toda aquella quincallería política, ganándome a pulso el rechazo de mis amigos nacionalistas cuando me obstino en hacer notar que la nación política asesinada en 1714 tiene bien poco que ver con el concepto “Cataluña” que hoy, con los sistemas representativos democráticos consolidados, forma parte de nuestro imaginario. Sin embargo, la semana pasada tuve la oportunidad de entrevistar a Agustí Alcoberro y la solidez de su discurso me ha hecho ver que aquellos arcaicos privilegios estamentales no pueden ser despreciados como argumentos para el desarrollo del pensamiento político, como muy bien rastreó Lluch. Escuchándole pensaba yo que era incoherente tomar sin escándalo el modelo inglés y su ausencia de revoluciones jacobinas como un camino alternativo y superior hacia la libertad política, y despreciar el estudio del austriacismo.
¿Cómo es posible que se canten las virtudes del Reino Unido, con su cámara de los lores designados por la sangre, y su capacidad de veto de las decisiones de la cámara democrática, la de los comunes, y al tiempo se desprecien los gérmenes del austriacismo como si de un anacronismo retrógrado se tratara, sin ni tan sólo considerar la propuesta de que aquel corpus jurídico estamental surgido de las cortes fuera (circunstancialmente, quizá) la base de un proyecto futuro renovador, alternativo, incluso “persistente”? ¿Cómo es posible que las limitaciones al ejercicio del poder real asentados por cuatro fanáticos puritanos carpetovetónicos en la Inglaterra del siglo XVII sea considerada un literal progreso hacia el sistema de libertades y, en cambio, se desprecie el mismo esfuerzo de comprensión por el proyecto de monarquía controlada que tienen los austriacistas?
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